Pensar demasiado: el enemigo silencioso de la concentración y el bienestar

El pensamiento excesivo deteriora tu salud emocional.

Ana Pacheco tiene 22 años y estudia Psicología. Desde el colegio fue reconocida por su brillantez académica, pero en los últimos meses algo comenzó a cambiar. Cada decisión cotidiana, desde qué asiento elegir en clase hasta cómo saludar a sus compañeros, se transformaba en un bucle interminable de dudas y análisis. Un día cualquiera, después de clase, se miró en el espejo del baño de la universidad y se preguntó si ese ruido mental constante era normal. Aquella fue la primera señal de alerta.

Ana se había sumergido en lo que los psicólogos denominan overthinking o pensamiento excesivo, un hábito mental que, aunque puede parecer inofensivo o incluso señal de inteligencia reflexiva, actúa silenciosamente contra el bienestar emocional y la concentración. Ella lo vivía a diario: postergaba tareas por miedo a no hacerlas perfectas, se paralizaba al enfrentar decisiones simples, y repasaba conversaciones completas durante días, buscando errores que probablemente nadie más notó. Su rendimiento académico comenzó a deteriorarse. Su vida social también. El aislamiento, la ansiedad y el insomnio eran ya parte de su rutin

“El pensamiento excesivo genera incertidumbre constante y puede llevar a la persona a un estado de parálisis y bloqueo. Disminuye la capacidad de concentración y vuelve caótica la toma de decisiones emergentes, afectando actividades cotidianas”, explica Consuelo Medina, psicóloga y docente en la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

A diferencia de la preocupación normal —que es adaptativa, focalizada y resolutiva—, el pensamiento excesivo se caracteriza por ser difuso, interminable y desproporcionado. La mente se queda atrapada en un bucle donde todo es incertidumbre.

“Es como si una parte de nosotros insistiera en encontrar respuestas definitivas donde no las hay”, describe la psicóloga.

El impacto no se limita al plano mental. El cuerpo también habla. El pensamiento excesivo puede provocar fatiga crónica, dolores de cabeza, insomnio, e incluso afectar el estado de ánimo. Las emociones oscilan entre la irritabilidad y la desmotivación. La persona se siente atrapada, con una necesidad de control que paradójicamente sólo genera más descontrol. En los casos más prolongados o intensos, puede derivar en trastornos como ansiedad generalizada, fobia social, e incluso depresión.

Repetir y evitar: dos señales de alerta

Ana, como muchas personas, no se dio cuenta de inmediato que algo no andaba bien. Medina señala algunos signos reveladores: “Hay una repetición constante de frases como ‘¿Y si…?’, ‘¿Qué pasaría si…?’. También se da una fuerte dificultad para tomar decisiones, conductas de evitación y un sentimiento de descontrol”. Estas señales, si se sostienen en el tiempo, pueden deteriorar el desempeño académico, laboral y social de la persona, afectando su autoestima y relaciones personales.

La sobrecarga mental también puede estar relacionada con el entorno. “Vivimos en una sociedad que exige rendimiento constante. La comparación en redes sociales y la presión de estar siempre al día generan una tensión permanente. Se activa una crítica interna alimentada por estándares poco realistas”, advierte la psicóloga. En ese contexto, el pensamiento excesivo encuentra un terreno fértil.

¿Cómo detener la espiral?

El camino para romper el ciclo del overthinking (rumiación) no es inmediato, pero existen herramientas eficaces. Medina recomienda especialmente la terapia cognitivo-conductual (TCC), centrada en identificar y cuestionar pensamientos automáticos disfuncionales. A través de técnicas como la reestructuración cognitiva, se busca modificar distorsiones como la catastrofización o el pensamiento en blanco y negro.

Otras estrategias incluyen llevar un registro de pensamientos para detectar patrones repetitivos, y técnicas de programación psicolingüística que ayudan a construir afirmaciones más realistas. “Algo tan simple como dividir una gran decisión en pasos pequeños puede devolverle a la persona la sensación de control y confianza”, sugiere la experta.

En el plano emocional, se sugiere la relajación guiada para manejar episodios de ansiedad, y en algunos casos, la terapia metacognitiva, que ayuda a organizar el tiempo dedicado a pensar en un problema, estableciendo momentos concretos para hacerlo. En palabras de Medina: “No se trata de dejar de pensar, sino de aprender a pensar mejor y con mayor intención”.

Además, recalca la importancia de prestar atención al entorno. La búsqueda compulsiva de información o validación externa en redes sociales puede intensificar la rumiación. Aprender a desconectarse digitalmente, establecer límites y priorizar relaciones que aporten contención emocional son pasos fundamentales para recuperar el bienestar.

La valentía de pedir ayuda

Volvamos a Ana. Aquel día frente al espejo no resolvió todo, pero fue un punto de inflexión. Reconoció que su mente necesitaba descanso y decidió pedir ayuda psicológica. No lo hizo por debilidad, sino por valentía. Porque entendió que pensar demasiado también puede ser una forma de evitar vivir.
El pensamiento excesivo no distingue edades ni profesiones. Puede aparecer en estudiantes brillantes como Ana, en ejecutivos exigentes o en cualquier persona atrapada en la maraña de sus propias dudas. Reconocerlo es el primer paso. Actuar es lo siguiente.

“La mente necesita pausas, no para dejar de funcionar, sino para volver a funcionar mejor”, concluye la docente de Psicología en Unifranz.

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