Paradoja del propósito: por qué buscar sentido a la vida puede motivar o angustiar

Por Manuel Joao Filomeno Nuñez

Tener un propósito es, para muchas personas, la brújula que orienta sus decisiones, define sus metas y les da energía para enfrentar los retos diarios. Diversos estudios respaldan sus beneficios: vivir con un sentido claro de dirección se asocia con mayor longevidad, mejor salud física y emocional, y una mayor sensación de bienestar. Sin embargo, esta misma búsqueda de sentido puede convertirse en una fuente de frustración y ansiedad cuando el propósito resulta difícil de encontrar o parece inalcanzable.

Para Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, el propósito no solo es una aspiración personal, sino una herramienta de transformación individual y social. 

“Encontrar su propósito de vida les ayudará a los estudiantes a encaminarse hacia una dirección que les permitirá ayudar a los demás a través de su profesión”, señala y aclara que  esta búsqueda es clave para que los jóvenes potencien sus habilidades y competencias, y puedan transformar la región en la que viven.

La académica insiste en que el sentido de propósito se cultiva desde la práctica y el ejemplo. “¿Cómo desarrollamos el sentido de propósito en nuestros estudiantes? Con el ejemplo en un principio, y luego evaluamos qué habilidades, qué capacidades ellos ya tienen y qué les conviene desarrollar”, explica. Para ella, el propósito es un motor que impulsa el crecimiento personal, fomenta la conexión con los demás y motiva la contribución activa a la comunidad.

El lado luminoso del propósito

La evidencia científica es contundente. Un estudio de 2019 publicado en JAMA Network Open reveló que las personas con un fuerte sentido de propósito tienen menor mortalidad general y menos riesgo de morir por trastornos cardíacos, circulatorios y sanguíneos. Investigaciones posteriores confirmaron que un propósito definido se asocia con un 24 % menos de probabilidades de volverse físicamente inactivo, un 33 % menos de probabilidades de sufrir problemas de sueño y un 22 % menos de riesgo de sobrepeso.

Incluso en el ámbito emocional, un trabajo de Roback y Griffin con 118 estudiantes universitarios encontró que un propósito claro se correlaciona con mayores niveles de felicidad y menores índices de depresión. Los datos parecen concluir que tener un propósito no solo alarga la vida, sino que la hace más plena.

El lado oscuro: la ansiedad por el propósito

Pero la historia tiene otra cara. Según un estudio de Larissa Rainey, hasta el 91% de las personas experimentan “ansiedad con propósito” en algún momento de sus vidas. Este fenómeno describe la frustración, el estrés e incluso la depresión que aparecen cuando alguien no logra identificar su razón de ser. Aquí nace la paradoja: el mismo elemento que puede dar sentido y motivación también puede generar angustia y sensación de insuficiencia.

Loayza reconoce esta tensión y advierte que el problema no es tener un propósito, sino cómo lo concebimos y buscamos. “Desde el desarrollo personal hasta la conexión con los demás y la contribución a la comunidad, hay una variedad de caminos que pueden conducir a una mayor sensación de bienestar y satisfacción”, explica, subrayando que la presión por encontrar “el” propósito ideal puede ser contraproducente.

Dos tipos de propósito: Big-P y Little-p

Comprender la naturaleza del propósito es clave para resolver esta paradoja. Los expertos lo dividen en dos grandes categorías:

Propósito de Big-P: Grandes metas, audaces y orientadas a logros monumentales, como fundar una empresa multimillonaria o cambiar el curso de la historia. Aunque inspirador, este tipo de propósito depende de factores externos y puede generar ansiedad, agotamiento y frustración si resulta inalcanzable.

Propósito de Little-p: Más accesible y centrado en el proceso, busca significado en actividades cotidianas que generan satisfacción personal, sin depender de la validación externa. Es sostenible, abundante y menos probable que cause ansiedad.

El problema surge cuando la sociedad, e incluso nosotros mismos, priorizamos el Big-P como único camino válido, ignorando el valor del Little-p. La consecuencia es que muchas personas viven persiguiendo objetivos tan elevados que pierden de vista la alegría del día a día.

Aceptar la paradoja

La “paradoja del propósito” sugiere que cuanto más buscamos un objetivo vital claro y absoluto, más podemos chocar con la incertidumbre y la ambigüedad. La clave, según Loayza, está en cultivar un propósito flexible, que se ajuste a nuestras capacidades, recursos y circunstancias, y que nos permita disfrutar del proceso tanto como del resultado.

Desde la filosofía existencial hasta la psicología contemporánea, se ha debatido si el sentido se encuentra o se construye. Viktor Frankl defendía que incluso en el sufrimiento puede surgir propósito, mientras que enfoques críticos, como los de U.G. Krishnamurti, advierten que esta búsqueda puede encerrarnos en expectativas irreales. En el mundo organizacional, la paradoja se refleja cuando una empresa redefine tantas veces su rumbo que corre el riesgo de perder su identidad original, recordándonos que el propósito debe ser firme pero adaptable.

Aceptar esta dualidad no implica renunciar a un propósito de vida, sino entenderlo como un proceso en constante revisión. Se trata de vivir con intención, pero sin obsesionarse con un destino final inamovible. 

Finalmente, el propósito, según Loayza, puede ser una poderosa brújula personal y profesional, siempre que no olvidemos que también está hecho de pequeños momentos significativos que iluminan nuestro día a día.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *