La felicidad se entrena y tu cerebro tiene la llave para lograrlo

Por Lily Zurita Zelada

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Mariana, estudiante universitaria de 22 años, empezó a practicar yoga y meditación por recomendación de una amiga. Al principio lo hizo con escepticismo, pero pronto descubrió que esas pausas de respiración y silencio le daban más calma, mejor concentración y una sensación de gratitud que antes parecía inalcanzable. Lo que desconocía era que, detrás de esos cambios, su cerebro estaba literalmente entrenando nuevas rutas hacia la felicidad.

La pregunta sobre si la felicidad se entrena no es trivial. Durante siglos, filósofos y pensadores la relacionaron con la suerte o con condiciones externas. Hoy, la neurociencia muestra que la felicidad no es un estado fijo ni un regalo del azar, sino una capacidad que puede desarrollarse. 

El cerebro es plástico y se reorganiza en función de lo que hacemos y sentimos. Acciones simples como la gratitud, la meditación o los gestos de amabilidad fortalecen las redes neuronales asociadas con el bienestar.

James Robles, director de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz), afirma que el entrenamiento de la felicidad es posible y depende de hábitos consistentes. “Nuestro cerebro tiene la capacidad de crear nuevas conexiones a partir de lo que repetimos. Practicar la gratitud, la atención plena o la compasión genera cambios reales en las redes neuronales vinculadas a las emociones positivas”, explica el académico.

En la misma línea, la neuropsicóloga Lucía Crivelli, columnista de Infobae, sostiene una visión renovada sobre la felicidad, donde los neurotransmisores, la importancia del propósito vital y pequeñas acciones cotidianas juegan un rol muy importante.

“Más que entrenar la felicidad, se pueden implementar hábitos y pequeños hacks que favorecen su aparición. Comer chocolate, recibir luz solar, tener mascotas, abrazar a seres queridos y realizar ejercicio físico son actividades que activan diferentes sistemas de recompensa y placer a nivel neurobiológico”, asegura la experta argentina.

La felicidad, un sistema complejo

Desde el punto de vista neurocientífico, la felicidad no es un interruptor que se enciende o apaga, sino un sistema complejo. El circuito de recompensa libera dopamina y serotonina cuando sentimos alegría o placer, mientras que el córtex prefrontal nos ayuda a evaluar nuestra vida y regular las emociones. Por eso, más allá de momentos pasajeros de euforia, la felicidad duradera está asociada con la capacidad de mantener una perspectiva positiva y equilibrada.

Robles enfatiza que es importante diferenciar entre felicidad y bienestar. “La felicidad suele entenderse como momentos de alegría o placer. El bienestar, en cambio, es un estado más amplio que involucra propósito, relaciones significativas y satisfacción vital. Ambos se complementan, pero el bienestar otorga un sentido más profundo y estable a la vida”, sostiene.

Investigaciones en neurociencia muestran cómo actividades sencillas pueden moldear el cerebro. La meditación mindfulness fortalece la atención y la resiliencia; la gratitud activa regiones cerebrales vinculadas al placer; los actos de bondad generan liberación de endorfinas y sentimientos de conexión social. De esta manera, pequeñas acciones repetidas tienen un efecto acumulativo en el sistema nervioso, como si fueran entrenamientos diarios en un gimnasio cerebral.

El propósito de vida también juega un papel decisivo. Cuando una persona define metas claras y significativas, el córtex prefrontal se activa, organizando las emociones y dándole dirección al comportamiento. Este sentido de propósito no solo ayuda a enfrentar adversidades, sino que fomenta la constancia en las acciones que acercan al bienestar. 

“Un propósito claro es como un mapa que guía al cerebro y le da estructura. No se trata de grandes objetivos únicamente, también los pequeños gestos diarios fortalecen nuestro estado emocional”, indica Robles.

Éxito no es lo mismo que felicidad

Sin embargo, muchas veces la felicidad se asocia erróneamente al éxito económico o profesional. Aunque estos logros generan satisfacción momentánea, la neurociencia ha demostrado que su efecto se desvanece con rapidez debido a la llamada adaptación hedónica: el cerebro se acostumbra pronto a los niveles de riqueza o éxito alcanzados. 

La felicidad duradera no depende tanto de los bienes materiales, sino de la calidad de nuestras relaciones, el propósito de vida y la capacidad de entrenar emociones positivas.

Para Robles, la felicidad no es un destino final, sino un proceso continuo que se construye día a día. Nuestro cerebro, con su capacidad de adaptación, ofrece la oportunidad de entrenarla como se entrena un músculo. 

“La felicidad no aparece por casualidad. Es el resultado de un ejercicio constante de gratitud, de conexión con los demás y de compromiso con uno mismo”, resume el académico.

Al igual que Mariana, millones de personas pueden comprobar que la felicidad se cultiva en los pequeños actos cotidianos. No está en lo extraordinario, sino en lo constante. Entrenar la felicidad es posible, y la ciencia lo confirma: cada gesto, cada pensamiento y cada decisión es una oportunidad para fortalecer los circuitos que nos acercan a una vida más plena.

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