Por Lily Zurita
Las emociones juegan un papel crucial en la activación de mecanismos neurológicos que facilitan el procesamiento y la retención de información, incrementando la probabilidad de que la recordemos y comprendamos de manera profunda; es decir, que aprendamos. Cuando una experiencia o contenido nos emociona o despierta interés, se activan áreas del cerebro como el sistema límbico, en particular la amígdala, que está directamente involucrado en el procesamiento emocional.
Esta activación desencadena la liberación de neurotransmisores, que mejoran la atención, la motivación y la capacidad de retención de información. En este contexto, las emociones no son solo un complemento del aprendizaje, sino un factor determinante para que este sea verdaderamente efectivo, explica Cristofer Ortiz Flores, experto en neurodesarrollo y docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
“Cuando algo nos emociona o nos interesa, el cerebro libera sustancias químicas como la dopamina, que nos ayudan a prestar atención y retener mejor la información. Así, las emociones hacen que el aprendizaje sea más efectivo, porque el cerebro lo percibe como algo significativo”, señala.
Las emociones hacen que la información sea relevante para el cerebro, generando una conexión más profunda con lo que estamos aprendiendo. Esta relación emocional activa redes neuronales de manera más intensa, lo que facilita el almacenamiento y la recuperación de la información.
“No solo influyen en el aprendizaje, también son una parte fundamental de nuestra vida diaria, con un impacto considerable en nuestra salud mental, física y social”, puntualiza el profesional.
La neurociencia ha investigado durante décadas cómo las emociones se generan y se procesan en el cerebro, demostrando que tienen un papel decisivo en el aprendizaje. La activación emocional no solo mejora la retención de información, sino que aumenta la atención, lo cual es beneficioso en contextos educativos. Sin embargo, un exceso de emociones negativas, como el estrés o la ansiedad, podría tener el efecto contrario.
El cerebro es el centro de control
Según Ortiz, el cerebro es el «centro de control» de nuestro cuerpo, una compleja máquina formada por miles de millones de neuronas que se comunican entre sí mediante señales eléctricas y químicas. Estas conexiones neuronales crean redes que nos permiten pensar, sentir, recordar y tomar decisiones.
“El cerebro controla desde funciones básicas como respirar o movernos, hasta procesos más complejos como razonar y resolver problemas. Sin embargo, para que este órgano funcione de manera óptima en el aprendizaje, necesita más que solo información: necesita emocionarse”, señala el psicólogo.
Por su parte, Javier Espinosa, Premio Nacional de Educación de España, destaca que la atención plena de los estudiantes no dura más de 15 o 20 minutos. Esto evidencia que la clase tradicional, en la que los estudiantes reciben información de forma pasiva y en un solo sentido, no es eficaz, ya que el cerebro pierde interés rápidamente.
“Por eso, el docente debe transmitir los contenidos de forma atractiva. El cerebro necesita emocionarse para aprender, y para ello es crucial generar deseo. Es fundamental producir un neurotransmisor llamado dopamina, que es el encargado de activar las funciones ejecutivas del cerebro”, explica Espinosa.
Aprender no es lo mismo que memorizar
Existen diferencias notables entre memorizar y aprender. Mientras que memorizar implica la repetición de datos de manera automática, el aprendizaje requiere un procesamiento más profundo. Aprender no solo significa adquirir información nueva, sino integrarla con lo que ya sabemos, comprenderla y ser capaces de aplicarla en distintos contextos. En este sentido, las emociones permiten que lo aprendido se arraigue de manera más sólida, ya que el cerebro lo percibe como relevante.
Ortiz puntualiza que “memorizar es solo una parte del aprendizaje, porque para, realmente, aprender necesitamos usar y conectar el conocimiento”.
Para fomentar un deseo genuino de aprender, el experto español Javier Espinosa sugiere el uso de la gamificación, ya que “sirve para desarrollar habilidades y destrezas útiles en la vida diaria que, de otra forma, podrían quedar relegadas a un segundo plano”.
El aprendizaje efectivo no consiste solo en acumular datos, sino en hacer que estos resuenen con nuestras emociones. El cerebro necesita emocionarse para aprender, ya que solo cuando algo se percibe como significativo, las redes neuronales se activan de manera óptima, facilitando un aprendizaje profundo y duradero.