Covid 19, las secuelas que no terminan

Por Leny Chuquimia

El Covid-19 nunca se fue. Aunque ya no se cuentan los contagios a diario ni los hospitales están colapsados, sus huellas siguen presentes en la vida de miles de bolivianos y bolivianas. Hay quienes cargan con pulmones debilitados, quienes arrastran problemas cardíacos y quienes ven limitada su energía cada día.

También hay familias que aún pierden a sus seres queridos por complicaciones tardías. Esas muertes silenciosas se suman a las estadísticas mucho después de que la pandemia dejó los titulares y cuando ya no están siendo vigiladas de forma activa.

“Especialmente las personas que han pasado un Covid grave, las que fueron a terapia intensiva, son las que van a presentar secuelas a más largo plazo. Una de ellas es la fibrosis pulmonar: cuando los pulmones pierden elasticidad. Esta es la principal consecuencia y hace que las personas no tengan una respiración adecuada”, explica Gabriel Mendoza, patólogo y docente de la carrera de Medicina en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Secuelas y daños permanentes 

Para millones de personas en el mundo, el Covid-19 no terminó con la recuperación inicial. Lo que en un principio parecían molestias pasajeras se transformó en un catálogo de síntomas que se extienden en el tiempo.

La Organización Mundial de la Salud reconoce este cuadro como pos-Covid o Long Covid, y estima que uno de cada diez infectados puede experimentarlo.

“Se puede presentar tos persistente, dificultad para respirar, palpitaciones, taquicardia, fatiga extrema, dolores musculares y articulares, además de insomnio, ansiedad, depresión, diarrea, dolor abdominal o pérdida de olfato y gusto”, detalla Mendoza.

Estos síntomas aparecen, por lo general, a los tres meses de la infección y no se explican por otra causa. Aunque pueden mejorar con el tiempo, en muchos pacientes se prolongan durante años.

Pero no se trata sólo de molestias que se arrastran. También están los daños permanentes o de larga duración, sobre todo en pacientes que tuvieron cuadros graves o pasaron por terapia intensiva. 

Médicos en América Latina y Europa describen casos de fibrosis pulmonar que limita de forma irreversible la capacidad respiratoria, secuelas cardíacas como arritmias o insuficiencia, e incluso daños neurológicos que aumentan el riesgo de accidentes cerebrovasculares. A esto se suman estudios recientes que vinculan la infección con un incremento en la aparición de diabetes tipo 2. 

También puede ser mortal 

“Dependiendo de si hay enfermedades de base puede ser mortal”, sostiene Mendoza. Explica que las secuelas y daños permanentes son mortales dependiendo de la gravedad o de si hay patologías de base. 

“Por ejemplo, personas que han tenido obesidad, diabetes u otras patologías, son las que más secuelas presentan y a veces son complicaciones de la misma enfermedad lo que puede llegar a ser mortal. Es difícil calcular una tasa de mortalidad o el tiempo, ya que pueden ser de cinco a 10 o 15 años en los que pueden presentarse estas secuelas y avanzar”, manifiesta.

El relato de quienes conviven con estas secuelas ofrece un espejo del desafío: trabajadores jóvenes que no logran retomar su nivel de productividad, adultos mayores que quedaron dependientes de oxígeno, estudiantes que arrastran problemas de concentración. La vida cotidiana se vuelve un terreno cuesta arriba, con un impacto que trasciende al individuo y alcanza a las familias y al sistema de salud.

Lo que hoy emerge es la dimensión silenciosa de la pandemia, millones de personas que cargan con cicatrices invisibles, entre síntomas persistentes y daños irreversibles, y que demandan atención, investigación y políticas públicas más allá de la emergencia.

¿Cuántos murieron en Bolivia? 

El Censo 2024 convirtió ese luto colectivo en cifras duras. La boleta censal preguntó directamente si alguien en el hogar había muerto desde 2019 y si la causa fue el Covid-19. Esa casilla recogió lo que las estadísticas frías no logran mostrar, la dimensión íntima del duelo. Detrás de cada “sí” hay un padre, una madre, un abuelo o una hermana que ya no está.

Bolivia esperaba superar los 12 millones de habitantes, pero el conteo revela otra realidad: 11.312.620 personas. Más de medio millón menos de lo proyectado. No se trata de un simple desfase, una parte es la huella que dejó el coronavirus en la población.

Según los resultados del censo, la pandemia provocó un exceso de más de 55.000 muertes y aceleró otras tendencias que ya se asomaban. La fecundidad cayó a 2,1 hijos por mujer, lo que significó 350.000 nacimientos menos. La migración, empujada también por la crisis, restó más de 100.000 habitantes. En conjunto, estos factores explican la diferencia que sorprendió al país.

Las secuelas, sin embargo, no son solo demográficas. Son médicas, sociales y emocionales. En los barrios, en las comunidades rurales, en las ciudades, hay bolivianos que conviven con la enfermedad mucho después de haber superado la fase aguda.

Las cifras cierran en una hoja, pero las consecuencias del Covid-19 seguirán escribiendo la historia demográfica y humana del país durante muchos años más. Bolivia se enfrenta ahora al desafío de entender esas secuelas y de dar respuestas en salud, educación y políticas públicas. Las nuevas generaciones de profesionales deberán estar listas para asumir ese reto.

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