Halloween y Todos Santos, dos mundos que conviven en la memoria, la cultura y el turismo boliviano
Por Ricardo Espinoza
En las calles, los disfraces y luces de neón anuncian el Halloween. A pocas cuadras, el aroma del pan, las velas y las flores amarillas de la tantawawa revelan otro mundo: el de Todos Santos, una tradición profundamente arraigada en el corazón boliviano. Dos celebraciones aparentemente opuestas, pero que conviven cada año en un mismo escenario cultural, activando un movimiento social, cultural y turístico que dinamiza la economía y atrae a visitantes en todo el país.
Cada 31 de octubre, las ciudades bolivianas se llenan de colores, música y creatividad. Halloween ha ganado terreno especialmente entre los más jóvenes, quienes ven en esta fecha una oportunidad para divertirse, expresarse y crear comunidad. Centros comerciales, discotecas, universidades y barrios organizan fiestas temáticas, mientras los niños recorren las calles pidiendo dulces con el clásico “¿dulce o truco?”.
Sin embargo, apenas amanece el 1 de noviembre, Bolivia cambia de ritmo. Las casas se impregnan de un aire solemne y espiritual. Las familias preparan mesas llenas de tantawawas, masitas, frutas, escaleras y caballitos de pan, símbolos que representan el retorno de las almas. Es el tiempo de Todos Santos, una tradición que trasciende la religión para convertirse en un acto de amor, de memoria y de reencuentro con los que ya partieron.
En Bolivia, la espiritualidad y la celebración están profundamente conectadas con la identidad; por ello, la tradición de Todos Santos en el país es diversa, por las costumbres que se generan en las diferentes poblaciones, explica Claudia Cadena, directora de la carrera de Administración de Hotelería y Turismo de Unifranz El Alto.
“Cada fiesta, cada tradición, nos habla de nuestra historia y de cómo las comunidades mantienen vivos sus lazos con los antepasados. Es precisamente eso lo que hace que el turismo cultural, en estas fechas, tenga tanto valor: los visitantes no solo observan, sino que viven la emoción y el significado detrás de cada gesto y símbolo”, añade la profesional.
Una dualidad que define la identidad boliviana
Bolivia no elige entre una u otra, las vive ambas. Esa dualidad refleja la riqueza de su identidad: una sociedad que dialoga entre lo global y lo local, entre la modernidad y las raíces. Halloween, una fiesta adoptada y adaptada al contexto boliviano con un toque propio —disfraces inspirados en personajes locales, festivales universitarios o ferias temáticas—, mientras que Todos Santos se mantiene firme, reivindicando la conexión con los ancestros y el valor de la comunidad.
Ambas celebraciones, aunque diferentes, mueven la economía, la cultura y el turismo. Mientras “la noche de brujas” dinamiza el comercio de disfraces, decoración y entretenimiento y tiene una connotación más comercial, Todos Santos impulsa el turismo interno, la gastronomía tradicional y las visitas a cementerios y pueblos donde las familias se reencuentran alrededor de la fe y la memoria.
Un fenómeno que trasciende fronteras
En otros países, estas fechas también tienen un impacto notable. México, por ejemplo, convierte el Día de Muertos en un acontecimiento cultural y turístico de alcance mundial, en el que millones de turistas visitan el país, atraídos por sus altares, desfiles y expresiones artísticas que rinden culto a los difuntos. El resultado: un movimiento económico que supera los 1.500 millones de dólares anuales, según datos del Ministerio de Turismo mexicano, demostrando cómo la tradición y la economía pueden coexistir armónicamente.
Cadena destaca que Bolivia también tiene ese potencial. “Cada año vemos cómo más viajeros buscan experiencias auténticas y significativas. Todos Santos, con su mezcla de tradición, fe y gastronomía, tiene un valor enorme para el turismo cultural boliviano”, afirma. “Si logramos fortalecer estas expresiones desde la educación, la gestión pública y la promoción turística, podemos posicionar al país como un referente regional en turismo de experiencias”.
Bolivia, con su particular sincretismo y autenticidad, tiene también ese potencial. Las ferias, las ofrendas y los espacios de encuentro que surgen en torno a Todos Santos y Halloween no solo conservan la memoria, sino que proyectan una imagen viva y diversa del país al mundo, abriendo oportunidades para el turismo cultural y comunitario.
Ambas fechas, más que oponerse, se complementan: una invita a celebrar la vida a través del juego y la fantasía; la otra, a honrar la vida a través del recuerdo y el afecto.