Fumar para relajarse: una peligrosa tendencia entre estudiantes universitarios

Por Lily Zurita Zelada

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El humo se expande en los patios universitarios como si fuera parte del paisaje. Entre aulas llenas y exámenes próximos, muchos estudiantes prenden un cigarrillo sabiendo que les daña, pero lo usan como válvula de escape. Esa respiración entre pausas parece calmar, aunque cada bocanada sea una apuesta peligrosa contra su salud física y mental. El tabaco se convierte en el refugio silencioso para quienes sienten la presión de no fallar.

“Creo que todos los consumidores en una primera instancia han probado el tabaco o cualquier otra droga por curiosidad. Sin embargo, la han podido asociar a un evento de tranquilidad. El tabaco en sí no genera tranquilidad, sino el que uno se tome la pausa para hacer una respiración profunda. Entonces, es posible que asociar la tranquilidad por una buena respiración con el consumo de tabaco genere cierta dependencia”, explica Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Camila va por su tercer año de Derecho, entre apuntes y café, fuma afuera de la facultad. “Cuando regreso de clases, me siento tensa, como si no respirara bien, y ese cigarro me calma, aunque solo sea un rato”, recuerda. Ella es parte de ese grupo universitario que utiliza el tabaco como acompañante en el cansancio, consciente del daño, pero creyendo que no tiene otra alternativa en el momento.

“Cuando un estudiante no tiene un pensamiento crítico y no analiza los fenómenos sociales desde su propia convicción y su parámetro de valores humanos, puede pensar que, porque todo el mundo lo hace, está bien”, añade Loayza. 

La normalización del hábito agrava el problema. Ver a compañeros fumar entre clases o durante los descansos crea un clima donde parece inevitable fumar. Para muchos jóvenes, decir “todos lo hacen” es suficiente para ignorar los riesgos. Sin reflexión crítica, el tabaco deja de ser una elección consciente y se convierte en un reflejo condicionado.

Según la OMS, el tabaco mata más de siete millones de personas cada año en el mundo, incluyendo más de un millón de no fumadores expuestos al humo ajeno. Y, aunque en algunos países el consumo ha bajado, uno de cada cinco adultos aún está enganchado al tabaco. Esa cifra revela cuán profundamente atrapada está la sociedad en esta adicción silenciosa.  

El sentimiento de culpa y la autocrítica, aparecen también. Muchos fumadores saben que daña sus pulmones, su resistencia física o su capacidad de concentración, pero el cigarrillo se convierte casi en ritual: el contacto con otros fumadores, salir al exterior, esa pausa del estudio o del aula, es un confort breve, que cuesta caro.

En Bolivia, los jóvenes de entre 12 y 24 años son un grupo especialmente vulnerable. La OPS/OMS advierte que el 7,4 % de la población boliviana consume tabaco, y de ellos 9,6 % prefieren cigarrillos electrónicos. Esta segunda cifra preocupa porque quienes usan dispositivos electrónicos tienen al menos el doble de probabilidades de fumar cigarrillos convencionales más adelante.  

En los entornos educativos, el desafío no está solo en las reglas, sino en los valores que se transmiten. Las universidades son espacios donde los jóvenes aprenden a cuidar no solo su futuro profesional, sino también su bienestar. Prohibir el cigarrillo no basta: el cambio real ocurre cuando la comunidad universitaria comprende que el respeto por la salud ajena también es una forma de educación. 

“En las universidades no se permite el uso o el consumo de cigarrillos dentro de la infraestructura, ni a tres cuadras de la redonda, por respeto a las personas que no lo hacen, porque también estamos en un entorno colectivo donde hay menores de edad y es dañino para todas las personas y porque debemos enseñar siempre con el ejemplo”, concluye la directora de la carrera de Psicología en Unifranz. 

El verdadero reto está en cambiar la percepción. No basta con prohibir fumar en espacios físicos, se debe generar conciencia individual, fortalecer el pensamiento crítico y ofrecer otras vías de alivio del estrés, como la activación física, las técnicas respiratorias o la asesoría psicológica. Solo así dejará de sentirse que el cigarro es la única salida.

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