32 años de transformación educativa con innovación y propósito

Por Antonio Ortega

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Los ojos se le nublan de recuerdos. Mientras habla, Carmen Ágreda se ve a sí misma acomodando las cortinas de la recién creada Universidad Franz Tamayo en La Paz, el martes 4 de mayo de 1993. Pasaron 32 años y la Universidad ha apostado por una transformación que combina la innovación con el compromiso humano, consolidándose como una de las instituciones educativas más influyentes del país.

Ubicada en la calle Abdón Saavedra, en Sopocachi, Unifranz abrió sus puertas con una visión audaz para la época: reinventar la educación superior en Bolivia. Carmen, una de sus primeras trabajadoras, recuerda cómo por la mañana llegó la resolución ministerial de funcionamiento y en la tarde ya estaban instalando el mobiliario. Desde entonces, más de tres décadas años han pasado en un suspiro. “Es mi vida misma”, dice con emoción.

Unifranz nació como un sueño impulsado por la familia Ágreda entre 1990 y 1993. La institución que lleva el nombre del pensador boliviano Franz Tamayo ha evolucionado en todos los sentidos: desde su infraestructura hasta su modelo educativo, que hoy está centrado en la innovación y la transformación de la educación en Bolivia.

De la memoria al cambio: evolución que transforma

Carmen trabajó y vivió en carne propia la metamorfosis de la institución. De unos cuantos ambientes, Unifranz pasó a tener modernas, con proyecciones de expansión y tecnología de punta al servicio de los estudiantes.

“La Universidad Franz Tamayo nació de un sueño que compartimos con mi esposa (Celsa Nogales) y que vino después de una reflexión de la vida que estábamos pasando en ese momento en Bolivia. Teníamos dos opciones: ser espectadores o protagonistas. Decidimos por la economía del conocimiento”, informó Abel Ágreda, fundador de Unifranz.

La educación ya no es la misma. Hoy, estudiantes y docentes están inmersos en un entorno digital y globalizado. La historia de Carmen se cruza con recuerdos de antiguos alumnos que ahora son profesionales exitosos, muchos de ellos formados en carreras con enfoque innovador, como Medicina, Odontología o Ingeniería de Sistemas.

Carmen hurga un poco en su memoria y rememora algunos nombres de los primeros estudiantes de la Universidad.

“Los recuerdo muy jovencitos a los alumnos, pero cuando los veo en la calle ya no los reconozco. Sí, por el nombre sí me acuerdo; pero todos hemos cambiado con los años”, afirma Carmen frente a su computadora.

Con el tiempo muchas cosas han cambiado, hoy la sede La Paz de Unifranz está en la intersección de las calles Landaeta y Héroes del Acre y además tiene oficinas y cursos en un predio vecino; pero también hay un terreno que pronto será construido para la comunidad universitaria. Sí, la Universidad ha cambiado.

Por su parte, los fundadores de esta Casa de Estudios Superiores, Abel Ágreda y Celsa Nogales, aseguraron que seguirán dando muchas más satisfacciones al país, porque “un país sin educación está predestinado a estar en la postergación. Ello porque la educación no transforma un país sino transforma a los hombres que van a transformar el país y el mundo”.

Algunos cambios son casi irreversibles, Carmen recuerda que un día fue al médico y no reconoció al galeno que estuvo frente suyo; él era parte de Unifranz y le entregó un abrazo inolvidable cuando volvió a verla.

Después de recorrer por algunos recuerdos, la administrativa hace una afirmación que ha madurado con los años: “Unifranz ha sido mi primer trabajo y mi único trabajo”.

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Compromiso y resiliencia: los motores de la innovación

Ana Quisbert Blanco también recuerda cómo Unifranz se consolidó con esfuerzo. Desde su ingreso en 1997, ha sido parte de los momentos más desafiantes de la universidad, incluyendo la expansión a El Alto, Santa Cruz y Cochabamba. Uno de los momentos más críticos fue cuando incendiaron la sede cruceña en 2003, pero la comunidad universitaria respondió unida, marchando en defensa del derecho a educar.

Ese compromiso se traduce hoy en un ecosistema universitario que, apuesta por la transformación digital, metodologías activas y una cultura institucional centrada en el bienestar y el futuro.

Luego de La Paz, en 1993, nacieron las sedes de El Alto, Santa Cruz y Cochabamba. Cada una de ellas con su propia historia. Eran tiempos en los que Unifranz necesitaba el compromiso de su gente.

Ana recuerda que luego del incendio en la sede Santa Cruz, en la ciudad de La Paz se organizaron marchas para pedir justicia y evitar avasallamientos en tierra cruceña. “Éramos pocos, pero marchamos por el Prado en señal de protesta por lo que nos habían hecho”, rememora. Al final la Justicia falló a favor de Unifranz y aquel evento quedó en una dolorosa anécdota.

Amor con amor se paga y en Unifranz la lealtad se paga con cariño. Ana recuerda cuando sus jefaturas le llevaron una torta cuando le reasignaron sus labores. Y también se emocionó cuando dos estudiantes de Derecho fueron donde ella y le obsequiaron una cadena y un anillo de oro. Ella no quería recibir el obsequio; pero al final lo hizo. “‘Le queremos regalar con mucho cariño’, me dijeron y yo les respondí ‘lo único que hago es hacer mi trabajo”, indica.

Cuando trabajaba en la Unidad de Admisión, Control y Registro Académico (Arca) nació en Ana una cualidad.

“Yo los conocí a los estudiantes de memoria, por apellido. De memoria sabía quiénes eran, preparaba sus documentos y les ayudaba a hacer sus pendientes”, dice Ana, la mujer que tiene una base de datos repleta de nostalgia.

De la máquina de escribir a la inteligencia artificial

Carola Centellas Ortiz, “Carito” para todos, fue testigo de otra gran revolución: la tecnológica. Ingresó en 1998, cuando los documentos se redactaban en máquina de escribir eléctrica. Hoy, domina el uso de la inteligencia artificial para optimizar procesos académicos. “He aprendido a aprender. Antes solo usaba el celular para llamar; ahora es mi herramienta de trabajo”, dice mientras muestra con destreza su computadora.

Carola encarna el espíritu innovador de Unifranz: adaptarse, crecer y liderar el cambio. “Antes éramos unos 30 administrativos, todo ha cambiado ahora que somos más”, afirma.

Durante la pandemia, la universidad no detuvo su marcha. Implementó clases virtuales y fortaleció las competencias digitales de toda su comunidad. “Siempre damos un poco más. No es obligación, es vocación”, dice Carola con una sonrisa adornándole el rostro.

Su memoria se inunda de imágenes, recuerda que en el pasado los administrativos inventaban todo lo posible por ayudar a los estudiantes. “Antes hacíamos todo a mano y pensar que ahora apretamos una tecla y nos sale todo un reporte”, explica. Hoy son casi 20.000 estudiantes y unos 1.500 docentes quienes están involucrados con la educación.

El compromiso con Unifranz nunca faltó. Los problemas sociales podían paralizar el país; sin embargo, los docentes y los administrativos no faltaban a clases.

“Nosotros no faltamos porque hay un compromiso con el trabajo, además hay cariño por lo que uno hace y eso es importante. Cuando podemos dar un poquito más, lo damos. Tenemos un horario, pero muchas veces nos quedamos más allá del horario y no hay quejas porque amamos lo que hacemos”, añade.

Durante más de tres décadas, “Carito” ha visto crecer a muchas generaciones en Unifranz y eso la llena de orgullo.

“Tengo la satisfacción de verlos profesionales y trabajando. Incluso tenemos a estudiantes de Medicina que se han especializado en Estados Unidos y que han vuelto para trabajar como docentes nuestros”, refiere Carola. 

Aprender haciendo, innovar para trascender

Carmen, Ana y Carola son tres pilares humanos de esta historia de innovación educativa. A lo largo de estas tres décadas, Unifranz ha crecido con una visión clara: preparar profesionales con competencias globales, habilidades tecnológicas y sentido humano.

El modelo educativo “Aprende haciendo” impulsa a los estudiantes a aplicar la teoría en contextos reales. Los laboratorios modernos, el título con alcance internacional y la formación en idiomas son parte del ecosistema que conecta a Unifranz con las necesidades del siglo XXI.

Hoy, la universidad es reconocida como uno de los mejores lugares para trabajar en Bolivia. Pero más allá de los reconocimientos, lo que define a Unifranz es su capacidad de reinventarse continuamente, con la innovación como brújula y las personas como motor.

“De acá al futuro sólo nos queda seguir creciendo”, dice Carmen, la mujer que ha dedicado su vida a la Universidad que no deja de transformarse.

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Antonio Ortega

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