La Paz, 477 años de historia viva y raíces que resisten al tiempo

Por Lily Zurita Zelada

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La Paz se despliega entre cerros y abismos como quien sostiene un secreto ancestral. Su vida cotidiana es un ejercicio permanente de resistencia. Las ferias, los mercados, las casas de adobe y las microempresas sobreviven no por inercia sino por voluntad colectiva; no solo resisten gobiernos o crisis económicas, sino la presión de ser olvidados. Cada mañana, los paceños enfrentan una geografía difícil, servicios precarios y desigualdades urbanas que otros ignoran.

“La responsabilidad de lo bueno y malo que nos pasa, es esencialmente nuestra. En La Paz, la historia no se hereda como un objeto; se trabaja cada día con memoria, esfuerzo y compromiso. Los paceños construyen su identidad en la práctica: con el trueque de saberes, con la protesta colectiva y con los rituales que sostienen la convivencia”, explica Javier Zárate Taborga, docente de la carrera de Periodismo en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, a propósito de la celebración de los 477 años de fundación de Nuestra Señora de La Paz por parte del capitán Alonso de Mendoza, el 20 de octubre de 1548.

La resistencia paceña no es pasiva, es creativa cada día. En los puestos de los mercados se reinventa la gastronomía tradicional; en los barrios se organizan redes de cuidado que complementan la ausencia estatal; en los talleres artísticos y culturales florecen expresiones que rescatan lenguas, tejidos y leyendas. Esa trama colectiva articula una ciudad que se hace y se rehace cada día con una nueva puesta del sol.

“Resistir en La Paz implica conservar la memoria colectiva y traducirla en acciones concretas: defender el acceso al espacio público, garantizar fuentes de ingreso para familias, preservar prácticas culturales que fortalecen la identidad comunitaria. En acciones como los mercados comunales de Villa Bolívar, los talleres interculturales de El Alto y el mercado de las pulgas en Sopocachi se hace evidente esa lucha”, declara la Asociación de Mujeres Artesanas “Manos de Luz”.

El 20 de octubre de 1548 marcó formalmente la fundación de La Paz; sin embargo, la verdadera fundación ocurre cada día cuando alguien decide enseñar una lengua indígena, iniciar un emprendimiento pese a la incertidumbre o preservar una costumbre en peligro. Esa fecha es un punto de partida simbólico, porque la ciudad se construye con quienes mantienen viva la memoria.

“La Paz no solo se sostiene por sus edificios o por su historia escrita, sino por la voluntad de su gente. Cada persona que decide no rendirse ante la adversidad está fundando nuevamente la ciudad, dándole sentido y vida a su identidad colectiva”, añade Zárate.

Frente a los embates de la modernidad, gentrificación, falta de vivienda digna o transporte insuficiente surgen iniciativas populares que proponen soluciones desde abajo. Cooperativas de construcción, asociaciones de mujeres campesinas que venden productos locales y redes culturales revitalizan espacios públicos, generando nuevas economías solidarias.

“La fuerza de las raíces paceñas está en su capacidad de resistir y transformarse sin perder su esencia. En sus barrios, comunidades y ferias, las personas encuentran formas de convivencia y apoyo mutuo que reflejan una memoria viva. Esa es la verdadera herencia que mantiene unida a esta ciudad”, señala un informe del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB), institución dedicada al estudio de las dinámicas culturales y sociales del país.

Hoy, la celebración de otro aniversario de la fundación ya no es solo rememorar la fecha antigua; es comprobar que la ciudad sigue viva gracias a quienes la habitan. Cada feria, cada ritual festivo, cada historia que se cuenta en los cafés o en los boliches del centro es un acto de pertenencia. 

La Paz no solo se conmemora, se reafirma en su diversidad, en su historia compartida y en su capacidad para reinventarse.

“La Paz tiene una energía que nace del pueblo. No es una ciudad que se conforma con la rutina ni con las imposiciones externas. La lucha de las raíces paceñas es también una lucha por el reconocimiento, por la justicia y por la dignidad. En cada conflicto o dificultad, los paceños encuentran una razón para volver a empezar”, concluye el docente de Periodismo en Unifranz.

Mirar a La Paz hoy es contemplar una ciudad que se ha reconstruido tantas veces que aprendió a mirar lejos sin olvidar sus raíces. Raíces golpeadas por la historia, por la exclusión y la marginalidad, pero que responden con creatividad, solidaridad y dignidad. Esa persistencia es la verdadera herencia paceña: no una copia del pasado, sino la fuerza viva de transformar la adversidad en esperanza colectiva.

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