Entre la esperanza y la frustración: jóvenes que buscan trabajo y no saben cómo empezar

“Estudié, me esforcé, me titulé (…), y, ahora, ¿qué hago?” Es la pregunta silenciosa que muchos jóvenes bolivianos se hacen al egresar de la universidad. Aunque Bolivia ha avanzado en cobertura educativa, los desafíos estructurales del empleo juvenil continúan minando las expectativas de una generación que quiere aportar, crecer y transformar su realidad.
Entre la precariedad, la informalidad y un mercado laboral desalineado con la educación, los jóvenes caminan sobre una cuerda floja en busca de oportunidades reales.
En Bolivia, cada año más de 100.000 jóvenes intentan incorporarse al mercado laboral. Sin embargo, gran parte termina en la informalidad o el desempleo. Las estadísticas hablan por sí solas: el 98,4% del empleo urbano juvenil fue considerado precario en 2019, y el 75% de los jóvenes ocupados en 2025 continúa vinculado al sector informal, con trabajos inestables, sin beneficios sociales ni protección laboral.
“La economía boliviana, orientada hacia sectores de baja productividad como el comercio y los servicios, no está generando los empleos de calidad que los jóvenes necesitan”, afirma Rafael Vidaurre Cladera, coordinador del Observatorio Nacional del Trabajo (ONT). El resultado: una generación frustrada, sobrecalificada y desmotivada.
Desconexión entre educación y empleo
Una de las paradojas más dolorosas es que, pese al incremento de la formación superior, muchos jóvenes no consiguen insertarse laboralmente en condiciones acordes a su preparación. Según estudios recientes, el 56% de los trabajadores jóvenes posee más formación que la que requiere el puesto que ocupan, y el 47% de los egresados universitarios termina desempleado, subempleado o creando un negocio por necesidad, no por vocación.
“La educación tiene que dejar de formar profesionales solo para el título”, sostiene Verónica Ágreda de Pazos, rectora nacional de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. “Hoy, necesitamos un modelo que articule competencias, tecnología, propósito y sentido de transformación social. Solo así podremos cerrar la brecha entre lo que enseñamos y lo que el mercado necesita”.
Empleo juvenil: una bomba de tiempo social
La falta de empleo digno para los jóvenes no es solo una crisis económica, es también una emergencia social. Muchos migran dentro y fuera del país buscando mejores horizontes, mientras otros, atrapados en el subempleo o el desempleo, ven afectada su salud mental, su autoestima y su desarrollo profesional.
“Una sociedad que no ofrece futuro a sus jóvenes está sembrando desigualdad y frustración”, reflexiona Ágreda, quien también es presidenta de la Asociación Nacional de Universidades Privadas de Bolivia (ANUP).
A pesar de iniciativas como “Mi primer empleo digno” o los créditos del programa “Emprende Bolivia”, las políticas públicas siguen siendo parciales y poco sostenibles. Según Vidaurre, “la legislación laboral es rígida, la carga fiscal elevada, y las políticas actuales no abordan los desafíos estructurales del mercado laboral juvenil. Se necesita una visión intersectorial y a largo plazo”.
La digitalización: entre la esperanza y la exclusión
Uno de los pocos faros en este panorama sombrío es la digitalización. En palabras de Vidaurre, “incrementar en un 10 % los niveles de digitalización podría reducir en un 2,2 % la tasa de desempleo, generando más de 122.000 empleos formales en Bolivia”. Pero esta promesa viene con una trampa: la brecha digital.
Solo el 3 % de los municipios en zonas rurales cuenta con acceso a internet cableado, y apenas el 13 % de las escuelas públicas tiene computadoras. Esta situación deja fuera del desarrollo digital a miles de jóvenes, especialmente en áreas rurales y periurbanas.
“Los jóvenes bolivianos necesitan herramientas, formación y conectividad para ser protagonistas de la economía digital. Sin eso, hablar de transformación es solo un discurso”, enfatiza Ágreda.
Desafíos múltiples, oportunidades concretas
Los problemas son claros: alta informalidad, subempleo, brechas de género, desajuste educativo, brecha digital y una estructura normativa poco flexible. Pero también hay oportunidades:
- Fortalecer la educación técnica y tecnológica, articulada con sectores productivos reales.
- Fomentar el emprendimiento digital con acceso a formación y financiamiento.
- Implementar programas de transición del aula al empleo, que acompañen a los jóvenes desde sus últimos años de formación.
- Promover alianzas entre universidades, Estado y empresas para formar talento con futuro.
- Digitalizar con equidad, garantizando conectividad y formación tecnológica en todos los territorios.
Para el coordinador del ONT, “los jóvenes no necesitan promesas, necesitan políticas reales, sostenibles y coherentes con sus realidades”.
Una apuesta por los jóvenes es una apuesta por el país
No se trata solo de números, sino de sueños, de proyectos de vida que no pueden seguir postergándose. Es urgente transformar la visión del empleo juvenil: dejar de verlos como mano de obra barata o fuerza de trabajo temporal y comenzar a reconocerlos como agentes clave del desarrollo nacional.
“Creemos en una juventud capaz de transformar su país. Pero para eso, necesitamos cambiar el enfoque: de la sobrevivencia a la oportunidad, del asistencialismo al empoderamiento”, concluye Ágreda con convicción.
Bolivia tiene talento. Tiene juventud. Tiene potencial. Solo falta voluntad política, articulación multisectorial y un modelo educativo que apueste por el presente y no solo por el futuro. Porque si no es ahora, ¿cuándo?