Por Cristofer Ramiro Ortiz Flores, Neurosicólogo clínico
¿Alguna vez te preguntaste por qué recordamos mejor las experiencias que nos emocionan? Simplemente, porque el aprendizaje y la emoción están íntimamente entrelazados en el cerebro y cada nueva lección que adquirimos deja huella en nuestras neuronas.
En este viaje hacia el entendimiento del cerebro, es crucial reconocer que aprender no es solo una cuestión de acumular información. Nuestras emociones juegan un papel protagónico, moldeando qué aprendemos, cómo lo recordamos y cómo usamos ese conocimiento para enfrentar el mundo.
Cuando nos sentimos motivados, el cerebro se enciende como un motor que ha encontrado su combustible perfecto. La dopamina comienza a fluir, haciendo que el cerebro esté abierto a nuevas ideas. Por eso, cuando algo realmente nos interesa, lo absorbemos con más facilidad.
Imagina que estás en una clase de historia y el profesor, en lugar de limitarse a leer datos, cuenta la historia de un héroe que luchó por la libertad. Esa chispa emocional que sientes hace que esa lección se quede contigo de manera más vívida que cualquier otra. Las emociones actúan como pegamento, ayudando a que las ideas se adhieran mejor en nuestra memoria.
Un claro ejemplo es cuando nos ponemos el desafío de aprender a tocar un instrumento musical. Al principio, es difícil. Los dedos no responden, las notas suenan torpes, pero con el tiempo, el cerebro recompensa el esfuerzo, liberando pequeñas dosis de dopamina cada vez que avanzamos. La satisfacción emocional de progresar es lo que nos impulsa a continuar.
Sin embargo, el miedo, la ansiedad o el estrés pueden convertirse en barreras casi impenetrables. En momentos de alta tensión, el cerebro prioriza la supervivencia sobre el aprendizaje. La amígdala, la estructura que gestiona nuestras respuestas de miedo, toma el control y envía señales de alerta. El estrés nos ciega, bloqueando el flujo de información hacia el hipocampo, que es la región donde se almacenan recuerdos a largo plazo.
Es por esto que ambientes cargados de presión y ansiedad pueden inhibir la capacidad de un estudiante para aprender. Si una persona se siente juzgada o amenazada, su cerebro está en modo de “lucha o huida”, impidiendo que la información se procese adecuadamente.
Un estudiante que se enfrenta a la expectativa de obtener calificaciones perfectas, en lugar de disfrutar el proceso de aprendizaje, se paraliza por el miedo al fracaso. Sus neuronas, en lugar de crear nuevas conexiones, luchan por mantenerse a flote en medio de un mar de cortisol, la hormona del estrés.
Cada vez que aprendemos algo nuevo, nuestras neuronas experimentan un cambio físico. Este proceso, llamado neuroplasticidad, es la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones. La “potenciación a largo plazo” es uno de los principales mecanismos detrás de esto.
Cuando estás aprendiendo a andar en bicicleta. Al principio, todo parece torpe. Pero cuanto más practicas, más fluida se vuelve la experiencia. Tus neuronas están formando un circuito cada vez más eficiente que, con el tiempo, hace que puedas pedalear sin pensar demasiado. Lo mismo sucede con cualquier tipo de aprendizaje.
El cerebro no solo refuerza conexiones, sino que también crea nuevas neuronas en áreas específicas como el hipocampo, un fenómeno conocido como neurogénesis. Esto significa que estamos moldeando y construyendo nuestro cerebro con cada nueva lección.
El aprendizaje es un viaje emocional. Cada vez que te enfrentas a un nuevo reto, tu cerebro está experimentando una serie de transformaciones, no solo en las conexiones entre neuronas, sino en cómo te sientes al respecto.