El fenómeno storytime: un nuevo lenguaje generacional para contar, denunciar y conectar

Por Lily Zurita Zelada

#image_title

El auge de los storytimes en plataformas como TikTok y YouTube ha cambiado profundamente la forma en que se narran experiencias personales. En Bolivia, este formato se ha convertido en una vía donde historias sensibles que normalmente quedarían en silencio emergen sin pasar por canales formales. La espontaneidad y el tono íntimo generan una conexión emocional que impulsa a las personas a contar vivencias incómodas, incluso aquellas que podrían requerir respaldo institucional.

“Se trata de un espacio emocionalmente seguro porque reduce el temor, la vergüenza y la percepción de barreras. Al no existir una autoridad que observe o juzgue el relato, las personas sienten que pueden expresarse con libertad, incluso cuando hablan de hechos que podrían tener implicaciones legales si se denunciaran formalmente”, explica Zulma Aliaga, directora interina de la Carrera de Derecho, en la Universidad Franz Tamayo (Unifranz).

Los storytimes evolucionaron de relatos casuales a testimonios que exponen tensiones sociales. La sensación de cercanía permite que experiencias difíciles encuentren un espacio de expresión que no siempre está disponible en medios tradicionales o instancias institucionales. Esa apertura convierte al formato en una herramienta que facilita que historias antes privadas obtengan un eco colectivo.

“Los espacios digitales se transformaron en zonas donde los jóvenes pueden narrar lo que viven sin la rigidez de estructuras adultocéntricas. Allí experimentan un sentido de refugio narrativo que les permite explicar emociones, injusticias y tensiones que, en otros entornos, serían minimizadas o ignoradas por quienes deberían escucharlos”, expresa Danah Boyd, investigadora sénior en Data & Society Institute.

En Bolivia, cada vez más jóvenes utilizan estos videos para hablar de situaciones como acoso escolar, discriminación, violencia simbólica o abusos cotidianos. Aunque inician como anécdotas, muchos relatos terminan denunciando dinámicas normalizadas, mostrando lo difícil que puede ser acceder a espacios institucionales que garanticen acompañamiento y respuesta.

“Las plataformas digitales generan para los jóvenes una sensación de horizontalidad que no encuentran en instituciones percibidas como burocráticas. Allí sienten apoyo, escucha y una especie de anonimato relativo que les permite expresar experiencias difíciles sin pasar por protocolos que muchas veces viven como fríos o despersonalizados.”, añade Aliaga.

El atractivo del formato radica en su capacidad de transformar narraciones cotidianas en señales de alerta social. Historias aparentemente simples pueden exponer fallas en servicios, actitudes abusivas o prácticas discriminatorias. En ese proceso, los narradores aportan un registro espontáneo de problemáticas que podrían pasar inadvertidas para las instituciones.

“En las plataformas de video, los jóvenes emplean relatos personales como herramientas para señalar injusticias que consideran ignoradas por los adultos y por las instituciones. Esta narrativa espontánea crea un registro emocional que complementa lo que las encuestas o los informes no alcanzan a mostrar con claridad”, informan investigadores del Pew Research Center de Estados Unidos.

Sin embargo, estos relatos también implican riesgos. La ausencia de contexto puede generar malentendidos, juicios sociales prematuros o exposición involuntaria de personas mencionadas. La velocidad con la que circula la información amplifica testimonios que, aunque sinceros, pueden carecer de datos verificables.

“El principal riesgo de estos relatos es la desinformación derivada de testimonios incompletos o emocionales que se viralizan rápidamente. También preocupa la exposición innecesaria de terceros, la posibilidad de revictimización y la producción de juicios sociales sin garantías jurídicas ni respeto al debido proceso”, comenta la directora interina.

El boom de los storytimes muestra una necesidad generacional: hablar sin intermediarios. Para muchos jóvenes, las instituciones no ofrecen un entorno accesible ni empático, y las redes se transforman en ese espacio alternativo donde la palabra fluye sin restricciones. Aunque no sustituyen los canales formales, aportan una dimensión humana que suele faltar en procedimientos oficiales.

“Los medios, instituciones y educadores deben adoptar un enfoque de escucha activa. El desafío no es minimizar estos relatos, sino ofrecer canales de apoyo confiables y pedagógicos que orienten a los jóvenes. También es clave enseñar cuándo un testimonio debe derivarse a un espacio formal de protección o asesoramiento legal”, concluye Zulma Aliaga.

El fenómeno demuestra que las redes sociales no solo entretienen: también revelan. Las denuncias silenciosas que emergen de estos videos están formando nuevas formas de conversación pública y recordando que narrar una historia puede ser, en sí mismo, un acto de resistencia social.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *