Curiosos por naturaleza: cómo la inquietud intelectual se convierte en ventaja competitiva

Hazel tenía 21 años y estudiaba marketing en una universidad privada. No era la alumna con las mejores calificaciones ni la más reconocida de su curso, pero poseía un rasgo que la distinguía: una curiosidad insaciable. Mientras muchos de sus compañeros se limitaban al programa oficial, ella buscaba más. Preguntaba, investigaba y conectaba temas de distintas disciplinas. Una inquietud aparentemente simple —por qué ciertos colores atraían más clics en campañas digitales— la llevó a descubrir el neuromarketing y a abrirse paso en un laboratorio interdisciplinario que transformó su manera de aprender y trabajar.
La historia de Hazel refleja una verdad más amplia: la curiosidad es mucho más que una característica personal, es una ventaja competitiva. Este impulso por preguntar y explorar permite a los estudiantes y profesionales comprender más allá de lo evidente, innovar con propósito y adaptarse mejor en un mundo laboral marcado por la velocidad y la incertidumbre. La ciencia ha demostrado que la curiosidad activa circuitos de recompensa en el cerebro, estimula la dopamina y convierte el aprendizaje en una experiencia placentera.
“En la educación tiene que haber curiosidad, emoción, tiene que haber el deseo de descubrir cosas nuevas. Y creo que lo más importante es que el estudiante, el universitario, cuando está dentro de un ambiente de aprendizaje, se sienta en libertad de preguntar más allá de las lecciones”, afirma Mario Ariel Quispe, responsable de la Jefatura de Enseñanza y Aprendizaje (JEA) de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Hazel lo entendió pronto. En su primer trabajo en una agencia creativa, no se conformaba con ejecutar tareas; indagaba el porqué de cada decisión, buscaba comprender al público y proponía mejoras. Esa inquietud le valió una promoción en menos de seis meses. No se trataba de experiencia acumulada, sino de actitud. La curiosidad la llevó a aprender más rápido, a colaborar con empatía y a innovar con propósito, demostrando que quienes se atreven a preguntar pueden abrir caminos donde otros solo ven rutina.
Sin embargo, diversos expertos advierten que el sistema educativo tradicional muchas veces sofoca esa curiosidad natural con rutinas rígidas, evaluaciones estandarizadas y aprendizaje pasivo. La sociedad, además, suele desalentar las preguntas “incómodas”. Pero es precisamente en esas preguntas donde nace la innovación.
“La curiosidad disuelve las suposiciones prefabricadas más rápido de lo que podemos recomponerlas”, señala un ensayo citado por Psychology Today.
La educación contemporánea explora metodologías que colocan la curiosidad en el centro. El enfoque lúdico, por ejemplo, propone que los errores se conviertan en oportunidades y que el aprendizaje sea un proceso activo y creativo.
Las especialistas Imma Marín y Esther Hierro explican que existen dos formas de aplicar esta visión: a través de herramientas lúdicas concretas y mediante una actitud de juego global que impregna todo el entorno educativo. Esta última, subrayan, es particularmente poderosa porque permite aprender sin miedo.
Hazel encontró en esa lógica su mejor herramienta: la libertad de experimentar. Propuso sesiones de “curiosidad cruzada” en su equipo de trabajo, donde cada miembro compartía un hallazgo de su propio campo. Esos espacios generaron campañas más inclusivas y narrativas más profundas. Así, su curiosidad no solo la benefició a ella, sino que contagió a su entorno, fortaleciendo la colaboración y la innovación.
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) también abre nuevas posibilidades para potenciar la curiosidad en las aulas. Las herramientas digitales personalizan el aprendizaje y liberan a los docentes de tareas repetitivas, permitiéndoles enfocarse en lo verdaderamente humano: formular preguntas poderosas y acompañar a los estudiantes en sus búsquedas. Hazel, siempre atraída por las novedades, encontró en la IA un campo fértil para explorar la intersección entre creatividad y tecnología.
Hoy, mientras combina sus estudios con un trabajo en innovación social, Hazel sigue impulsada por la curiosidad. Explora temas como economía circular y diseño centrado en el usuario. No pretende tener todas las respuestas, pero sí las preguntas correctas. Y en un mundo que exige adaptabilidad, esa capacidad la convierte en una profesional valiosa.
Este mismo espíritu es el que la Universidad Franz Tamayo promueve en su modelo educativo. Con espacios como el Fab Lab, proyectos multidisciplinarios y metodologías activas, Unifranz incentiva la curiosidad de sus estudiantes como motor de aprendizaje y como estrategia para afrontar los desafíos del futuro. En su visión, la educación no consiste en llenar cabezas de datos, sino en encender fuegos de inquietud intelectual que acompañen a los jóvenes durante toda su vida.
La historia de Hazel ilustra cómo la curiosidad, más que un rasgo personal, es un recurso estratégico. Preguntar, explorar y conectar saberes se convierte en una ventaja competitiva frente a la automatización y los cambios constantes. Porque quienes, como ella, se atreven a cuestionar lo establecido no solo aprenden más, sino que inspiran a otros y transforman su entorno.