Hace 150 años, una joven cochabambina llamada Adela Zamudio lanzó una pregunta que alteró el curso de la historia boliviana: “¿Por qué las mujeres no hemos de tener derecho a la educación?”. En su tiempo, la osadía de esa frase le costó el aislamiento social. Hoy, la pregunta ha cambiado. Ya no se trata de entrar a la escuela o a la universidad, sino de acceder al lenguaje con el que se diseña el futuro: la tecnología.
Esa fue la reflexión que realizó Verónica Agreda, rectora de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz) y CEO del Instituto Mujer & Empresa (IME), en “Mujeres influyentes e inspiradoras”, un espacio de diálogo sobre liderazgo femenino de la Cámara de Mujeres Empresarias y Emprendedoras de Bolivia (Camebol). Su exposición “Del futuro que imaginamos al presente que construimos” fue una invitación urgente a construir una economía donde el conocimiento, la creatividad y la empatía tengan rostro femenino.
“La exclusión educativa de Adela se transformó en exclusión digital, el patrón es el mismo porque la injusticia persiste. Ahora enfrentamos una nueva exclusión en cuanto a la tecnológica. Sin duda, el desarrollo de habilidades digitales es un gran desafío para las mujeres, pero también puede ser una gran oportunidad que nos permita amplificar todo el conocimiento que tenemos para que nuestras empresas sean mucho más rentables, efectivas”, manifestó Agreda.
Del aula al algoritmo
“La educación es la única alternativa. No hay otra manera”, afirmó Agreda. Con esa frase expuso la necesidad de actualizarse permanentemente para comprender los cambios que están moldeando el mercado laboral. Su mensaje no es solo una exhortación moral, sino una advertencia práctica de que quien no entienda la tecnología, quedará fuera del tablero donde se decide el futuro.
De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 9,6% de los empleos ocupados por mujeres están en riesgo de automatización, frente al 3,5% de los hombres. La brecha digital tiene, por tanto, un género. En América Latina, cuatro de cada diez mujeres aún no acceden a internet y, entre ellas, la mayoría afirma que no lo hace por falta de conocimiento.
“No va a ser la inteligencia artificial quien quite el empleo, sino la persona que sabe utilizarla”, aseveró.
La metáfora es clara: el futuro no será inclusivo si las mujeres no participan en su diseño. “Necesitamos estar en las mesas donde se discuten las regulaciones y los usos de la inteligencia artificial. Si no estamos ahí, las decisiones se tomarán sin nosotras”, advirtió.
Tres economías y un mismo propósito
En su exposición indicó que hay tres economías interconectadas —creativa, circular y digital con rostro humano— en las que las mujeres bolivianas ya están dejando huella.
La economía creativa aparece como una de las respuestas más potentes a la crisis de los recursos tradicionales. Según el libro Economía Creativa en Bolivia (2023), 665 mil personas viven hoy de la creatividad, y el 65% son mujeres. Sectores como la gastronomía, la moda o la educación —históricamente feminizados— se han convertido en motores de crecimiento.
La economía circular, por su parte, muestra el liderazgo de mujeres que reconvierten residuos en valor. Desde las tejedoras que transforman botellas plásticas en textiles hasta emprendedoras indígenas que preservan ecosistemas amazónicos, este modelo plantea una alternativa al extractivismo que marcó la historia del país. “Un modelo sostenible vale infinitamente más que uno desechable. Porque no se agota. Se regenera”, afirmó.
Finalmente, la economía digital con rostro humano —quizá la más desafiante— pone el acento en la participación de las mujeres como creadoras de tecnología. Agreda mencionó ejemplos de ingenieras, docentes y fundadoras de startups que están abriendo camino en un entorno donde solo el 2% del capital de riesgo en América Latina llega a empresas fundadas por mujeres. “Si no estamos en la sala donde se diseñan los algoritmos, esos algoritmos perpetuarán nuestra exclusión”, sentenció.
Mentoría: el puente invisible
La transformación digital, advirtió Agreda, no será posible sin redes de acompañamiento. La mentoría, más que un término corporativo, se ha convertido en una estrategia de supervivencia colectiva. “La mentoría nos permite acortar el paso y acelerar el aprendizaje”, explicó.
Aprender de otras, compartir los errores, evitar los tropiezos que ya se superaron, para multiplicar el conocimiento. “Una mujer formada multiplica el impacto cuando enseña a otra. El empoderamiento que no se comparte se estanca”.
De Adela Zamudio a la inteligencia artificial
El discurso de Agreda cruzó el tiempo y tendió un puente entre la lucha de Adela Zamudio por la educación y la actual batalla por la alfabetización tecnológica. En ambas, el corazón del problema es el mismo: la exclusión del conocimiento.
“Los espacios se diseñan con intención o se construyen por omisión”, advirtió. En el siglo XIX, las mujeres fueron excluidas de las aulas; en el XXI, corren el riesgo de quedar fuera de las plataformas que crean el mundo digital.
Pero la historia, finalizó, no está escrita. “El futuro que imaginamos se convierte en el presente que construimos cuando decidimos, juntas, construirlo”.