Por Jorge López
El aumento de la exigencia académica convirtió a los centros de estudio en un campo de batalla emocional, donde la presión por destacar y alcanzar resultados excelentes afecta de manera profunda el bienestar psicológico de los jóvenes. Esta presión provoca mayor estrés y afecta la salud mental de los estudiantes, quienes deben lidiar con el peso de las expectativas académicas y familiares.
«El estrés académico puede afectar la salud mental y física de los estudiantes. Los síntomas comunes incluyen un descanso inadecuado y dolores tensionales en la espalda. Cuando los estudiantes enfrentan una sobrecarga de trabajo o exámenes, el sueño insuficiente afecta las funciones cognitivas, lo que reduce la concentración y la capacidad de aprendizaje», señala Pamela Martínez, docente de la carrera de Psicología, de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
La vida de un estudiante promedio ya no se reduce simplemente a asistir a clases y aprobar exámenes. Ahora, la competencia entre compañeros, la búsqueda de la excelencia y oportunidades laborales, se abren a un entorno cada vez más exigente que convierte la vida estudiantil en una carrera, quienes no logran mantener el ritmo, sienten los efectos negativos de una presión que, para muchos, resulta difícil de gestionar.
“Uno de cada cinco estudiantes a nivel mundial sufre de problemas relacionados con la salud mental. Estos trastornos, que incluyen ansiedad, depresión y síndrome de burnout, son frecuentemente originados por el exceso de trabajo académico y la falta de tiempo para actividades recreativas”, explica la Organización Mundial de la Salud, OMS.
Las consecuencias de la presión académica
Existen varios factores que contribuyen al aumento de la presión académica, uno de ellos es la competitividad entre los estudiantes, que cada vez es más evidente debido a la sobrevaloración de las calificaciones como único indicador de éxito. En muchos casos, los jóvenes no solo compiten por obtener buenos resultados en sus materias, sino también por destacar entre sus compañeros, lo que intensifica aún más el nivel de estrés.
“Los estudiantes que sufren por presión académica pueden mostrarse tensos, aislados, irritables y desorganizados. Pueden quejarse de que el tiempo no les alcanza, alterar sus hábitos de sueño y alimentación, perdiendo el apetito o comiendo de manera compulsiva sin sentir hambre. Además, pueden estar retraídos en sus relaciones sociales, mostrando preocupación y distancia con amigos y familiares”, comenta Martínez.
El aislamiento es una de las consecuencias más frecuentes, a medida que aumenta la carga académica, muchos estudiantes reducen sus interacciones sociales, enfocándose únicamente en cumplir con sus deberes escolares. Esto puede llevar a un sentimiento de soledad y abandono, lo que a su vez empeora la salud mental.
“Durante la pandemia, más del 50% de los adolescentes informaron que la interrupción de la educación y la falta de interacción social tuvieron un efecto negativo en su salud mental”, explica el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Es común que los estudiantes internalicen la presión académica como parte de su identidad. Aquellos que están acostumbrados a vivir bajo altos niveles de estrés pueden experimentar dificultades para relajarse y disfrutar de su tiempo libre una vez que las exigencias académicas desaparecen. Esto puede afectar sus relaciones personales, su vida familiar y su capacidad para disfrutar de sus logros.
Un cambio necesario
A pesar de estos efectos, el sistema educativo no evolucionó lo suficiente como para brindar una solución efectiva a este problema. Sin embargo, algunas instituciones están comenzando a tomar medidas para aliviar la carga emocional de los estudiantes, programas de apoyo psicológico, asesoría académica personalizada y actividades recreativas son algunas de las iniciativas que buscan mejorar el bienestar de los jóvenes.
“Las instituciones académicas deben evitar sobrecargar a los estudiantes con tareas y asegurarse de que estas sean significativas y relacionadas con el contenido que se está aprendiendo. Es fundamental limitar la cantidad de trabajos para que los estudiantes puedan organizarse y tener tiempo para el descanso y el ocio, lo cual favorece sus relaciones sociales y familiares”, agrega la docente universitaria.
En este contexto, la innovación en el ámbito educativo es clave, cada vez más instituciones están apostando por nuevos enfoques que integran el desarrollo de habilidades emocionales y sociales dentro de la formación académica. La inclusión de clases de gestión del estrés, talleres de mindfulness, y la creación de espacios para el autocuidado son ejemplos de cómo la innovación puede marcar una diferencia significativa en la vida de los estudiantes.
“La familia puede contribuir al bienestar de los hijos al observar y escuchar sus inquietudes, ya que las quejas son un síntoma de insatisfacción. Es importante notar si el joven está constantemente enojado, irritable, deprimido, cansado o ansioso, así como cambios en su peso o apariencia física. En lugar de minimizar sus problemas, como cuando un padre dice que estudiar no es difícil en comparación con trabajar y mantener una familia, es crucial validar sus sentimientos”, concluye Martínez.
La educación no debe ser una fuente de angustia, sino un camino hacia el crecimiento personal y profesional. Para ello, es indispensable que las instituciones, las familias y la sociedad en general trabajen juntos para aliviar la carga que actualmente enfrentan los estudiantes, y así permitirles vivir una vida plena y equilibrada.