Phubbing: la adicción al celular que está enfriando las relaciones cara a cara

A sus 20 años, Martín es conocido entre sus amigos por una habilidad casi hipnótica: desplazarse con el pulgar por la pantalla de su celular sin levantar la vista. Durante reuniones familiares, cenas con amigos o simples charlas en la plaza, su atención parece anclada a ese rectángulo luminoso que vibra en sus manos. Sus familiares, incómodos, no saben si él escucha realmente lo que dicen o si sus palabras se pierden entre videos, mensajes y notificaciones. Lo que para Martín es normal, para los demás se ha convertido en un muro invisible que enfría las conversaciones y roba momentos compartidos.
Este comportamiento tiene nombre: phubbing, una práctica tan común como nociva. Se trata de ignorar a una persona presente para prestar atención al teléfono móvil u otro dispositivo. Aunque a primera vista parezca inofensivo, especialistas advierten que es un fenómeno que erosiona la calidad de las relaciones sociales, debilitando la conexión emocional y fomentando la desconexión en entornos que deberían estar marcados por la interacción cara a cara.
“Cada vez que revisamos el celular durante una interacción importante, no solo interrumpimos la conversación, sino que entrenamos al cerebro a distraerse con mayor facilidad”, explica Carlos de la Barra, docente de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. Según el especialista, este hábito reduce nuestra capacidad de atención y, con el tiempo, modifica la forma en que nos relacionamos con los demás.
El phubbing no es exclusivo de adolescentes, aunque es en este grupo donde más se visibiliza. El término nace de la unión de las palabras en inglés phone (teléfono) y snubbing (desairar), y describe un gesto cotidiano: dejar de mirar a la persona con la que estamos para atender el celular. Sus causas son múltiples: el miedo a perderse algo importante (FOMO), la gratificación inmediata que generan las redes sociales gracias a la liberación de dopamina, la hiperconectividad como hábito automatizado y la presión social por estar disponibles todo el tiempo.
“Más que adicción, hablamos de un uso problemático”, aclara De la Barra. “Cada ‘me gusta’ o mensaje recibido activa un circuito de recompensa que el cerebro quiere repetir una y otra vez”.
Las consecuencias son evidentes. Las conversaciones se vuelven superficiales, se pierde el contacto visual y se debilita la sensación de ser escuchado. Esto genera, en quien recibe el desaire, sentimientos de rechazo, invisibilidad y frustración. Además, impacta en la autoestima y la percepción de valor personal. “Recuperar el control sobre nuestra atención es recuperar también nuestra calidad de vida”, subraya De la Barra, resaltando que el problema no es la tecnología, sino su uso sin control.
En el plano emocional, el phubbing puede aumentar la ansiedad y el estrés, tanto en quien lo practica como en quien lo sufre. Al romper la presencia emocional, fomenta un ciclo de desconexión que puede replicarse: si alguien nos ignora para mirar su teléfono, es probable que respondamos igual, normalizando el distanciamiento. Esto afecta a parejas, familias y amistades por igual.
“Cuando se interrumpe el acceso al contenido, aparece la ansiedad, la irritabilidad y una sensación de vacío, especialmente en jóvenes y adolescentes”, advierte el docente.
Cómo evitar caer en el phubbing
Combatir esta práctica no implica renunciar al celular, sino aprender a usarlo con conciencia. Para De la Barra, la clave está en la autorregulación y la creación de hábitos saludables. “La tecnología no es el enemigo, pero sí lo es su uso sin control”. Recomienda estrategias simples pero efectivas, como establecer horarios y espacios sin pantallas —especialmente durante comidas, reuniones o antes de dormir— y aplicar técnicas como el método Pomodoro, que combina intervalos de trabajo concentrado con pausas.
Otro paso fundamental es silenciar notificaciones innecesarias para evitar interrupciones constantes. “Solo deberíamos recibir alertas verdaderamente urgentes; las demás son ruido mental”, recalca. También propone practicar el uso consciente de la tecnología, preguntándose antes de abrir una aplicación: ¿Para qué lo necesito ahora? ¿Qué estoy dejando de vivir por mirar el teléfono?
Sustituir el tiempo frente a la pantalla por actividades significativas —lectura, ejercicio, hobbies creativos— ayuda a desarrollar una concentración más sostenida y a reducir la dependencia de la estimulación digital. En contextos familiares, el ejemplo de los adultos es determinante: los niños y adolescentes aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan.
En última instancia, el desafío del phubbing es recuperar el valor de la interacción humana. “Necesitamos reaprender a relacionarnos cara a cara, a estar con nosotros mismos sin el celular como compañía constante”, reflexiona De la Barra.
En un mundo hiperconectado, lograrlo no solo fortalece nuestras relaciones, sino que también mejora nuestro bienestar mental y social.