Optimismo vs pesimismo: cómo cambia nuestro cerebro según la actitud que adoptamos

El optimismo no solo mejora nuestro estado de ánimo, también moldea el cerebro y fortalece la manera en que pensamos y sentimos. Adoptar una mentalidad positiva aporta beneficios significativos a la salud mental, emocional y física, y se convierte en un factor protector frente a los desafíos de la vida. Cada pensamiento optimista, además de aportar bienestar inmediato, ayuda a entrenar al cerebro para procesar los eventos futuros con mayor claridad y resiliencia.
“Es importante que, cada uno de nosotros, trabajemos y cultivemos una mentalidad positiva, ya que los pensamientos positivos tienen un impacto significativo en nuestra calidad de vida, no solo tienen el poder de influir en nuestro estado de ánimo y de cómo vemos la vida, sino que también pueden tener un impacto significativo en nuestra salud mental, emocional y física tanto a corto como a largo plazo”, asegura Mónica Messa, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Para Messa, el optimismo no se limita a “pensar bonito” ni a ignorar las dificultades, sino que constituye una herramienta de resiliencia que nos permite enfrentar con mayor fortaleza las adversidades cotidianas. Una persona con mentalidad positiva tiene más probabilidades de perseguir sus metas con determinación, mantener relaciones interpersonales saludables y disfrutar de un equilibrio emocional duradero.
“Estas emociones son esenciales para mantener un equilibrio emocional saludable. Además, fortalecen nuestras relaciones interpersonales, reducen el estrés, aumentan nuestra motivación y energía, y mejoran nuestra salud física”, agrega la académica.
La psicóloga también resalta que la felicidad no es un estado permanente, sino un equilibrio entre nuestras expectativas y la forma en que las gestionamos. No depende exclusivamente de logros materiales o circunstancias externas, sino de la capacidad de cada persona para encontrar sentido y satisfacción en su vida diaria.
“No es un estado de plenitud constante ya que todos tenemos batallas que librar, pero dependemos individualmente de cómo definimos vivir en este mundo, del sentido que le damos a nuestra vida sin condicionar la felicidad. La ilusión de la vida la creamos nosotros”, subraya.
El optimismo, en este sentido, es una construcción que se alimenta del presente: atesorar recuerdos felices, vivir plenamente los momentos y reinterpretar las dificultades con esperanza. Incluso en contextos adversos, pensar en positivo genera un impacto neurobiológico que ayuda a disminuir el estrés y aporta claridad para tomar mejores decisiones.
El cerebro del optimista frente al del pesimista
Los beneficios del optimismo no son sólo emocionales, también tienen un correlato medible en el cerebro. Un estudio realizado por investigadores de las universidades de Tokio, Kobe y Kindai, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), exploró cómo se manifiestan las actitudes optimistas y pesimistas en la actividad cerebral.
El equipo invitó a 87 participantes a imaginar y evaluar escenarios futuros, positivos y negativos, mientras se registraba su actividad cerebral mediante resonancia magnética funcional. Los resultados fueron reveladores: los cerebros de las personas optimistas mostraron patrones neuronales comunes en la corteza prefrontal medial (CPFm), región vinculada con la empatía, la toma de decisiones y la regulación emocional.
Los pesimistas, en cambio, exhibieron patrones diversos y desorganizados, sin una estructura neuronal compartida. Esto sugiere que el optimismo no solo es una actitud psicológica, sino un fenómeno que tiene representaciones neuronales convergentes, lo que refuerza la hipótesis científica conocida como convergencia de positividad.
Otro hallazgo relevante fue que los optimistas logran distinguir con mayor precisión los eventos positivos de los negativos. Mientras las personas positivas procesan los escenarios adversos de manera abstracta y distante, los imaginan menos vívidos y con menor carga emocional. En contraste, los sucesos futuros positivos se representan con intensidad y detalle. Al mismo tiempo, los pesimistas tienen esta percepción invertida, procesando los escenarios adversos de manera más cercana, mientras que los positivos son más abstractos. Esta diferencia explicaría por qué los optimistas tienden a priorizar los futuros esperanzadores y afrontan las dificultades con más equilibrio emocional.
El estudio concluye que las personas con altos niveles de optimismo comparten tanto características psicológicas como neuronales específicas, mientras que los pesimistas son más imprevisibles en su forma de procesar el futuro.
“Al extender esta hipótesis al nivel neuronal, nuestros hallazgos demuestran representaciones compartidas de la actividad de la corteza prefrontal medial (CPFm) entre individuos optimistas, destacando una convergencia neuronal de optimismo”, señala el reporte.
Vivir con una mente positiva
Los hallazgos de la ciencia respaldan lo que la psicología ya observa en la práctica clínica: entrenar la mente para pensar en positivo no es ingenuidad, sino un ejercicio de neuroplasticidad que fortalece el bienestar. Cultivar el optimismo es una inversión a largo plazo en salud mental, emocional y física.
Para Messa, el mensaje es claro: el optimismo se construye a diario, no depende de un estado de plenitud inalcanzable ni de condiciones externas perfectas. Se trata de un hábito que protege, impulsa y transforma, capaz de cambiar no solo la manera en que vemos el mundo, sino también la forma en que nuestro cerebro lo procesa.