Movilidad estudiantil: crecer lejos de casa, aprender en el mundo
Por Leny Chuquimia

Hace unos días, Jainne Karina Rosero Sandoval llegó de Colombia a Bolivia. Trajo consigo no solo libros y ropa, sino sueños y metas. Sabe que estudiar en otro país no solo le abrirá la mente, sino también las puertas a nuevas oportunidades y habilidades para su profesión.
La movilidad estudiantil es una tendencia global en expansión que permite a los estudiantes cursar parte de sus estudios en una institución educativa distinta a la de origen, ya sea a nivel nacional o internacional. En América Latina y el mundo, este modelo cobra cada vez mayor relevancia gracias al impulso de universidades que buscan preparar profesionales con una visión global, intercultural y con habilidades adaptadas a un entorno cada vez más interconectado.
“Vengo de la Universidad de Investigación y Desarrollo (UDI) de Colombia, Santander. Ahora estoy en Bolivia, en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, haciendo un intercambio. Esto es muy importante para el avance de mi carrera profesional. Integrarte a otro tipo de culturas puede ayudarte a abrir más puertas y caminos”, señala Rosero.
Una tendencia que crece
De acuerdo con una investigación de la UNESCO-IESALC, la movilidad internacional de estudiantes ha experimentado un crecimiento sostenido en los últimos años. En las dos últimas décadas, el volumen de estudiantes de educación superior que cursan estudios en otro país se triplicó. En cifras, pasaron de 2,1 millones en el año 2000 a 6,3 millones en 2020, lo que representa un aumento del 198 %.
“Los programas de intercambio son sumamente importantes para fortalecer las competencias de los estudiantes, desde el momento en que salen de su país de origen hasta que retornan. Vuelven con anécdotas, experiencias y con la autogestión que desarrollan durante su intercambio. Muchos deben valerse por sí mismos, y eso los motiva a trabajar y conocerse más allá de su zona de confort”, explica Iván Menacho, asesor de Movilidad Estudiantil de la sede La Paz de Unifranz.
Añade que, a nivel profesional, los estudiantes logran conformar una red de contactos internacionales que les abre oportunidades no solo laborales, sino también de formación especializada.
Abrir la mente al mundo
“Siempre soñé con estudiar en el extranjero”, sostiene Randy Rivera Alvitres, estudiante de Artes y Diseño Gráfico Empresarial en la Universidad Señor de Sipán, en Perú. Hoy complementa su formación en Unifranz, en Bolivia. Desde pequeño, tenía una meta clara: estudiar fuera de su país.
Al llegar a La Paz, sede de Gobierno de Bolivia, sus primeras impresiones estuvieron marcadas por el frío y el alto nivel creativo que observó en su entorno. “Aquí son muy creativos. He visto banners, pinturas e ilustraciones que me hacen sentir que debo exigirme más. Pero eso también me motiva, porque quiero estar a la altura y aportar a mi futuro profesional”, reflexiona.
Para él, lo más valioso del intercambio es el contacto cultural. “Conocer estilos de arte, dibujo y elementos visuales de otras culturas nos ayuda cuando trabajamos en proyectos colaborativos o queremos rendir homenaje a un país hermano”.
La movilidad estudiantil no solo representa una oportunidad académica, sino también una experiencia de vida que fortalece la autonomía, la resiliencia y la capacidad de adaptación de los jóvenes. Estudiar en otro país —o incluso en otra región del mismo país— implica enfrentarse a nuevos entornos educativos, culturales y sociales, lo que amplía la perspectiva del estudiante y mejora su empleabilidad futura.
Estas ventajas fueron las que llamaron la atención de Paula Noriega, estudiante de Psicología en la UDI. “La mente humana está en todo el mundo, pero el entorno cambia la forma de abordarla. Esta experiencia me permite entender esas diferencias y también encontrar puntos en común entre Bolivia y Colombia”, afirma.
No todo es fácil: “Hay miedo”
Pero si bien se trata de una gran oportunidad, para muchos estudiantes la decisión de estudiar en otro país puede resultar abrumadora e intimidante. En muchos casos, el mayor obstáculo no es académico, sino emocional o incluso legal.
Por ello, la UNESCO remarca que la movilidad debe ir acompañada de políticas claras de reconocimiento de estudios, homologación de títulos y apoyo institucional. Estas medidas deben garantizar que los beneficios lleguen a todos los sectores, especialmente a los estudiantes de contextos más vulnerables.
En el plano personal, el temor también juega un papel importante. “Muchas veces, el miedo te detiene. Pero sabía que si no me lanzaba ahora, quizás nunca lo haría”, recuerda Noriega. Aunque está contenta y emocionada, admite con su acento colombiano: “Extraño mi casita”.
Rosero coincide. Para ella, lo más difícil de dejar su país fue dejar a su familia. Explica que, si bien la universidad que recibe a los estudiantes se convierte en una segunda familia, la experiencia sigue siendo dura.
“Dejas tu casa, tu país, tu familia, hasta tu mascota. Pero todo es un proceso, y cada proceso tiene que vivirse. No podía estar siempre a las ‘guaguas’ de mi madre, como decimos en Colombia. Es un paso que tenía que dar para progresar en el futuro”, concluye.
Más allá del aprendizaje
Para un universitario, vivir la experiencia de estudiar en el extranjero es una oportunidad única que va más allá del aprendizaje académico, sostiene la coordinadora nacional del Programa de Movilidad Internacional de Unifranz, María Fernanda Ollé. Añade que es una experiencia primordial para comprender diferentes perspectivas esenciales en un mundo cada vez más globalizado.
“Además, estudiar en el extranjero refuerza la autonomía, la capacidad de adaptación y fomenta el desarrollo personal y profesional de los estudiantes. Considero que este tipo de experiencias no solo enriquecen el perfil de los estudiantes, sino que los preparan para ser líderes globales en sus futuras carreras”, afirma.