La curva de aprendizaje: cuando la teoría no basta

Cuando Diego Ramírez salió de la universidad con su título en la mano, pensó que estaba listo para el mundo. Durante años se había destacado en las clases, conocía de memoria cada protocolo, cada fórmula, cada teoría. Su compañero Matías Cáceres también se graduó ese año, pero con una diferencia crucial: mientras Diego solo dominaba los libros, Matías ya había enfrentado los imprevistos del mundo laboral. Había trabajado con equipos reales, cometido errores reales y resuelto problemas reales. Esa brecha invisible entre ambos se hizo evidente desde el primer día en su nuevo trabajo: Diego sabía qué hacer, pero no cómo hacerlo; Matías ya lo había hecho.
“El conocimiento teórico es fundamental, pero no suficiente. Vivimos en un mundo que exige acción, adaptabilidad y pensamiento crítico”, asegura Gustavo Montaño, vicerrector académico nacional de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. “La mejor forma de aprender es vivir lo que se estudia”.
En Bolivia, muchas empresas coinciden con esa visión. Gonzalo Morales, presidente de la Cámara Nacional de Industrias (CNI), lo confirma. “Los candidatos con experiencia, aunque sea en pasantías, ya han estado expuestos a un entorno laboral real. Esto significa que requieren menos tiempo y recursos para adaptarse y empezar a contribuir de manera efectiva. En consecuencia, su curva de aprendizaje práctico es menor”.
La historia de Diego y Matías no es única. Es un reflejo común en un sistema donde durante mucho tiempo se priorizó el conocimiento memorístico sobre la experiencia práctica.
Pero el mercado laboral actual ya no tolera esa brecha. Las empresas no buscan solamente profesionales con títulos, sino personas capaces de tomar decisiones, resolver imprevistos y adaptarse al entorno desde el primer día.
Ambos jóvenes fueron contratados por una startup tecnológica. Diego recibió como primera tarea diagnosticar un error en un sistema de gestión de datos. Conocía la teoría, pero no dominaba las herramientas ni sabía cómo manejar el estrés de una entrega urgente. Matías, por otro lado, reconoció el sistema, propuso una solución y trabajó con el equipo técnico. No lo resolvió a la perfección, pero avanzó. Había aprendido a actuar, incluso en medio de la incertidumbre.
“Aprender haciendo permite que nuestros estudiantes desarrollen competencias reales desde el inicio de su formación. Les permite graduarse con una mentalidad resolutiva, habilidades técnicas consolidadas y, sobre todo, experiencias que los preparan para integrarse con éxito al mundo laboral”, señala Montaño.
Teoría sí, pero con pies en la tierra
Las universidades, especialmente las que han adoptado modelos basados en la experiencia, como Unifranz, buscan acortar esa curva de aprendizaje con proyectos reales, pasantías desde los primeros semestres y desafíos colaborativos. Según Morales, estas experiencias tienen múltiples beneficios.
“Una pasantía valida que el postulante ha aplicado conocimientos teóricos en situaciones prácticas. Así las empresas pueden confiar más en alguien que ya ha trabajado en proyectos, manejado plazos o colaborado en equipo”, sostiene.
No se trata de eliminar la teoría, sino de complementarla desde el primer semestre. “El conocimiento debe ser activado. Saber de memoria un manual no sirve si no sabes qué hacer cuando algo se sale del protocolo”, dice Matías, ya con varios años de experiencia. “Yo aprendí más resolviendo un problema en una pasantía que en todo un semestre de teoría”.
El impacto en la empleabilidad
Para Morales, la diferencia entre un postulante con experiencia y uno sin ella es clara: “El trabajador con experiencia tiene mayor productividad desde el inicio. Requiere menos capacitación, tiene mejor manejo de situaciones complejas, mayor tolerancia a la presión y más habilidades blandas desarrolladas. Además, aporta contactos y redes que pueden ser útiles para la empresa”.
Las universidades que comprenden esta necesidad han empezado a rediseñar sus currículas. En Unifranz, por ejemplo, se articulan proyectos reales con ONGs, comunidades y empresas desde el comienzo. Los estudiantes trabajan en simulaciones, laboratorios, retos empresariales y proyectos colaborativos que no solo enriquecen su formación, sino que los conectan con el mundo laboral desde dentro.
“Esto no solo fortalece su aprendizaje, sino que lo conecta con los desafíos del entorno, haciéndolo más competente, seguro y preparado para aportar a la solución de cualquier tipo de problemas”, remarca Montaño.
Volviendo a Diego y Matías, la diferencia se acentuó con el tiempo. Diego era brillante, sí, pero su inseguridad le impedía actuar con rapidez. Matías se equivocaba, pero lo hacía en movimiento, corrigiendo sobre la marcha. Esa actitud, más que el conocimiento, le abrió camino.
Durante una presentación de proyecto, Diego armó una propuesta impecable en lo técnico, pero sin considerar las limitaciones del equipo. Matías presentó una idea más sencilla, basada en su experiencia previa. La gerencia eligió la suya. Esa noche, Diego comprendió que “saber” no es suficiente si no sabes hacer.
El aprendizaje real comienza con acción
La formación del futuro —y del presente— exige acción. Ya no basta con entregar títulos. Se deben formar profesionales capaces de actuar.
“Las universidades que integran experiencias laborales no solo mejoran la formación de sus estudiantes, sino que también los preparan para ser profesionales más productivos, seguros y empleables. Esto beneficia a los egresados, a las empresas y a la sociedad en general”, concluye Morales.
Al final, como aprendió Diego, el conocimiento es apenas el mapa. Lo que realmente te forma es el camino. Y ese camino solo se recorre andando.