Inclusión, un compromiso ético y humano que nos hace mejores personas

Lograr una inclusión real y efectiva de las personas con discapacidad es un reto impostergable que interpela a toda la sociedad. Solo cuando somos capaces de ver al otro desde la empatía y el respeto, dejamos de ser parte del problema para convertirnos en agentes del cambio.
Garantizar los derechos de este grupo poblacional va mucho más allá del acceso a la educación, el empleo, la salud o el esparcimiento. Implica transformar las estructuras sociales, adaptar los entornos físicos y, sobre todo, replantear nuestras actitudes cotidianas. Bajo esta premisa se llevó a cabo el taller internacional “Garantizando la inclusión de personas con discapacidad”, en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, donde expertos nacionales e internacionales coincidieron en un mensaje clave: la inclusión no es un acto de caridad, sino una responsabilidad colectiva.
“No se trata solo de incluir al otro en el entorno común, sino de incluirnos nosotros al mundo de esa persona. Comprender sus desafíos, acompañar sus procesos y respetar sus tiempos. Sólo así podremos realmente hablar de empatía e inclusión real”, reflexiona Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, quien participó en el taller internacional.
Para la docente universitaria, cada discapacidad implica impactos en distintas áreas de la vida: salud, educación, trabajo, relaciones personales. Por eso, propone un trabajo multidisciplinario, con psicólogos, terapeutas ocupacionales, educadores especiales, psicopedagogos y profesionales de recursos humanos.
“Todos debemos conocer el tipo de discapacidad y cómo afecta el día a día de quien la vive. Solo así podemos mejorar su calidad de vida y defender sus derechos”, puntualiza.
Identificar señales de alerta
Matilde Fantoni, fonoaudióloga italiana de 25 años, señala que es clave la detección temprana de señales de alarma en el desarrollo del lenguaje, especialmente en niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA).
“Estas señales pueden notarse desde los 6 meses hasta los 2 años. Detectarlas a tiempo permite iniciar terapias adecuadas lo antes posible, y eso marca una gran diferencia en la calidad de vida del niño”, explica.
Para Fantoni, la inclusión empieza desde la infancia y debe ser garantizada para que estas personas puedan tener una vida lo más normal posible.
“Desde asistir a la escuela con otros niños neurotípicos (personas cuyo desarrollo neurológico y funcionamiento cognitivo se considera dentro de los patrones típicos o estándar de la sociedad), participar en las mismas clases y, cuando crezcan, tener la posibilidad de trabajar, formar una familia y realizarse como cualquier persona”, indica.
Desde su especialidad, dice que el trabajo se centra en fortalecer las habilidades de comunicación y lenguaje. Es fundamental que las personas con discapacidad reciban el apoyo necesario para expresar lo que sienten, piensan y necesitan, ya que esta capacidad no solo enriquece su proceso de aprendizaje escolar, sino que también favorece su integración y participación en la vida en comunidad.
El abordaje debe ser integral e interdisciplinario
La inclusión no puede lograrse desde una sola disciplina. Así lo remarca Benedetta Polentes, fisioterapeuta también proveniente de Italia.
“Una discapacidad no afecta solo un área, sino muchas. Por eso, el trabajo interdisciplinario es esencial para un desarrollo más completo de la persona”, asegura.
Polentes señala que la inclusión también depende de garantizar la accesibilidad en el entorno. Sin embargo, las barreras físicas y sociales siguen siendo un obstáculo importante para este segmento poblacional, perpetuando su exclusión del espacio público.
Durante su ponencia, destacó la importancia de observar señales de alarma en bebés de 0 a 2 años desde el punto de vista fisioterapéutico. “Un diagnóstico precoz permite encontrar el tratamiento más adecuado cuanto antes”.
Desde otra perspectiva complementaria, el abogado Alberto Salamanca, director de la carrera de Derecho en Unifranz, es claro al afirmar que la inclusión debe sustentarse en políticas públicas, leyes efectivas y acciones educativas.
“Es clave capacitar a todos los sectores para conocer las características de las personas con discapacidad y evitar actitudes discriminatorias. Hay que construir una sociedad donde todos participemos en igualdad de condiciones”, dice.
Una red que transforma vidas
Durante el taller también participaron psicólogos, comunicadores y una filósofa italiana, quienes compartieron reflexiones junto a Gustavo Zapata (odontólogo), Beatriz Ríos y Nayma Huanca, miembros de la Fundación Paulo Freire. El evento fue una muestra concreta de lo que puede lograrse cuando el conocimiento, la sensibilidad y la voluntad de cambio se unen.
“La inclusión no es un privilegio, es un derecho humano básico. Un derecho que empieza por la detección temprana, continúa con el acompañamiento profesional y se fortalece con una sociedad que derribe barreras físicas, sociales y culturales”, sostiene Loayza.
¿Qué se necesita para una verdadera inclusión?
Para lograr una verdadera inclusión, es indispensable garantizar la accesibilidad universal en todos los espacios, tanto públicos como privados. Esto debe ir acompañado de una capacitación continua a docentes, personal de salud, familias y empleadores, para que sepan cómo responder adecuadamente a las diversas necesidades de las personas con discapacidad.
Además, se requiere un trabajo articulado entre diferentes disciplinas y sectores, sumado a una educación basada en la empatía desde la infancia, que permita derribar estigmas y prejuicios. Las normativas y políticas públicas deben ser claras, efectivas y, sobre todo, aplicadas en la práctica cotidiana, más allá del papel.
La inclusión de las personas con discapacidad no es una carga para la sociedad, como a veces erróneamente se cree. Al contrario, es una oportunidad para crecer, para aprender del otro y para construir una comunidad donde todos tengan voz, participación y dignidad.
“Incluir a alguien no significa hacerle un favor. Significa reconocer su valor, su derecho a existir y desarrollarse plenamente”, concluye Fantoni. En tanto, Polentes explica que “ellos pueden hacer todo lo que nosotros hacemos (…), solo que de manera diferente”.
La verdadera inclusión transforma vidas, pero también nos transforma a nosotros. Porque una sociedad que integra, comprende y respeta es, sin duda, una sociedad más justa, más fuerte y más humana.