Guía, amigo o líder pedagógico: ¿cuál debe ser el rol del docente en el siglo XXI?

IMAGEN UNIFRANZ

Los docentes del siglo XXI enfrentan desafíos inéditos, impulsados por una sociedad en constante transformación. En una era donde el conocimiento está a un clic de distancia, la figura tradicional del maestro como único proveedor de saber quedó en el olvido. Hoy, los educadores deben equilibrar el uso de la tecnología, la diversidad en el aula, la motivación de estudiantes hiperconectados y el cuidado de su bienestar emocional, todo mientras redefinen su rol: ¿deben ser amigos, guías, facilitadores o líderes pedagógicos?

“Ahora, el docente se convierte en un facilitador que orienta al estudiante en su propio proceso de aprendizaje, teniendo en cuenta sus intereses y utilizando esos intereses como base para planificar el proceso educativo”, explica Ariel Villarroel, de la Jefatura de Enseñanza Aprendizaje (JEA) de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

En este escenario, surge una pregunta esencial para el presente y futuro de la educación. ¿Cuál es el rol más adecuado que debe asumir un docente? Las respuestas son múltiples y a menudo complementarias. 

Algunos educadores optan por una cercanía empática con sus estudiantes, asumiendo un papel de mentor o guía; otros mantienen una estructura más clásica, como figuras de autoridad y dirección; y algunos ensayan modelos híbridos, donde la flexibilidad, el liderazgo pedagógico y la escucha activa son esenciales.

El cambio de paradigma en la educación responde, entre otras razones, a la democratización del conocimiento. Los estudiantes ya no dependen exclusivamente del docente para acceder a la información. Por tanto, la función del educador ha mutado; ahora se espera que promueva el pensamiento crítico, acompañe procesos de aprendizaje personalizados y facilite el desarrollo de habilidades blandas como la colaboración, la resiliencia y la comunicación.

La irrupción de la pandemia aceleró esta transición. La virtualización forzada de la enseñanza obligó a miles de docentes a dominar nuevas plataformas, reformular estrategias y sostener la motivación de sus estudiantes en entornos completamente digitales. 

“Enfrentar estos desafíos requiere adaptabilidad, creatividad y una mentalidad abierta por parte de los maestros, así como el apoyo continuo de los padres, administradores y comunidades educativas en general”, subraya Villarroel.

Este nuevo escenario demanda de los docentes una formación profesional continua. Las actualizaciones metodológicas, el manejo de tecnologías educativas y la comprensión de las nuevas generaciones se vuelven requisitos indispensables para un ejercicio docente efectivo. Pero este proceso no es unidireccional: los estudiantes también deben mostrar paciencia y apertura hacia educadores que aún transitan el camino de la adaptación. La colaboración intergeneracional es clave.

No obstante, no todos los docentes logran ajustarse con la misma facilidad. Algunos encuentran dificultades frente a estudiantes cada vez más exigentes y digitalmente nativos. 

“Esta dificultad puede ser el resultado de una combinación de factores, incluyendo tanto una brecha generacional como una brecha tecnológica. Ambos aspectos pueden influir en la forma en que los maestros se enfrentan a los desafíos actuales”, señala Villarroel.

La educación ya no se concibe como un proceso homogéneo. Cada estudiante trae consigo una mochila de experiencias, habilidades, intereses y necesidades particulares. Por ello, el rol docente implica identificar y atender esas diferencias, personalizando las estrategias cuando sea necesario. Aquí, la empatía y la observación son tan importantes como el conocimiento disciplinar.

Además, en el contexto universitario, el docente se posiciona como un facilitador del aprendizaje activo. “Este enfoque coloca al estudiante en el centro del proceso educativo y reconoce su papel activo en la construcción de su propio conocimiento”, destaca Villarroel. 

La participación, el debate, el trabajo en equipo y el intercambio de ideas son componentes centrales del aula moderna. Ya no se trata de imponer contenidos, sino de construirlos colectivamente.

En este marco, la evaluación también ha cambiado. Ya no basta con calificar; ahora se busca acompañar procesos, ofrecer retroalimentación oportuna y generar espacios de diálogo. Se valora más el progreso que el resultado inmediato, y se prioriza el desarrollo integral sobre la memorización.

Entonces, ¿debe el docente ser amigo de sus estudiantes? ¿Debe mantener distancia o apostar por la cercanía? Las respuestas no están en los extremos, ni el maestro paternalista y autoritario, ni el colega permisivo y sin rumbo. Lo que se propone es una figura de liderazgo pedagógico, alguien capaz de combinar firmeza con empatía, estructura con flexibilidad, y teoría con sensibilidad. Una persona que guía, motiva, reta y acompaña.

Este es precisamente el modelo que promueve la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, desde su enfoque centrado en el estudiante. Allí, el docente actúa como articulador del conocimiento, promueve la participación activa y fomenta el pensamiento crítico. Se espera de él no solo dominio de su campo, sino también habilidades pedagógicas, tecnológicas y socioemocionales.

En definitiva, el maestro del presente —y del futuro— ya no puede conformarse con ser un transmisor de contenidos. Su rol es mucho más complejo: debe ser guía, mentor, facilitador y, sobre todo, líder pedagógico. Alguien que inspire, que escuche, que desafíe y que camine junto al estudiante en su búsqueda de sentido, conocimiento y transformación.

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Manuel Joao Filomeno Nuñez

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