Estudiantes de Unifranz crean biocerámica ecológica con cáscara de huevo

Por Lily Zurita Zelada

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Cristhel Arrueta, una joven de 20 años con sueños grandes y convicción ambiental, recuerda cómo nació su preocupación por el medioambiente. “Cuando era niña, veía los ríos contaminados cerca de mi barrio en Santa Cruz y siempre me preguntaba por qué no podíamos reutilizar más cosas. Hoy, con este proyecto, siento que estoy aportando un granito de arena para cambiar algo que parecía imposible”, relata con una mezcla de emoción y orgullo.

Junto a sus compañeras Camila Alejandra Arriagada y Leiddy Aguilar, estudiantes de la carrera de Bioquímica y Farmacia de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, Cristhel convirtió esa inquietud en una propuesta innovadora: biocerámica ecológica elaborada a partir de cáscaras de huevo, un residuo doméstico que normalmente termina en basureros, pero que contiene un gran potencial como materia prima sostenible.

La industria cerámica tradicional tiene un alto impacto ambiental debido al uso intensivo de recursos como arcilla, feldespato y energía en procesos de cocción que liberan gases contaminantes. Ante este panorama, el equipo de estudiantes de Unifranz apostó por una solución creativa y ecológica: reutilizar cáscaras de huevo, ricas en carbonato de calcio, como base para una biocerámica de bajo impacto ambiental.

“Realizar este tipo de proyectos nos forma como profesionales con visión social, pero también nos ayuda a tener más empatía con la naturaleza y nuestro entorno. La biocerámica es un reflejo de cómo aprendemos haciendo, de cómo cada proyecto nos enseña a mirar el mundo con otros ojos”, asegura Cristhel.

La docente Mary Cruz Martínez Tórrez, quien acompaña y guía el proyecto, explica el concepto detrás del material:

“La biocerámica es un material de origen cerámico que tiene propiedades específicas para integrarse en entornos biológicos o naturales. La que desarrollamos en Unifranz se elabora a partir de cáscara de huevo, lo que la convierte en un material no solo biocompatible y resistente, sino también sostenible. Este tipo de material tiene aplicaciones en áreas como salud, diseño, arquitectura y construcción ecológica”, afirma.

Proceso de creación 

El procedimiento combina métodos artesanales con una base científica sólida. Todo inicia con la recolección de cáscaras de huevo, que son lavadas, secadas y trituradas hasta obtener un polvo fino. A esta base se añaden ingredientes como grenetina y cola blanca para formar una masa moldeable. Esta mezcla se moldea y se deja secar al sol por dos o tres días.

En otras fases del proceso, se utiliza sinterización, una técnica de exposición a altas temperaturas que permite compactar el material sin llegar a fundirlo completamente.

“Con este método reducimos el consumo energético que suele requerir la cerámica convencional, y aprovechamos al máximo las propiedades del carbonato de calcio, que aporta dureza, estabilidad térmica y una menor temperatura de fusión”, detalla Martínez.

Este tipo de material es ideal para producir objetos decorativos, recubrimientos e incluso elementos estructurales de pequeña escala, demostrando que la innovación puede ir de la mano con la sostenibilidad.

Una solución para dos problemas ambientales

La propuesta de Cristhel, Camila y Leiddy no solo reduce el impacto de la cerámica tradicional, sino que también da respuesta a un desafío urgente: el tratamiento de residuos orgánicos.

“Queríamos demostrar que algo tan común como una cáscara de huevo puede convertirse en un material útil y sostenible. Si este tipo de iniciativas se replicara a gran escala, podríamos reducir la cantidad de desechos que terminan en vertederos y disminuir el impacto ambiental de la industria cerámica”, señala Leiddy.

Para la docente de Unifranz, el impacto de este tipo de innovación es evidente, porque al reutilizar residuos como la cáscara de huevo, se reduce la presión sobre recursos no renovables y se contribuye a una producción más limpia. 

“La biocerámica creada a partir de residuos representa una alternativa ecológica que puede sustituir materiales convencionales más contaminantes, fomentando una economía circular real”, puntualiza.

El futuro de la educación, según la académica, está en conectar lo que aprendemos en las aulas con las necesidades reales de la sociedad. “Este tipo de proyectos son un ejemplo claro de cómo los jóvenes pueden transformar problemas en soluciones innovadoras”, comenta a tiempo de destacar la importancia de que los estudiantes adquieran experiencia práctica.

Escalabilidad y futuro

¿Podría esta biocerámica producirse a gran escala? Para Martínez, la respuesta es un rotundo sí, porque existen grandes volúmenes de cáscara de huevo en la industria alimentaria, y con tecnologías accesibles, como hornos de alta temperatura y técnicas de moldeado, se podría llevar a una producción industrial. “La clave será generar alianzas entre la academia, la industria y la comunidad”.

Cristhel recuerda que al inicio del proyecto todo parecía un reto imposible. “No sabíamos si algo tan frágil como una cáscara de huevo podría convertirse en una cerámica funcional. Hoy, al ver el resultado, nos sentimos orgullosas de demostrar que no existen materiales inútiles, solo ideas no exploradas”.

Camila Arriagada añade que el proyecto responde a la responsabilidad de los jóvenes con el planeta. “Necesitamos crear materiales que no solo sean útiles, sino que cuiden nuestro entorno”.

De la basura a la innovación

“No se trata solo de fabricar cerámica, se trata de aprender a ver valor donde otros ven basura. De pensar en un futuro donde cada residuo pueda tener una nueva vida”, reflexiona Cristhel.

En tanto, la docente y mentora de las futuras bioquímicas asegura que este proyecto es una muestra clara del poder de la educación práctica, que pone énfasis en el aprender haciendo.

“Aprender haciendo transforma la teoría en experiencia significativa. En este proceso, los estudiantes adquieren conocimientos técnicos, desarrollan pensamiento crítico y fortalecen su responsabilidad social. Eso los convierte en profesionales más creativos, resilientes y capaces de enfrentar los grandes desafíos de nuestro tiempo”, puntualiza.

La biocerámica ecológica de Cristhel, Camila y Leiddy es más que un producto, es una lección de innovación, creatividad y compromiso con el planeta, una muestra tangible de que la educación puede ser el motor que transforme nuestra relación con el medioambiente.

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