Por Lily Zurita
En un esfuerzo por combatir la deserción estudiantil y renovar el interés en el aprendizaje, colegios y universidades de todo el mundo están transformando sus métodos de enseñanza al incorporar el juego como una herramienta pedagógica clave.
Estos centros educativos están reconociendo que el aprendizaje tradicional, basado en la memorización, la repetición o la verticalidad en la relación docente – estudiante, ya no es suficiente para captar la atención de las nuevas generaciones. En cambio, han optado por metodologías más dinámicas y participativas que promueven la creatividad, la colaboración y el pensamiento crítico.
El desarrollo de técnicas y estrategias didácticas que involucren el juego requiere, empero, diferenciar entre gamificación, juegos serios y aprendizaje basado en juegos.
El Observatorio de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey explica que la gamificación utiliza la lógica y la mecánica de los juegos en contextos no lúdicos, como clases o talleres. Los juegos serios están diseñados con tecnología y orientados a objetivos específicos a partir de la simulación de situaciones, como concienciar sobre el bienestar animal, etc. Finalmente, el aprendizaje basado en juegos emplea juegos existentes como herramientas educativas.
Estos enfoques innovadores están demostrando ser efectivos no solo en mantener a los estudiantes comprometidos, sino también en mejorar su rendimiento académico y su bienestar emocional, explica Mario Ariel Quispe, responsable de la Jefatura de Enseñanza Aprendizaje (JEA) de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
A través de juegos diseñados específicamente para cada materia, los estudiantes experimentan una forma de aprender que es a la vez educativa y entretenida. Esto les permite desarrollar habilidades sociales, fortalecer sus capacidades cognitivas y, lo más importante, disfrutar del proceso de aprendizaje.
Quispe asegura que el juego dinamiza la educación al hacer el proceso de aprendizaje motivador, participativo, social, flexible y memorable.
“Al integrar el juego en la educación, se crean experiencias de aprendizaje enriquecedoras y efectivas que preparan a los estudiantes para enfrentar desafíos futuros con creatividad y confianza, pues éstos aprenden a analizar situaciones, considerar soluciones y tomar decisiones informadas, habilidades que son valiosas para toda la vida”, especifica.
Además, el uso del juego en el aula fomenta un ambiente inclusivo donde todos los estudiantes, independientemente de sus habilidades técnicas o blandas, pueden participar activamente. Esta metodología no solo reduce el estrés y la ansiedad asociados con el aprendizaje tradicional, sino que también crea una conexión emocional positiva con el estudio, lo que reduce significativamente las tasas de deserción.
Algunos profesores de colegio ya implementan proyectos donde las matemáticas, las ciencias, el arte o la historia se enseñan a través de juegos de mesa, videojuegos educativos y dinámicas de rol. Las universidades, por su parte, están utilizando simulaciones y entornos virtuales interactivos para impartir conocimientos complejos de una manera más accesible y atractiva.
Estos cambios, según Quispe, están redefiniendo la educación del siglo XXI, demostrando que el juego no es solo una forma de diversión, sino una estrategia poderosa para mantener a los estudiantes en las aulas y prepararlos para los desafíos del futuro.
Hay que encender la chispa de la motivación
Para los educadores, el juego podría ser la clave para encender la chispa de la motivación en los estudiantes.
Asociado a términos como disfrute, empatía, alegría, reto, motivación, emoción, actitud, placer, incertidumbre, creatividad, amistad, libertad, gratuidad, aprendizaje, cooperación e imaginación, el juego se presenta como una poderosa herramienta educativa.
No solo estimula el aprendizaje de manera intrínseca, sino que también fomenta la competencia sana y el disfrute compartido con personas que los estudiantes valoran.
“Adicionalmente, el juego involucra a las personas de manera libre y espontánea, siendo más una actitud que depende de los participantes que de los materiales utilizados, los cuales son importantes en función de los objetivos educativos que se persiguen”, puntualiza el pedagogo.
Los docentes tienen la capacidad única de transformar cualquier contenido en un juego, brindando a los estudiantes libertad y disfrute en el proceso de aprendizaje. A pesar de que existen reglas preestablecidas, es el estudiante quien elige participar, motivado por la satisfacción personal y la gratificación que le proporciona.
El juego se convierte en un fin en sí mismo, desprovisto de intereses materiales, y plantea desafíos que los participantes deben superar. Sus ventajas y beneficios como herramienta educativa son vastos, lo que plantea la pregunta: ¿por qué no llevarlo al aula?
A pesar de las estructuras rígidas del sistema educativo, los docentes tienen la posibilidad de implementar metodologías innovadoras y disruptivas que despierten la curiosidad y atención de los estudiantes. La curiosidad, al fin y al cabo, es la puerta de entrada al aprendizaje.
“El juego es una gran oportunidad para despertar la creatividad, el liderazgo y la capacidad de trabajo en equipo de los estudiantes, potenciando su aprendizaje en cualquier nivel educativo. Implementar el juego en la educación no solo mejora la motivación y el interés de los alumnos, sino que también los prepara para enfrentar desafíos laborales y personales de manera colaborativa y creativa”, finaliza el académico.
En un mundo cada vez más exigente y competitivo, la capacidad de resolver problemas de forma creativa y en equipo es una habilidad crucial.
Con su capacidad para hacer que el aprendizaje sea divertido y significativo, el juego ofrece una oportunidad invaluable para preparar a los estudiantes para el futuro. Por ello, los educadores que integran el juego en sus métodos de enseñanza no solo están motivando a sus estudiantes, sino también les brindan herramientas esenciales para la vida.