De los disfraces a las mesas para las almas: jóvenes que celebran Halloween y Todos Santos

Por Lily Zurita Zelada

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La noche de disfraces y fiesta se transforma, pocas horas después, en un amanecer de silencio y oración. Jóvenes bolivianos cambian la música por rezos, las calabazas por panes con rostro y la risa por el respeto de una tradición que los conecta con sus muertos. Dos mundos que parecen opuestos, pero que conviven en una misma generación.

“Este fenómeno es un reflejo de procesos sociales habituales que se han dado siempre en la historia de la humanidad. Cuando dos formas de entender la realidad entran en contacto se transforman y crean nuevos hábitos. Halloween llegó desde un contexto ajeno, pero globalizado por los medios y las redes. No reemplaza nuestras tradiciones, sino que las transforma en nuevas formas de expresión social”, explica Javier Zárate Taborga, docente de Historia en la carrera de Periodismo de la Universidad Franz Tamayo.

El 1 de noviembre, Día de Todos Santos, marca el retorno de las costumbres familiares. Los jóvenes que la noche anterior bailaron hasta el amanecer, ahora ayudan a colocar velas, preparar api y distribuir masitas. Para ellos, ambas celebraciones no son opuestas, sino complementarias: una es fiesta y otra memoria, pero ambas se viven desde la comunidad y el encuentro con lo invisible.

“Probablemente Halloween sea más divertido que Todos Santos, porque esta última celebración está muy asociada a la tristeza. Sin embargo, ambos reflejan maneras distintas de conectarse con los demás. Halloween es movimiento, color, ruido; Todos Santos es pausa y recogimiento. Esa dualidad muestra cómo las culturas evolucionan sin romperse, manteniendo el sentido de pertenencia”, señala Zárate.

En las calles y ferias, las señales de esa convivencia son evidentes: máscaras junto a t’antawawas, dulces de plástico al lado de panes con rostro. Las generaciones mayores observan con mezcla de nostalgia y asombro cómo los jóvenes combinan la diversión global con la fe heredada. Lo moderno no borra lo ancestral, solo lo reinterpreta a su manera, más libre y simbólica.

“En la visión andina, la muerte no era un final trágico, sino parte de un ciclo natural vinculado al calendario agrícola. Las mesas para las almas representan tres niveles del mundo: el Manqha Pacha, el Aka Pacha y el Alax Pacha. Cada elemento tiene un sentido: la caña como bastón, la cebolla como portadora de agua y la escalera como guía del alma. Todo convive entre lo espiritual y lo terrenal”, explica Vida Tedesqui, experta en patrimonio cultural e inmaterial.

Antes, las familias se reunían para elaborar panes y galletas en hornos alquilados; hoy, ese trabajo colectivo casi ha desaparecido. La modernidad transformó la forma de celebrar, pero no el fondo. Los jóvenes, entre la prisa de su tiempo y la curiosidad por el pasado, encuentran en ambas fechas una manera de pertenecer. Halloween se vuelve excusa para reunirse, y Todos Santos, un recordatorio de las raíces.

“Las costumbres no se pierden, se recrean. No son algo que queda inmóvil como una pieza de museo. Los jóvenes adoptan Halloween sin dejar de reconocer el valor espiritual de Todos Santos. La cultura es movimiento, cambio y reinterpretación constante, donde lo antiguo y lo nuevo aprenden a convivir sin conflicto”, afirma Tedesqui.

En cada barrio la dualidad se repite: mientras algunos jóvenes se preparan para asistir a una fiesta temática, otros compran frutas, velas o figuras de pan para las mesas familiares. Esa coexistencia muestra un país que no elige entre lo extranjero y lo propio, sino que se mueve entre ambos mundos con naturalidad. La juventud no ve oposición entre disfrazarse y rezar, entre la risa y el silencio, entre la vida y la memoria.

“Esa mezcla constante es la que mantiene viva la cultura. Lo global no borra lo local, lo enriquece. Cada generación añade su propio gesto, su propia forma de entender la celebración. Por eso, lo que hoy parece una contradicción, mañana será parte del patrimonio cotidiano de los bolivianos”, concluye Zárate Taborga.

Esta combinación, que podría parecer contradictoria, revela una fuerza cultural que no teme al cambio. Bolivia celebra Halloween y Todos Santos como quien abre las puertas a dos tiempos distintos del mismo espíritu: el del encuentro. 

Cada año, los jóvenes repiten su propio ritual: primero la fiesta, luego la mesa. En ese tránsito sin pausa, el país reafirma su capacidad de transformar lo ajeno sin perder lo propio, de vivir el presente sin olvidar a los que ya partieron.

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