Ansiedad social: qué es, cómo reconocerla y cuál es el tratamiento

Por Manuel Joao Filomeno Nuñez

Diego, un joven de 27 años, recuerda con angustia sus años universitarios. Cada vez que debía exponer frente a sus compañeros, sentía que el corazón se le salía del pecho, le temblaban las manos y apenas podía pronunciar palabra. Incluso actividades cotidianas, como responder a una llamada o asistir a una reunión social, se convertían en un reto insoportable. 

“Me daba miedo equivocarme, que todos me juzgaran o se rieran de mí. Por eso prefería quedarme en casa, aunque en el fondo lo que más quería era compartir con los demás”, relata.

La historia de Diego refleja la experiencia de millones de personas que viven con ansiedad social, un trastorno caracterizado por el temor persistente a ser juzgado, criticado o ridiculizado en situaciones sociales. Este cuadro no solo limita la vida cotidiana, sino que también puede afectar de forma profunda las relaciones personales, académicas y laborales, generando aislamiento y deterioro en la salud mental.

“Es relevante la interacción del ser humano en todos sus sistemas sociales: familia, educación, trabajo y relaciones entre pares”, señala la psicóloga Karina Sánchez, docente de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Según la especialista, las causas de la ansiedad social varían, pero suelen incluir experiencias negativas previas, miedo al rechazo, baja autoestima y una constante preocupación por la evaluación de los demás. En el caso de Diego, su inseguridad comenzó en la adolescencia, tras un episodio de burlas en el colegio, lo que reforzó su temor a ser observado y criticado. “Esa experiencia marcó mi manera de relacionarme. Empecé a evitar todo lo que implicara hablar en público”, recuerda.

La ansiedad social no se limita a la incomodidad emocional: también puede provocar síntomas físicos como sudoración, palpitaciones, temblores o dificultad para respirar, así como pensamientos negativos y conductas de evitación. Durante la pandemia de COVID-19, estos cuadros se intensificaron. El distanciamiento y la ruptura de vínculos sociales incrementaron el malestar psicológico en jóvenes y adultos, explica Sánchez, citando estudios de UNICEF que registraron un aumento del 27% en casos de ansiedad y depresión en personas de 13 a 29 años.

En el ámbito académico, este trastorno es particularmente frecuente: cerca del 18% de los universitarios en el mundo lo padecen, con prevalencias que alcanzan el 19,5% en países como Turquía. La presión por destacar, la comparación con otros y la necesidad de adaptarse a nuevas etapas educativas son factores que pueden detonar síntomas. Diego lo vivió en carne propia: “Sentía que todos eran más inteligentes que yo, y eso me bloqueaba. A veces prefería perder una nota antes que enfrentar la vergüenza de participar en clase”.

Tratamientos: cómo enfrentar la ansiedad social

Un informe de la Universidad de Nueva York, citado por GQ, señala que hasta el 13% de la población mundial podría padecer ansiedad social. Frente a este panorama, los expertos coinciden en que el tratamiento es posible y efectivo si se busca acompañamiento profesional.

Sánchez destaca que la terapia cognitivo-conductual (TCC) es una de las herramientas más recomendadas, pues permite identificar y modificar pensamientos distorsionados que refuerzan el miedo al juicio ajeno. 

“La TCC ayuda a que el paciente reconozca sus ideas negativas y las transforme, lo que se refleja en un cambio conductual positivo”, explica.

En paralelo, se utilizan técnicas de exposición gradual a situaciones sociales, el desarrollo de habilidades comunicativas y, en algunos casos, medicamentos bajo supervisión médica. GQ añade que la práctica de la respiración profunda, la meditación y el mindfulness puede ser un apoyo clave para controlar la sintomatología física y recuperar el equilibrio emocional.

Diego inició su proceso de recuperación con sesiones semanales de terapia, donde aprendió a cuestionar sus pensamientos más críticos. Poco a poco, comenzó a exponerse a pequeños retos: primero saludó a un vecino, luego se animó a intervenir en clase y, meses más tarde, pudo dar una breve presentación sin paralizarse. “Todavía me pongo nervioso, pero ya no me escondo. Ahora siento que tengo herramientas para manejarlo”, afirma con optimismo.

La ansiedad social, aunque suele pasar desapercibida, es una condición que limita oportunidades y erosiona la confianza en uno mismo. Sin embargo, como muestra la historia de Diego, con el acompañamiento adecuado es posible recuperar la seguridad, retomar la vida social y transformar la relación con el entorno.

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