El peso de la inexperiencia: el esfuerzo de empezar sin práctica

Por Lily Zurita Zelada

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“Me gradué con honores, pero nadie me quería contratar. No tenía experiencia y, aunque sabía todos los conceptos, me sentía inútil en cada entrevista”. Así recuerda Claudia, de 25 años, sus primeros meses como profesional recién egresada. Tenía un título universitario, sueños grandes y una motivación inquebrantable, pero el mercado le pedía algo que no podía ofrecer: experiencia.

Como ella, miles de jóvenes enfrentan una barrera silenciosa y persistente: la inexperiencia profesional. No importa cuán brillante haya sido el desempeño académico, muchas veces sin práctica real se camina por un terreno incierto, lleno de dudas, rechazos y frustraciones.

Desde la mirada empresarial, el tema genera preocupación. El economista Hugo Siles Espada explica que la falta de experiencia genera un impacto directo en la productividad. “La inexperiencia genera costos a las empresas y esto lógicamente reduce la productividad y competitividad de las mismas”, advierte.

Aunque muchas organizaciones cuentan con procesos de inducción y capacitación, formar a un nuevo colaborador implica tiempo, dinero y recursos. 

“Es lógico pensar que se trata de un nuevo funcionario que, a través del ciclo de aprendizaje, adquirirá competencias y habilidades. Pero eso también genera un incremento de costos para la empresa”, señala Siles.

En la misma línea, Pablo Ardaya, director nacional de Capital Humano de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, señala que muchas empresas no cuentan con el tiempo ni los recursos para formar desde cero a los profesionales que ingresan a sus equipos, porque las organizaciones buscan personas que ya estén preparadas para asumir desafíos, no que recién comiencen su curva de aprendizaje.

“Las empresas valoran enormemente que el postulante llegue con experiencia previa, con competencias ya desarrolladas. Cuando esto no ocurre, y la persona no ha pasado por una vivencia práctica o laboral, necesita aprender sobre la marcha. Y ese tiempo de formación dentro del lugar de trabajo es algo que muchas veces la empresa no está dispuesta a asumir. En consecuencia, ese candidato tiene menos probabilidades de acceder a una oportunidad laboral”, explica Ardaya.

Por eso, las empresas valoran cada vez más a quienes llegan con cierta experiencia previa, aunque no sea laboral estrictamente. Estudiantes que han hecho prácticas, participado en simulaciones, desarrollado proyectos o trabajado en voluntariado parten con ventaja.

El valor de las competencias invisibles

Tanto Siles como Ardaya coinciden en que las competencias blandas o transversales tienen un valor incalculable. “Conocimiento, honestidad y esfuerzo, esas son las tres habilidades clave que se requieren. Y, transversal a todas ellas, está la actitud”, sostiene el economista.

La actitud puede incluso suplir ciertas deficiencias técnicas. “Una persona proba, ética, moral, que se entrega a la empresa y que tiene altos niveles de compromiso puede marcar la diferencia, incluso si aún le falta dominio técnico”, agrega Siles.

Pablo Ardaya complementa esta idea. “Al final del día, lo que un reclutador busca es la certeza de que la persona ha desarrollado competencias. No importa tanto cómo las adquirió, sino que pueda demostrar que sabe aplicarlas”.

Empezar sin práctica: una carga emocional

Claudia, la joven profesional, tardó casi un año en encontrar su primer empleo. Antes de lograrlo, pasó por más de 15 entrevistas donde la frase “nos falta alguien con experiencia” se volvió un golpe cotidiano. “Empecé a dudar de mí misma. Sentía que no servía para nada. Era frustrante”, cuenta.

Ese peso emocional es una realidad para muchos jóvenes. Iniciar la vida laboral sin práctica previa implica, muchas veces, lidiar con la ansiedad, el rechazo, la presión social y hasta el deterioro de la autoestima.

Por eso, es vital que las universidades y las empresas trabajen juntas para ofrecer espacios de práctica desde los primeros años de formación. No se trata solo de formar profesionales, sino de acompañarlos en su transición hacia la vida laboral con herramientas reales y oportunidades concretas.

Una transición que puede ser más ligera

La buena noticia es que este problema tiene solución. Cada vez más instituciones apuestan por la educación experiencial, el aprendizaje activo y el enfoque por competencias. Unifranz, por ejemplo, ha incorporado metodologías como «aprender haciendo», que permite al estudiante experimentar situaciones reales desde el aula.

Además, programas de voluntariado, intercambios, simulaciones, ferias de empleabilidad y convenios con empresas ofrecen una plataforma para que los estudiantes desarrollen sus competencias antes de egresar de la universidad.

“Si un estudiante ha sido presidente de curso, ha liderado un equipo o ha estado en una banda, ya ha desarrollado habilidades como liderazgo, trabajo en equipo o responsabilidad”, afirma Ardaya. “Eso también es experiencia, y cuenta”.

El mundo laboral actual exige mucho más que títulos. Las empresas buscan personas capaces de resolver problemas, adaptarse, trabajar en equipo y aprender continuamente. Y esas habilidades no se enseñan en un libro; se adquieren con la práctica.

“La teoría es importante, pero sin práctica no hay desarrollo completo de la competencia”, recalca Ardaya. Lo ideal es que el conocimiento se complemente con habilidades técnicas y una actitud proactiva. Ese es el perfil que las organizaciones valoran, y es también el perfil que asegura una inserción laboral exitosa.

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