Vencer el cáncer, sanar la mente y conservar “Nuestra Esperanza”

Vencer el cáncer, sanar la mente y conservar “Nuestra Esperanza”

Por Fernando García Torrez

Una gota tras otra pronto forma dos hilos de sangre que caen a raudales; se escurren por la nariz y llegan a la boca. El pañuelo limpia, se empapa y se enjuga, una y otra vez. Y sin notarlo, el líquido llena un recipiente. Ana tiene 12 años, y en unos meses le dirán que padece cáncer.

Recuerda vívidamente a su madre, sosteniéndole la cabeza, esforzándose por aliviar sus dolores, como lo hizo los siguientes cinco años en los que luchó contra la leucemia, hasta sanar y seguir con su vida.

La de Ana Claudia Baptista Lara es una historia de supervivencia. Hoy, con 23 años, cada día está más cerca de recibir el alta definitiva. Claro, debe obedecer las recomendaciones del médico y aún siente los efectos secundarios de la quimioterapia.

“Por el cáncer no sólo se pierde el cabello o la infancia, como me tocó a mí. Esta enfermedad te desgasta emocional y mentalmente, eso no sólo afecta a los niños, también a sus familias”, afirma, justo antes de empezar a explicar por qué estudió Psicología.

Una casita que da esperanza

Así como Ana, Mónica Méndez le declaró la guerra al cáncer, aunque desde otro frente. Ella dirige la Fundación Nuestra Esperanza, “un hogar lejos de casa para los niños con cáncer”.

Con su institución da cobijo a los pequeños con distintos tipos de cuadros cancerígenos y a sus familias. La ayuda no se limita a dar techo, ya que diariamente sirve 40 comidas para los padres que llegan desde lejos, con sus hijos enfermos.

“En Bolivia, sólo cuatro de los nueve departamentos tienen médicos oncólogos. Los papás con hijos con cáncer de las otras cinco regiones sin especialistas tienen que migrar para buscar tratamiento”, detalla, sin dejar de atender a quienes visitan la que se conoce como Casita Esperanza.

El cáncer puso las vidas de Ana y Mónica a correr en la misma dirección. En los 12 años que la fundación brinda ayuda a los niños enfermos y sus familiares, la directora tuvo que peregrinar para buscar ayuda y financiamiento, sólo así pudo mantener la casa abierta.

“En todo este tiempo, unas 270 familias pasaron por el albergue, eso sin contar los 12.000 almuerzos que dimos y seguimos sirviendo a los papás. Ahora tenemos un comedor en la misma casita”, señala Mónica.

La vida más allá del cáncer

¿Qué le espera a un niño que se hace joven después de vencer el cáncer? En el caso de Ana, esperar una oportunidad y aprovecharla. En el caso de Mónica, buscar que esa oportunidad se materialice.

“Tenemos un convenio muy bonito con Unifranz (Universidad Franz Tamayo), para que estos chicos puedan continuar con sus vidas, encontrar su misión más allá del cáncer. Con esta ayuda tenemos a una chiquita que ha salido psicóloga el año pasado, otra casi médica y otros chicos estudiando distintas carreras”, apunta la directora de Nuestra Esperanza.

La “chiquita” de la que habla es Ana, quien hoy puede ofrecer la ayuda psicológica que en su momento no tuvo para, además de sanar el cuerpo, curar la mente.

“La Fundación Nuestra Esperanza tiene un convenio con la universidad. Gracias a Dios, me llegó la beca para estudiar y elegí Psicología, que ya terminé. Escogí esta carrera porque tiene mucho que ver con el apoyo que debe recibir un paciente con cáncer”, justifica Ana.

La licenciada en Psicología es la segunda de cuatro hermanos. Mientras recibía tratamiento para superar la enfermedad, su madre esperaba al último de sus hijos. “Prácticamente mi hermanito ha crecido conmigo en el hospital”, apunta quien pasó internada todo un año, y otros dos entre hospitalizaciones y salidas medicadas.

La oportunidad de estudiar en la universidad le permitió proyectar su vida desde otra perspectiva. Con su familia, vive en Río Seco, por lo que eligió la sede de El Alto para seguir su carrera.

“En la universidad me sentí muy a gusto, me encantó estudiar ahí, aunque al comenzar los estudios justo empezó la pandemia y tuvimos muchos trabajos virtuales”, recuerda sonriente, porque sabe que todo lo aprendido en la carrera hoy lo lleva a la práctica, con la contención que ofrece a gente que, como ella, está en la lucha por sobrevivir al cáncer.

Becas para quien las necesita

Como parte de su programa de responsabilidad social universitaria, el 2 de agosto de 2012, la Universidad Franz Tamayo creó la fundación que lleva el mismo nombre, desde la que impulsa la educación basada en valores con proyectos de ayuda social y fomento del talento humano.

A través de esta institución y Nuestra Esperanza, Ana resultó beneficiaria de una de las becas completas de estudios superiores en Unifranz. Así como ella, otros cinco chicos de su generación pudieron ingresar a la universidad y están a puertas de obtener sus títulos.

“Ahora mismo tenemos cinco sobrevivientes del cáncer que están estudiando sus carreras universitarias en Unifranz, además de Anita, que ya se recibió de psicóloga”, detalla Mónica.

La Casita Esperanza y la Fundación Unifranz comenzaron a llevar ayuda a los más vulnerables casi al mismo tiempo y consolidaron una alianza para trascender lo estrictamente médico y aportar al futuro de quienes sufrieron algún tipo de cáncer.

“Con nuestro programa becamos a los chicos sobrevivientes de cáncer en distintas carreras. Conocer historias como la de Ana para nosotros es un testimonio tan poderoso, porque tenemos la posibilidad de ofrecer formación académica y apoyo para el crecimiento no sólo en el tema de salud, sino también en educación”, declara María del Pilar Hidalgo Araoz, directora de la Fundación Unifranz.

Desde que el programa entró en vigencia, 11 jóvenes que pasaron por las salas de oncología se formaron en las cuatro sedes de Unifranz en el país.

La ruta continúa. Ana y Mónica seguirán en tránsito por el sendero de la supervivencia y con su compromiso de llevar ayuda a quien lo necesite. En el camino no faltarán instituciones como Unifranz y otros aliados que lleven a la acción los valores de vida, salud y educación.

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