Por Lily Zurita
Desde sus siete años, Matías Conde (nombre convencional) sabe lo que es ‘ganarse el pan de cada día’. El niño, que hoy ya tiene 9 años, trabaja de lunes a sábado y, diariamente, sale de casa a las 06.00 para llegar al centro de la ciudad a las 08:00 e iniciar su jornada laboral como lustrabotas.
Además de él, su mamá y su hermana de 13 años trabajan en el mismo oficio. Matías cuenta que, hasta antes de la pandemia, su mamá trabajaba en una fábrica, pero que la misma cerró y ella se quedó sin trabajo.
“Sólo saco brillo hasta el mediodía y luego me voy al colegio. En un día bueno hago un poco más de 50 bolivianos; pero cuando llueve, por ejemplo, máximo saco para pagar mi almuerzo”, dice el niño que se toma una pausa, entre cliente y cliente, para tomar su leche con avena acompañada de una empanada.
Matías es uno de los más de 160 millones de niños que, en todo el mundo, se ven obligados a trabajar, exponiéndose a situaciones de riesgo social y una serie de privaciones para el pleno goce de su infancia, su potencial y su dignidad, perjudicando su desarrollo físico y mental.
En el informe “Trabajo infantil: estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir”, se pone de relieve que los avances para erradicar el trabajo infantil se han estancado por primera vez desde hace 20 años.
“La cantidad de niños de 5 a 17 años que realizan un trabajo peligroso, por el cual se entiende todo trabajo susceptible de mermar su salud, seguridad o moral, ha aumentado en 6,5 millones desde 2016, hasta alcanzar 79 millones”, dice textualmente el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef.
En el caso de Bolivia, los datos son más preocupantes aún. Según la encuesta ENNA (Encuesta de Niñas, Niños y Adolescentes que realizan una actividad laboral o trabajo – 2016) del Instituto Nacional de Estadística, 393 mil niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años realizaban trabajo infantil en el país, de los cuales 154 mil cumplían actividades laborales peligrosas. Sin embargo, varias organizaciones no gubernamentales observan estos datos oficiales porque consideran que la población infantil en situación laboral es mucho mayor.
Richard Jaimes Jiménez, docente de la carrera de Derecho de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, asegura que en el país “no hay forma de tapar el sol con una mano” porque la realidad es que existe el trabajo de menores de 14 años en condiciones deplorables, sin que a la fecha se hayan realizado acciones efectivas para su erradicación.
“Si bien somos parte de los convenios de la OIT y de los Derechos de los Niños, es indiscutible que el trabajo y explotación infantil sucede frente a los ojos y paciencia de toda la población y autoridades públicas”, indica el jurista.
María Isabel desconoce que es una cifra más para la OIT, Unicef, el INE o el Ministerio de Trabajo o que hoy, 12 de junio, se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil.
A sus 13 años, trabaja como ‘empleada doméstica’ en una casa de la zona Equipetrol de Santa Cruz. Como está al cuidado de dos niños y el apoyo en las labores de limpieza, no va al colegio y sólo ve a su familia una o dos veces al año. Tampoco sabe cuánto le pagan porque su sueldo es entregado directamente a su mamá.
“Dejé el colegio hace dos años porque tenía que trabajar para ayudar a mis papás. Espero dejar de trabajar en esta casa muy pronto, me gustaría estudiar peluquería para trabajar en un salón de belleza. Sueño con tener mi propio salón”, dice la adolescente.
¿Qué es el trabajo infantil?
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el trabajo infantil como todo trabajo que priva a los niños y niñas de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico.
Jaimes explica que existe vasta normativa internacional que regula y limita el trabajo infantil, tales como el Convenio sobre la edad mínima (núm. 138), Convenio sobre las peores formas de trabajo infantil (núm. 182) y Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas.
“El Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) prohíbe el trabajo infantil y establece la edad mínima para trabajar en 15 años (puede ser 14 en países en desarrollo). El trabajo ligero puede permitirse a partir de los 13 años (12 en países en desarrollo) siempre que no sea perjudicial para su salud o desarrollo y no interfiera con su educación”, puntualiza.
Adicionalmente, el Convenio 182 prohíbe y demanda a los países miembros de la ONU a eliminar las peores formas de trabajo infantil, que incluyen:
- Esclavitud, tráfico de niños y trabajo forzado.
- Reclutamiento de niños para conflictos armados.
- Explotación sexual comercial.
- Actividades ilícitas como tráfico de drogas.
- Trabajos que, por su naturaleza o condiciones, son peligrosos para la salud, la seguridad o la moralidad de los niños.
En el caso de Bolivia, según Jaimes, a estas formas crueles de trabajo infantil se suman el de la minería artesanal y el trabajo en la zafra de castaña y de caña.
“La participación de niños, niñas y adolescentes en la zafra de caña, castaña y minas, son consideradas como peores formas de trabajo infantil, debido a las condiciones en las que se producen”, aclara.
Factores que llevan al trabajo infantil
Para el jurista, el trabajo infantil es un fenómeno complejo influenciado por múltiples factores, ya que éstos pueden variar según el contexto socioeconómico, cultural y político de cada región o país.
En general, los principales factores que llevan al trabajo infantil son:
- Factores económicos, con la pobreza como uno de los principales motores, además de la desigualdad económica; la falta de empleo para adultos o sectores económicos que demandan mano de obra barata y la economía informal.
- Factores sociales y culturales. En algunas comunidades, el trabajo infantil es visto como una parte aceptable de la formación de un niño y su contribución a la familia.
“La migración y el desplazamiento por conflictos armados o desastres naturales hacen que, a menudo, las familias pierdan sus medios de vida y recurran al trabajo infantil como una estrategia de supervivencia”, agrega el académico.
- Factores educativos, debido a un acceso limitado a la educación o el sistema educativo débil e ineficiente que no retiene a los niños, ni proporciona una educación relevante.
- Factores legales y políticos, con leyes insuficientes o mal implementadas o la corrupción que socava los esfuerzos para combatir el trabajo infantil.
- Factores relacionados con conflictos armados que desplazan a las familias o los desastres naturales que pueden devastar las comunidades y obligar a los niños a trabajar para ayudar a la recuperación familiar y comunitaria.
Consecuencias del trabajo infantil
Según Amnistía Internacional, el trabajo infantil afecta al desarrollo físico y emocional de los niños y niñas. Los menores pueden llegar a desarrollar enfermedades y dolencias crónicas o desnutrición por estar expuestos a largas jornadas, cargas pesadas, sustancias peligrosas o a ser víctimas de abuso por parte de los adultos.
Jaimes sostiene que, además, los niños que trabajan sufren las consecuencias de vivir en un ambiente hostil o violento ya que, en muchos casos, son separados de sus familias o pierden su derecho a la educación. Todo ello afecta a su desarrollo personal.
“Es crucial combatir el trabajo infantil y promover políticas y prácticas que garanticen que los niños puedan disfrutar de su infancia, recibir una educación de calidad y desarrollarse en un entorno seguro y saludable”, concluye el abogado.