Recesión económica en Bolivia: Una realidad que nos obliga a actuar

Por Manuel Joao Filomeno Nuñez

La recesión económica es una caída sostenida del Producto Interno Bruto (PIB) durante al menos dos trimestres consecutivos, reflejo de una contracción en la producción, el consumo y la inversión. En palabras simples, significa que el país produce menos, las familias compran menos y los negocios venden menos. En Bolivia, esta situación ya es tangible: el PIB cayó un 2,4% en el primer semestre de 2025, marcando la primera contracción en condiciones normales desde 1986, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Los efectos ya se sienten en los hogares, con escasez de combustibles, inflación cercana al 20% y pérdida de poder adquisitivo.

“Hoy, el país enfrenta una recesión económica confirmada por organismos internacionales como el Banco Mundial, que proyecta una contracción del PIB de -0,5% en 2025, seguida de -1,1% en 2026 y -1,5% en 2027. Esta no es una mera estadística: es un desafío que impacta directamente en nuestras familias, empleos y comunidades”, explica Ronald Bedregal, director de la carrera de Ingeniería Económica de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Aunque aún se evita hablar de “recesión” por motivos técnicos, los indicadores son claros: dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo, caída en la producción de hidrocarburos, escasez de divisas y una inflación acumulada del 18,33% hasta septiembre. Según Bedregal, “imagínese el PIB como el latido de la economía: cuando late más débil, se produce menos, se vende menos y se invierte menos”. Esa pérdida de ritmo se traduce en menor actividad en los mercados, cierre de pequeños negocios y productos básicos cada vez más caros.

En ciudades como La Paz, Santa Cruz o El Alto, los efectos se sienten día a día. Las filas en las estaciones de servicio se alargan por la falta de diésel y gasolina, y las amas de casa deben racionar alimentos como el arroz o la carne, cuyos precios subieron hasta 58% y 30%, respectivamente. 

“La recesión reduce la oferta y encarece lo básico, erosionando la calidad de vida”, advierte Bedregal, recordando que la crisis actual tiene causas tanto políticas como estructurales: bloqueos, inestabilidad y una falta de planificación productiva.

Los efectos se extienden también al empleo y los salarios. La tasa de desocupación urbana subió a 3,1%, mientras que el subempleo afecta a ocho de cada diez trabajadores. Sectores como el transporte, la agricultura y la manufactura enfrentan despidos, suspensiones o reducción de turnos. Bedregal explica que “la recesión actúa como una cadena: una caída en la demanda reduce la producción, lo que lleva a ajustes en empleo y precios”. A esto se suma un fenómeno complejo: la estanflación, donde la economía se estanca pero los precios siguen subiendo.

En el mercado paralelo, el dólar se cotiza hasta en 15 bolivianos, encareciendo importaciones como alimentos, combustibles o medicinas. El propio INE reporta que los medicamentos han subido entre un 30% y 200% en promedio durante 2025. Mientras tanto, el salario mínimo nacional —de Bs 2.500, equivalente a unos US$154— no logra compensar el alza de precios, reduciendo drásticamente el poder de compra de las familias.

Efectos de la recesión: Cómo impacta en las familias y qué pueden hacer

En tiempos de recesión, los hogares bolivianos sienten el golpe directamente. El aumento del costo de vida, la pérdida de empleo formal y la reducción de ingresos fuerzan a las familias a replantear sus hábitos financieros. Según Bedregal, “en tiempos de estanflación, las familias bolivianas deben priorizar la resiliencia”.

El experto recomienda elaborar un presupuesto realista, priorizando alimentos, vivienda y salud. Comprar en ferias locales, donde los precios pueden ser hasta un 30% más bajos, es una opción viable. También sugiere controlar las deudas y ahorrar en UFV, una unidad de valor que protege el dinero frente a la inflación.

“El nuevo gobierno debe implementar reformas para atraer inversión y reducir subsidios, pero mientras tanto, nuestra ingeniería económica colectiva nos permitirá tener más holgura y enfrentar la crisis”, afirma.

A nivel estructural, la recesión también desnuda la dependencia de Bolivia de sectores volátiles como los hidrocarburos. En 2025, la producción de gas cayó significativamente por falta de inversión, lo que afectó al transporte y la agroindustria. El fenómeno de El Niño agravó la situación al reducir la cosecha de soya, mientras los bloqueos interrumpieron el suministro de diésel.

Pese al panorama adverso, Bedregal mantiene una visión optimista: “La economía es cíclica, como las estaciones del año. Aunque hoy enfrentamos un invierno económico, los ciclos nos enseñan que tras la recesión vendrán tiempos de recuperación”. Para él, la clave está en diversificar las exportaciones, fomentar la inversión en litio y agroindustria y, sobre todo, mantener la confianza social.

En última instancia, la recesión económica en Bolivia no es solo un dato macroeconómico: es una realidad que afecta la vida cotidiana de millones. Pero también es una oportunidad para replantear el modelo productivo, apostar por la educación financiera y fortalecer la cohesión comunitaria.

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