El mundo avanza en un entorno cada vez más cambiante y disruptivo. Las nuevas tecnologías de la información han acelerado procesos que, hasta el siglo pasado, se creían inimaginables. Esa evolución demanda que la sociedad se vaya adaptando a los cambios de forma permanente. La educación no es la excepción de esta dinámica transformadora.
Universidades e institutos de educación superior de talla mundial se van adaptando al cambio y, día a día, asumen procesos innovadores con giros de 180 grados en busca de la humanización de la propia educación en el sentido de colocar a la persona en el centro del proceso de enseñar y aprender.
Xavier Aragay, director en Reimagine Education Lab, con más de 25 años de experiencia en liderazgo y gestión del cambio e innovación educativa, asegura que la persona que emerge de esta nueva forma de educación es empoderada, más autónoma y protagonista activa del proceso de aprendizaje.
“La persona va creciendo, se va desarrollando, se va conociendo, va asumiendo la capacidad de relacionarse con los otros y, a la vez, aprende, pero no al revés, porque si ponemos el énfasis en la mera transmisión de conocimientos nos estamos olvidando de una parte muy importante. Una persona que desarrolla el conocimiento sólo para sí, no tiene sentido”, indica Aragay, autor del libro “Reimaginando la educación”.
Por ende, la educación es el cimiento que hace de las personas seres humanos. Es un derecho básico y universal. El acceso a la misma debe ser garantizado por los gobiernos, en cumplimiento de convenios y protocolos internacionales.
El experto español colabora en calidad de asesor en transformación e innovación educativa de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz. Es trascendental que toda la sociedad asuma el valor de la educación, adelanta. Las familias, las escuelas, la universidad, las empresas, las ONGs, los medios de comunicación, en fin, todos están educando y están haciendo que las nuevas generaciones comprendan el mundo en el que viven y puedan ‘deconstruirse’ como personas y ciudadanos activos.
Poner al estudiante en el centro del aprendizaje
El estudiante debe estar en el centro del proceso de enseñanza – aprendizaje, para ello es necesario provocar, intencionalmente, una crisis en aquellas certezas y aprendizajes obsoletos para que cambien y se pongan a tono con las nuevas exigencias de la educación.
“En toda aula hay alumnos que aprenden de forma distinta, porque sus inteligencias son diferentes. Hoy, la neurociencia nos ha enseñado (…) que se aprende mucho más si diversificamos las metodologías de aprendizaje. Por ejemplo, puede haber unos ratos en los que el profesor hable y el alumno escuche, pero el alumno también puede aprender haciendo”, dice Aragay.
Cambiar de metodología implica, por ejemplo, que se presente un problema de la vida real al alumno. A partir de ese hilo será el propio alumno quien, individualmente o en equipo, vaya resolviendo posibles respuestas, busque información, genere marcos conceptuales, esquemas, escriba o hable.
Sin embargo, para llegar a esa fase de la transformación educativa se debe abrir la mente, poner en crisis los marcos mentales y atreverse a experimentar. La diversificación de metodologías hace a la educación más inclusiva e incluyente porque hay alumnos que pueden aprender activando modos de aprendizaje distintos, porque sus ritmos son diferentes.
En Bolivia, algunas universidades o institutos de educación superior se han apropiado de estas nuevas metodologías y las han puesto en práctica con resultados alentadores a partir de la filosofía del “aprender haciendo”, poniendo en práctica lo aprendido en el aula y formando equipos de trabajo colaborativo.
La educación clásica y tradicional, propia del siglo pasado, según Aragay, se ha basado solo en la lectoescritura o la lógica matemática, dejando marginadas del proceso de aprendizaje otras inteligencias más constructivas, como la social o la artística.
“Cuando utilizamos metodologías activas y diversificamos el sistema o proceso de aprendizaje estamos incluyendo a muchos más alumnos que quizás no son fuertes en las dos primeras inteligencias pero que pueden incorporarse al proceso de enseñar y aprender de otra forma. El cambio más profundo que se debe encarar es en la mente”, reflexiona el experto.
El desafío a las comunidades educativas está planteado. Hoy más que nunca urge reflexionar respecto a la necesidad de transformar las prácticas educativas, dar un giro en el enfoque y tomar la decisión colectiva de que, juntos, es posible construir otra educación, pero esta vez humanizada y transformadora.