Eduardo Hinojosa y el sueño de transformar una ciudad mal diseñada en un lugar para todos
Por Leny Chuquimia
Hasta los 15 años, Luis Eduardo Hinojosa Torrico vivía como cualquier adolescente. Iba al colegio, hacía deporte, aprendía a tocar guitarra, jugaba fútbol, montaba bicicleta y soñaba sin prisa con dedicarse a la música. La vida, por entonces, no tenía medidas, escalones ni obstáculos visibles. Todo parecía al alcance.
Pero bastó un instante para que todo cambiara. Un accidente le fracturó las vértebras C3 y C4, provocándole una lesión medular irreversible. La cuadriplejia llegó como diagnóstico y con ella, una nueva manera de habitar el mundo.
“No puedo negarlo. Mucho tiempo he estado preguntándome ¿por qué a mí? pero llegó un momento en que había que seguir adelante. A uno le toca ver los medios y los modos de cómo hacer las cosas. Para mi historia ese fue el nuevo sentido, encontrar una carrera, hacer mis cosas y tener mi emprendimiento. Busqué hacer las cosas y decir que soy independiente”, señala Eduardo desde Cochabamba, hoy con 31 años de edad.
No habla desde el drama, sino desde la conciencia adquirida a fuerza de experiencia. Porque si algo descubrió tras perder el movimiento, fue otra cosa más dura aún: que el entorno tampoco se movería por él.
La ciudad para la que se volvió invisible
Salir a la ciudad en silla de ruedas no es sencillo. Aceras, gradas, pendientes o paradas de transporte mal ubicadas convierten un simple recorrido en un laberinto de obstáculos. En medio de ese caos Eduardo comprendió que su mayor desafío no era solo personal, sino urbano. Calles, edificios y restaurantes que no estaban pensados para personas como él comenzaron a mostrarse como una ciudad excluyente.
“Me ha tocado ir a varios lugares donde no hay rampas. He tenido que ingeniármelas para poder llegar de un lugar a otro”, explica al describir una rutina ya conocida para él y que, aunque no es lo correcto, la sociedad ha naturalizado.
Lo que para muchos pasa inadvertido, para él es una prueba constante. Gradas sin alternativas, puertas estrechas, accesos imposibles. Entonces llegó la idea que hoy lo impulsa: no es su cuerpo el que falla, es el diseño.
Eduardo no se queja de la falta de normas, sino de la falta de conciencia. “A veces cumplen por cumplir un protocolo, ponen una rampa, pero no se preguntan si realmente puedo subirla solo, si tiene el espacio adecuado, si la inclinación es correcta. No se trata de hacerla, se trata de pensarla”.
Y en ese pensamiento que puede ser tan personal aparece algo más amplio, que la inclusión no beneficia a unos pocos, sino a todos. Y es que una rampa no es solo para una persona en silla de ruedas, es para una mamá con su bebé en cochecito, para una persona mayor, para alguien con problemas articulares. “Es para todos”.
Un cuerpo detenido, una mente en movimiento
La historia de Eduardo no se detuvo con el accidente. Cambió de forma, pero no de dirección. Hoy estudia Publicidad y Marketing y ha emprendido su propio camino profesional con la misma determinación con la que se enfrenta al día a día.
“Desde mi situación busco hacer cosas que me permitan ser independiente. Y eso también es un sentido para la vida”, afirma.
No romantiza su realidad, pero tampoco se queda atrapado en ella. No desconoce los días difíciles ni esconde los momentos de duda. Para él, seguir no es una consigna, es una decisión consciente. “La clave es continuar, ser resilientes, apoyarse en quienes están contigo”.
Eduardo convive con su diagnóstico con aceptación, pero sin resignación. Su esperanza no es ingenua, es informada. “Sé que tengo una lesión medular, sé que soy usuario de silla de ruedas, pero tengo fe de que con los avances médicos esto pueda tener una solución”.
Rediseñar el futuro
Cuando habla del futuro, no lo hace solo desde lo personal, sino desde lo colectivo. Por eso cuando se le pregunta si diseñar una ciudad inclusiva es su nueva misión, él responde que no se trata de una lucha personal si no de una responsabilidad de todos. Sueña con una ciudad distinta, no por estética, sino por justicia.
“Sueño con un mundo más adaptado, en el transporte, en las escuelas, en las universidades, en todos los espacios. La accesibilidad no es un lujo, es una responsabilidad compartida. Si quienes diseñan lugares se pusieran en los zapatos de una persona en silla de ruedas, entenderían mucho mejor lo que está mal”, afirma.
Eduardo no quiere ser visto como una historia triste ni como una excepción heroica. Quiere ser reconocido como lo que es. “Soy como cualquier otra persona. Puedo ayudar, aportar, hacer reír, acompañar”.
Cuando piensa en cómo le gustaría ser recordado, no habla de batallas ganadas ni récords personales, habla de algo más simple. “Quisiera ser recordado como el chico que, a pesar de todo, nunca apagó su sonrisa”.
Eduardo Hinojosa no se propone cambiar el mundo desde la épica, sino desde lo cotidiano. Desde una rampa bien hecha, una puerta abierta, un espacio pensado. Desde una ciudad que deje de ser un obstáculo y empiece a ser un lugar para todos.
La silla, dice, no definió su valor, solo cambió la forma; no le impidió hacer cosas sino a hacerlas distinto. A veces, la verdadera discapacidad no está en el cuerpo, está en aquello que nunca se diseñó para incluir.