Aumento de precios y desabastecimiento: las consecuencias de los aranceles de Donald Trump

La política arancelaria implementada por el expresidente estadounidense Donald Trump volvió a posicionarse en el centro del debate económico internacional, con efectos que van más allá de simples cifras aduaneras. 

“Estamos viendo un efecto cascado. Cuando se alteran las cadenas de suministro globales por una medida unilateral como el aumento de aranceles, toda la estructura de precios y disponibilidad de productos comienza a resentirse”, advierte Jenny Andia, especialista en comercio internacional y directora de la carrera de Ingeniería Económica de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Según la especialista, las recientes decisiones comerciales de Trump no solo han elevado los precios de bienes esenciales y tecnológicos, sino que también han desatado una ola de incertidumbre y tensiones globales que podrían escalar a niveles no vistos desde la crisis financiera de 2008.

Uno de los sectores más golpeados por los aranceles es el tecnológico. Productos como el iPhone y la esperada Nintendo Switch 2, que dependen casi en su totalidad de componentes fabricados en Asia, especialmente en China, enfrentan aumentos de precios sustanciales. 

Apple, por ejemplo, ha sido una de las compañías más afectadas, dado que la mayoría de sus dispositivos se ensamblan en China. Si se impusieran aranceles sobre todos los componentes clave o sobre los productos terminados, los precios de dispositivos como el iPhone podrían incluso duplicarse. Esto ya ha sido anticipado por analistas financieros que ven con preocupación una eventual pérdida de competitividad frente a fabricantes asiáticos no sujetos a las mismas restricciones.

“La dependencia de insumos importados hace que cualquier arancel se traduzca directamente en un mayor costo para el consumidor final”, explica la economista.

Además, la posibilidad de trasladar parte de la producción a países exentos de aranceles —como India o México— representa una solución a largo plazo, pero con impactos inmediatos en la disponibilidad de productos mientras se reconfiguran las cadenas logísticas.

Por otra parte, el comercio de alimentos y bebidas importadas tampoco ha escapado a las consecuencias. Con los aranceles a productos europeos como quesos y vinos, los consumidores estadounidenses enfrentan precios más altos y una menor oferta en los estantes.

Según Andia, “estos productos no son de primera necesidad, por lo que los consumidores tienden a sustituirlos por alternativas locales o más económicas. Sin embargo, esto golpea directamente a los importadores y a los productores europeos”.

Estos cambios en la estructura arancelaria han tenido efectos inmediatos. La Unión Europea ha considerado implementar contramedidas arancelarias contra productos estadounidenses, aumentando aún más las tensiones en el comercio bilateral. De concretarse, podría iniciarse una nueva fase de la ya deteriorada relación comercial transatlántica.

Asimismo, el sector automotriz, uno de los pilares de la economía estadounidense, enfrenta también retos importantes. Los aranceles sobre automóviles importados de Japón, Corea del Sur y la Unión Europea, o las autopartes, elevan los costos de producción y reducen la variedad de modelos disponibles en el mercado.

“Un vehículo que antes costaba 25.000 dólares, con los nuevos aranceles podría superar fácilmente los 30.000. Esta diferencia no es menor, especialmente para familias de clase media”, subraya Andia. 

Además, fabricantes nacionales que dependen de piezas extranjeras se ven igualmente perjudicados, contradiciendo el objetivo original de proteger la industria local.

Aunque algunas marcas podrían considerar trasladar más producción a EE.UU., este proceso es lento, costoso y no siempre viable. El resultado inmediato es una oferta más limitada y precios más elevados, especialmente para modelos con márgenes de beneficio bajos que podrían desaparecer del mercado estadounidense.

Guerra comercial recargada

En las últimas semanas, Trump ha intensificado su postura arancelaria, elevando tarifas sobre productos chinos hasta en un 125%. La respuesta de China no se hizo esperar: aranceles de hasta un 84% sobre productos estadounidenses han reavivado la guerra comercial entre ambas potencias. Este intercambio de represalias ha generado alta volatilidad en los mercados financieros, afectando la confianza empresarial y generando miedo entre los inversionistas.

En un intento por mitigar los efectos inmediatos, EE.UU. otorgó un plazo de 90 días a 75 países para postergar la aplicación de los nuevos aranceles. No obstante, como señala Andia, “este tipo de medidas solo ofrecen un respiro temporal. No solucionan la raíz del problema y mantienen la incertidumbre, lo cual frena decisiones estratégicas por parte de empresas y gobiernos”.

La especialista advierte además que, en sectores como la tecnología o los bienes de lujo, donde las cadenas de suministro están altamente globalizadas, 90 días no son suficientes para rediseñar procesos sin generar altos costos adicionales.

Las consecuencias de esta política proteccionista no se limitan al ámbito económico. Existe un riesgo real de fragmentación comercial global si otras naciones adoptan medidas similares en respuesta a los aranceles estadounidenses. 

“Si la tendencia continúa, podríamos estar ante una desglobalización forzada, donde cada país busca asegurar su producción interna a costa del comercio internacional”, apunta Andia.

Para América Latina, las implicancias son igualmente serias. La región, altamente dependiente de las exportaciones y sensible a las fluctuaciones del comercio internacional, podría verse atrapada entre las potencias en disputa. El desafío será diversificar mercados, fortalecer industrias locales y, sobre todo, evitar quedar rezagados en esta nueva configuración económica mundial.

Los aranceles de Trump han desatado una tormenta comercial con efectos que trascienden fronteras y sectores. Desde el alza de precios en artículos de consumo masivo hasta la reconfiguración de cadenas globales de valor, el proteccionismo ha dejado de ser una idea teórica para convertirse en una realidad con costos tangibles para millones de consumidores y productores.

“Lo que está en juego no es solo el precio de un iPhone o una botella de vino francés. Estamos hablando del modelo mismo de comercio global y su sostenibilidad futura”, concluye Andia.

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