Khalil García-Tornel: el científico que aprendió a cocinar antes que a experimentar

Por Leny Chuquimia

Khalil García Tornel Eduardo.

En la cocina de una casa en La Paz, Bolivia, cuando apenas tenía tres o cuatro años, Khalil García Tornel Eduardo descubrió que la comida no solo se cocina, sino que se investiga. Mientras otros niños jugaban con autos o muñecas, él intentaba preparar alimentos y sentía, sin saberlo, que su pasión eran los laboratorios. 

Hoy, a sus 25 años, es ingeniero en agroindustria alimentaria, especialista en Food Science and Technology, asesor en I+D para suplementos nutracéuticos, docente universitario e investigador en biotecnología de alimentos. Pero, sobre todo, es un traductor, alguien que convierte el lenguaje complejo de la ciencia en herramientas sencillas para la vida cotidiana.

No solo investiga cómo los alimentos nutren, sino cómo engañan, transforman y dialogan químicamente con el cuerpo humano. Es asesor en investigación y desarrollo para suplementos nutracéuticos, docente universitario y promotor incansable de una idea que repite como consigna, que la ciencia de los alimentos no debe quedarse en los laboratorios, sino llegar a los platos.

“Siempre fui un fuerte propulsor de que la ciencia debe compartirse, si no, no sirve de nada. Se tiene que comunicar y no solamente entre científicos o entre miembros de la academia, tiene que ser socializada con el público en general”, afirma Khalil.

Alimentos, una ciencia para todos 

La pasión de Khalil no nació con una epifanía, sino en tubos de ensayo. Sus juguetes no eran comunes: “Parte de mis regalos de cumpleaños eran sets de mini laboratorios de química, tubos de ensayo, reactivos”, cuenta. Un momento clave fue cuando comprendió que muchos experimentos se hacían con ingredientes de cocina.

Pero la comprensión profunda llegó conforme avanzaba en la escuela. Con materias como biología, química y bioquímica entendió que los alimentos no son sólo calorías, sino sistemas complejos de moléculas que interactúan dentro del cuerpo. 

“Ahí entendí que muchas de las cosas que yo usaba para experimentar… eran comida. Ahí lo vi, si la comida es química, yo puedo hacer cosas con los alimentos. Los alimentos están constituidos de moléculas… y todo eso impacta en nosotros”, explica.

Khalil nunca se imaginó como un sabio aislado en una torre de marfil. Desde estudiante, su impulso fue compartir. Para él, la divulgación no es una opción secundaria, sino una responsabilidad ética.

Esa idea es la que lo llevó a la docencia y a la divulgación como extensión natural de su carrera. Entiende que de nada sirven años de investigación si sus conclusiones no transforman la vida de las personas. “Realmente quienes deben gozar de los avances científicos son la población en general”, sostiene.

Cuestionar el plato

Su trabajo toca un nervio sensible en el discurso moderno sobre la nutrición. En una época obsesionada con lo “natural” y con demonizar lo “ultraprocesado”, Khalil plantea una mirada incómoda pero necesaria: más ciencia y menos miedo.

“Todo el mundo dice que lo ultraprocesado es malo… pero esa definición es muy ambigua. La industria está evolucionando para que haya procesos que hagan que el alimento te nutra mejor”, indica.

No es una defensa ciega de la industria, sino una llamada a la comprensión: muchos alimentos necesitan tratamiento para ser digeribles, aprovechables y seguros. En algunos casos, la tecnología no empobrece el alimento, sino que lo hace más accesible.

Cuando se le pregunta por el cambio más poderoso que ha hecho en su vida, Khalil no menciona dietas extremas ni fórmulas secretas. Habla de algo mucho más cercano: cómo se guarda la comida.

“El cómo almacenas tus alimentos, dónde los guardas, a qué temperatura, en qué recipientes… cambia todo”, afirma.

No se trata de conservación, sino de salud, economía y prevención. “Muchas veces los alimentos se echan a perder o te hacen daño por guardarlos mal. Incluso te pueden mandar al hospital”. Un gesto pequeño, consecuencias enormes.

Khalil busca generar una provocación directa: que la gente cuestione lo que cree saber sobre la comida. “Quiero que se pregunten si lo que les enseñaron cuando eran pequeños es cierto. Que busquen información confiable y tomen sus propias decisiones”.

Con estas preguntas no pretende adoctrinar, quiere despertar, abrir grietas en certezas heredadas y sembrar responsabilidad personal.

Más allá del investigador

En su vida cotidiana, Khalil es scout, jugador de mesa, lector voraz y coleccionista. Se define como curioso más que brillante, apasionado más que famoso. “No soy una persona muy extrovertida, pero me gusta ayudar”, dice con sencillez.

Y quizá ahí esté la clave de su historia. No se trata de genialidad, sino de coherencia; no de ambición de reconocimiento, sino la búsqueda de impacto.

Aquel niño que cocinaba huevos en el microondas hoy diseña investigaciones, forma estudiantes y reta creencias. Cambió los platos por publicaciones, pero no la esencia, sigue preguntándose qué ocurre dentro de los alimentos y dentro de nosotros.

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