Planificación inversa: la estrategia que pone el aprendizaje en el centro de la enseñanza

Por Manuel Joao Filomeno Nuñez

La planificación inversa es una metodología pedagógica que propone un cambio de perspectiva en la forma de diseñar las clases; en lugar de partir de los contenidos que el docente quiere impartir, el proceso comienza por definir los objetivos finales de aprendizaje y luego retrocede en la planificación. De esta manera, se asegura que cada actividad, recurso y evaluación estén alineados con lo que realmente se espera que los estudiantes logren. 

Para Mario Ariel Quispe, experto de la Jefatura de Enseñanza Aprendizaje (JEA) de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz), su potencial en las aulas radica en que favorece un aprendizaje más profundo, personalizado y significativo, al mismo tiempo que fomenta la autonomía y el autoaprendizaje.

“La planificación inversa se centra en entender y atender las necesidades de aprendizaje de los estudiantes antes de definir los contenidos y métodos de enseñanza”, explica el docente universitario.

Este enfoque se presenta como una alternativa innovadora frente a la enseñanza tradicional, ya que obliga a los docentes a pensar primero en lo que quieren que sus alumnos aprendan y en cómo demostrarán ese aprendizaje. Quispe subraya que se trata de “una herramienta poderosa para la personalización de la enseñanza, que permite alinear los planes con los objetivos educativos a largo plazo de los estudiantes”.

La lógica de la planificación inversa se resume en tres pasos esenciales:

  • – Definir objetivos claros: establecer qué habilidades, conocimientos o competencias deben adquirir los estudiantes.
  • – Determinar la forma de evaluación: diseñar criterios y evidencias que permitan comprobar el logro de esos objetivos.
  • – Planificar las actividades: seleccionar aquellas estrategias y dinámicas que lleven al estudiante a cumplir con éxito los aprendizajes esperados.

De acuerdo con Quispe, este método transforma la dinámica del aula, ya que “la evaluación deja de ser el punto final para convertirse en el punto de partida del proceso educativo”. Esta visión permite que los alumnos comprendan ideas complejas y desarrollen habilidades de pensamiento crítico, en lugar de limitarse a memorizar contenidos.

Los beneficios de esta metodología se reflejan en distintos niveles: por un lado, otorga claridad a los estudiantes sobre hacia dónde se dirigen sus aprendizajes; por otro, dota a los docentes de una ruta estructurada y coherente para guiar el proceso formativo. Además, al estar centrada en las metas finales, la planificación inversa promueve un ambiente más flexible, en el que el protagonismo recae en el estudiante.

Un ejemplo concreto de esta aplicación es el diseño de clases de ciencias en las que se busca que los alumnos comprendan la interdependencia en un ecosistema. En lugar de empezar con explicaciones teóricas, el docente plantea objetivos claros (comprender las cadenas alimenticias y sus efectos) y luego propone actividades que desafíen a los estudiantes a deducir consecuencias de la desaparición de una especie. La evaluación, en este caso, se centra en los argumentos y conclusiones de los alumnos, ya sea de forma escrita, gráfica o oral.

En este sentido, la planificación inversa no solo mejora la calidad del aprendizaje, sino que también fomenta en los estudiantes la capacidad de asumir un rol más activo en su formación. Quispe enfatiza que este enfoque “no solo transforma la dinámica de la enseñanza, sino que también empodera a los docentes para adaptar sus estrategias a las necesidades específicas de sus estudiantes”.

Unifranz ha incorporado la planificación inversa dentro de su modelo educativo innovador, en el que el estudiante es protagonista de su propio proceso formativo. Esta apuesta refuerza su compromiso con una educación que trascienda la transmisión de contenidos para enfocarse en el desarrollo de competencias y habilidades necesarias para enfrentar los retos del mundo actual.

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