La revolución de las aceras: pequeños árboles, grandes cambios
Por Leny Chuquimia

En diferentes ciudades de Bolivia y el mundo los espacios verdes no siempre abundan. Aceras estrechas en las que el cemento avanza sin dejar espacio a la tierra y la vegetación son parte de un paisaje que poco a poco se tiñe de gris.
Sin embargo, una revolución silenciosa podría gestarse en los lugares menos pensados: las aceras, las jardineras y las plazas. Frente a la expansión del cemento, el proyecto Ciudades Verdes, impulsado por la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, hace un llamado a plantar, cuidar y reconectar con la naturaleza. Y todo podría empezar con un solo árbol frente a una casa.
El verde que cabe en una vereda
“Hay que entender qué es un área o espacio verde. Puede ser una plaza, las jardineras, los espacios municipales, las áreas de conservación o incluso las aceras donde debería haber árboles para cubrir la necesidad de los habitantes”, explica Marco Antonio Martínez Uriarte, jefe de la Unidad de Biodiversidad y Conservación del Gobierno Municipal de La Paz.
Su afirmación rompe con una idea extendida: que las áreas verdes solo existen en parques o reservas. En realidad, dice, cada metro cuadrado con vegetación en la ciudad cuenta, incluso el pequeño triángulo de tierra frente a un muro o el borde de una vereda donde aún puede crecer una raíz.
La Paz, señala Martínez, cuenta con 21 áreas protegidas y más de 700 plazas, pero el desafío no está solo en los grandes espacios, sino en activar los pequeños. “Lo que tenemos que generar —afirma— es que un árbol o dos árboles puedan servir tranquilamente para una persona o una familia. Es importante que todas nuestras avenidas y calles tengan un árbol”.
Esa frase —“un árbol para una familia”— resume el espíritu de una revolución urbana desde lo cotidiano, donde el cambio climático se combate con gestos simples, pero sostenidos.
El cemento como enemigo
Martínez reconoce que el problema no es la falta de árboles disponibles, sino la resistencia ciudadana. “Muchos vecinos tienen la acera y no quieren que se coloque un árbol. Lo tapan los espacios.”
El fenómeno no es exclusivo de La Paz. En ciudades de todo el continente, las veredas se sellan con cemento como símbolo de orden y modernidad. Pero ese mismo “progreso” termina asfixiando el suelo, eliminando la sombra y multiplicando el calor.
La cultura del cemento —que asocia la limpieza con la ausencia de naturaleza— ha provocado calles cada vez más áridas. La consecuencia se mide en grados: las zonas sin vegetación pueden alcanzar temperaturas 5 a 10 °C más altas que aquellas con árboles, además de generar estrés térmico y contaminación.
“Un árbol es algo importante para la resiliencia y la adaptación de nosotros al cambio climático”, recuerda Martínez. Su mensaje no es técnico, sino urgente. Y es que la vegetación urbana es una infraestructura viva para enfrentar el calentamiento global.
Sembrar no basta: el arte está en cuidar
El funcionario insiste en que plantar un árbol es apenas el inicio. “Cuando realizamos campañas, siempre un individuo muere. Como individuo me refiero a la especie vegetal; entonces necesitamos reponerlo. A eso nosotros, los agrónomos, le decimos el refallo”.
El concepto, poco conocido fuera del ámbito forestal, revela una verdad incómoda: la mayoría de las campañas de arborización urbana fracasan porque no hay seguimiento. Se plantan árboles para la foto, pero se olvidan antes de que echen raíces.
“A una especie hay que alimentarla. No solamente es colocarla y dejarla, sino que tenemos que colocar abonos cada cierto tiempo”, explica.
Lo que queda claro es que sembrar es un acto de compromiso, no de evento. Y en las ciudades, ese compromiso debería ser compartido entre autoridades, instituciones y vecinos.
Educación verde para plantar conocimiento
Plantar árboles y cuidarlos es más que jardinería, es formar ciudadanos conscientes del valor del verde urbano. Para ello la alianza entre educación y ambiente podría ser el camino para muchas ciudades, donde las nuevas generaciones ya comprenden que un árbol frente a casa no sólo da sombra, sino también identidad y comunidad.
Experiencias en diferentes ciudades demuestran que la transformación ambiental empieza en las veredas, cuando los habitantes se apropian del espacio y lo vuelven vivo. En barrios paceños, colectivos ambientales ya replican esa práctica con campañas de adopción de árboles, tal como ocurre con Ciudades Verdes.
No se trata solo de “tener más parques”, sino de redescubrir el potencial verde de cada metro urbano: una acera, un patio, una escuela. Si cada familia plantara un árbol y lo cuidara, las ciudades cambiarían no solo su paisaje, sino también su temperatura y su aire.
La revolución de las aceras no requiere grandes presupuestos ni decretos, sino voluntad y conciencia. Cada árbol plantado frente a casa es una promesa de futuro, una resistencia verde ante el cemento.
Quizá la transformación urbana más profunda no se mida en metros cuadrados de parques, sino en la sombra que proyecta un árbol en la vereda, plantado por manos vecinas que decidieron que su ciudad debía volver a respirar.