Ansiedad adolescente: cuando el futuro pesa demasiado

Por Jorge López
El futuro, que para muchos adultos representa una promesa de posibilidades, para miles de adolescentes es una fuente de angustia. En lugar de vivir su presente con calma, la presión de rendir bien en la escuela, la incertidumbre de conseguir trabajo en un mercado cambiante y la constante comparación en redes sociales han comenzado a sofocar una etapa que, en teoría, debería ser una de las más libres.
“Estamos ante una generación hiperexigida. Los adolescentes no solo enfrentan presiones externas, también luchan con exigencias autoimpuestas por cumplir ideales inalcanzables que ven en redes, en casa o en la escuela. Todo esto hace que sientan que su vida está atrasada si no cumplen con ciertas metas a una edad muy temprana”, señala Carmen Aguilera, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Las aulas escolares, tradicionalmente espacios de aprendizaje, se transforman hoy en entornos de competencia. No basta con aprobar. Hay que sobresalir. A los 16 o 17 años, muchos jóvenes ya sienten que están en una carrera contrarreloj para ser ‘alguien’, sin siquiera haber tenido tiempo de entender quiénes son. Esta presión académica constante se traduce en insomnio, ataques de pánico y una sensación persistente de no ser suficiente.
“Los adolescentes de hoy no solo cargan con la expectativa de rendir en lo académico, sino también con la idea de tener un plan de vida completamente definido antes de los 18 años. Eso los hace vivir con una ansiedad permanente que no les permite disfrutar ni sus logros ni sus procesos de crecimiento”, explica Aguilera.
Pero el aula no es el único detonante. Muchos adolescentes abren sus redes sociales apenas despiertan y, con un par de deslizamientos de dedo, se enfrentan a una galería inacabable de vidas «perfectas». Influencers de su edad viajando, estudiando en el extranjero, emprendiendo, triunfando. La comparación, aunque irreal, duele. Y el resultado es jóvenes que se sienten rezagados en una competencia que nadie les explicó, pero que todos parecen correr.
“Las redes sociales amplifican las comparaciones sociales y distorsionan la percepción de la realidad. El adolescente siente que va tarde, que está fallando, aunque en realidad solo está viviendo a su propio ritmo. Esas comparaciones generan frustración, baja autoestima y ansiedad generalizada”, afirma la docente.
A eso se suma la incertidumbre laboral. Las noticias sobre automatización, desempleo juvenil y precarización del trabajo asustan a una generación que aún no termina el colegio. Muchos sienten que no importa cuánto se esfuercen, el futuro es sombrío. Este pensamiento repetido, interiorizado, los empuja a un ciclo de ansiedad donde nada parece suficiente, y todo esfuerzo se percibe como inútil.
“Hay una sensación de desesperanza anticipada. Varios adolescentes sienten que todo su esfuerzo puede no valer nada si el mundo laboral sigue cerrándose o cambiando tan rápidamente. Ese miedo los paraliza y afecta directamente su motivación para continuar sus estudios”, advierte la docente de Unifranz.
Algunos lo viven en silencio, otros explotan, y muchos simplemente se apagan, dejando de participar o intentar. La ansiedad se vuelve crónica, con síntomas que van desde la taquicardia hasta la desconexión emocional. El cuerpo grita lo que las palabras no logran decir, pero a menudo el entorno minimiza o ignora estas señales. El resultado es una generación agotada emocionalmente.
“Muchos padres minimizan lo que sus hijos sienten, creyendo que son dramas o exageraciones. Pero cuando el adolescente empieza a presentar síntomas físicos o emocionales severos, como insomnio, ataques de pánico o aislamiento, ya estamos ante un problema que no se puede ignorar”, comenta Aguilera.
El entorno adulto, muchas veces, no ayuda. Padres que replican la presión, profesores que miden el valor por notas, instituciones que no cuentan con psicólogos o programas de apoyo reales. Hablar de salud mental sigue siendo, en muchos espacios, un tabú. La adolescencia ya no es como antes. Es más compleja, más demandante, y requiere comprensión, no solo exigencia.
“La adolescencia actual necesita ser entendida desde una perspectiva emocional más profunda. No podemos seguir exigiendo madurez sin dar contención. Necesitamos transformar los espacios educativos y familiares en redes de apoyo emocional reales y constantes”, concluye Carmen Aguilera.
La ansiedad adolescente no es un capricho ni un síntoma pasajero. Es una señal de que estamos exigiendo demasiado a quienes apenas están empezando a caminar. Si no se atiende, se transforma en un peso tan grande que opaca el futuro que tanto temen. Uno que debería estar lleno de esperanza, no de miedo.