Por Lily Zurita
En la coincidencia perfecta entre investigación y academia yace un vasto campo de posibilidades para la generación de conocimiento que promete beneficios y avances significativos para la sociedad.
En este contexto, la coordinadora nacional de Investigación de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, y miembro del Capítulo Bolivia de la Organización para las Mujeres en Ciencia para el Mundo en Desarrollo, Lucía Alvarado Arnez, delinea una perspectiva esclarecedora sobre la importancia de esta estrecha relación y los desafíos que enfrenta en la región.
Al aprovechar su formación como bióloga, Alvarado explica cómo la colaboración entre la academia y la investigación puede impulsar descubrimientos significativos y soluciones a problemas complejos y de mucha necesidad para la sociedad, como sucedió hace poco más de tres años, ante la emergencia por el Covid-19.
“La investigación por medio de metodologías sistemáticas genera evidencias con sustento robusto y conclusiones que puedan contribuir a responder preguntas bien definidas. Es allí donde radica la importancia de la investigación como una fuente de generación de conocimientos básicos o aplicados que contribuyen a las más diversas áreas (…)”, dice la experta.
En este marco, la investigación sistemática emerge como un pilar fundamental, generando evidencia sólida y conclusiones que alimentan la comprensión y la resolución de interrogantes bien definidas.
La academia, por su parte, desempeña un papel crucial como facilitadora y catalizadora del proceso investigativo. Desde la formación de competencias investigativas en el profesorado hasta el fomento del pensamiento crítico y la investigación formativa entre los estudiantes, las instituciones educativas actúan como motores de cambio y progreso.
Para Alvarado, sin embargo, existe la necesidad de una coordinación efectiva entre docentes investigadores y la estructuración de grupos de investigación, capaces de abordar problemáticas de relevancia a nivel local, nacional y global.
Adicionalmente, para que esta simbiosis sea verdaderamente productiva, es imperativo abordar uno de los principales desafíos: la falta de inversión en investigación y desarrollo (I+D) que caracteriza a nuestra región.
Un panorama poco alentador
El informe «El estado de la ciencia», publicado en diciembre de 2023 por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), revela una disparidad alarmante en cuanto a la inversión en I+D entre los países desarrollados y América Latina y el Caribe.
Con apenas un 0,61% del Producto Interno Bruto dedicado a esta área en la región (América Latina y el Caribe), queda patente la urgente necesidad de un mayor compromiso y apoyo financiero para impulsar la investigación y la innovación.
“Portugal y España son los países iberoamericanos que más esfuerzo relativo realizan en I+D, invirtiendo el 1,68% y 1,43% de su PBI respectivamente en estas actividades. Brasil es el único país latinoamericano cuya inversión representa más del 1% de su PBI, Argentina invirtió 0,52% mientras que el resto de los países invierte menos del 0,50% de su producto en I+D”, señala el Informe.
Comparativamente, la inversión de los países industrializados supera de lejos los recursos económicos que destinan los países de la región. Por ejemplo, Israel es el país con el mayor nivel de inversión al destinar 5,56% de su PBI a actividades de I+D. Le sigue Corea con una inversión cercana al 5% y luego Estados Unidos, Japón, Alemania y Finlandia ubicados en torno al 3% de su PBI.
Además, los datos referentes a los recursos humanos dedicados a la investigación resaltan el papel fundamental de las instituciones académicas, con el 58% de los investigadores realizando sus actividades en el ámbito universitario.
“Si tenemos en cuenta la distribución de los recursos humanos de acuerdo al sector donde desempeñan sus tareas, vemos que el sector de educación superior es el más significativo ya que en 2021 el 58% de los investigadores realizó sus actividades en el ámbito universitario (…)”, indican los autores de la publicación “El estado de la ciencia”.
Por su parte, Alvarado asegura que, en esta coyuntura, la academia funge como un brazo articulador para el desarrollo de la investigación en tres etapas:
En la primera, la academia fomenta la formación de competencias investigativas en su profesorado, el cual posteriormente será responsable de diseminar estos conocimientos.
En un segundo momento, los docentes son mentores educativos para las nuevas generaciones, donde la formación profesional va más allá de una simple memorización de contenidos, incentivando a que los estudiantes apliquen un enfoque analítico y dinámico hacía el abordaje de problemas relevantes.
En tercer lugar, la academia debe articular docentes investigadores, con líneas de investigación básicas o aplicadas, que permitan la estructuración de grupos de investigación, quienes tengan una dedicación protegida suficiente como para conducir y ejecutar trabajos de investigación multidisciplinarios, que aborden problemáticas de interés a nivel local, nacional y global.
“La academia, por medio de las instituciones de educación superior representa uno de los nichos preferenciales para el desarrollo de la investigación y generación de conocimiento de impacto para la sociedad”, reflexiona Alvarado.
Sin embargo, para que esta alianza florezca plenamente, es fundamental abordar los desafíos que enfrentamos, especialmente en términos de financiamiento e inversión en investigación y desarrollo. Solo así se podrá desbloquear todo el potencial de esta sintonía de conocimiento y convertirlo en un motor de cambio positivo y transformador para todos.