Desde la Chiquitania hasta el Madidi, pasando por el Salar de Uyuni o las ruinas arqueológicas, Bolivia ofrece una variedad de experiencias enriquecedoras a los visitantes. El agroturismo o la participación en actividades artesanales tradicionales ganan espacio en un turismo que prima la experiencia y vivencia.
El turismo es una fuerza económica poderosa, pero, a menudo, insostenible. La promoción de diferentes formas de turismo, como el vivencial y comunitario, emerge como una luz de esperanza en tiempos de crisis, no sólo para el crecimiento económico de una región o país, sino también para la conservación del medio ambiente y la preservación de la riqueza cultural.
Datos del Viceministerio de Turismo dan cuenta que, en 2023, 3,1 millones de personas viajaron por el país y que, a nivel de turismo receptivo, 998.000 viajeros de otros países visitaron diferentes atractivos anclados en el territorio nacional, generando un movimiento económico de 716 millones de dólares.
La tendencia está en el turismo vivencial
El turismo vivencial va ganando terreno en varias partes del mundo. Ofrece a los viajeros experiencias únicas y auténticas, mientras se adentran en paisajes espectaculares y se sumergen en la diversidad cultural del país.
“En el mundo tenemos 104 ecosistemas, de los cuales Bolivia tiene 83 de ellos. También hay 14 zonas fisiográficas bien marcadas y Bolivia tiene las 14. Cuán ricos somos en biodiversidad y no solo en cultura viva. Basta pasar un par de cerros y ya estamos en una región diferente, con otro tipo de personas, otro tipo de clima y otro tipo de producción cultural y económica”, indica Juan Carlos Núñez, docente de la carrera de Administración de Hotelería y Turismo de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
El turismo vivencial busca sumergirse en la cultura, tradición y estilo de vida de las comunidades locales. “Es una experiencia que se basa, por tanto, en vivir experiencias inmersivas para comprender en profundidad la forma de vida de los habitantes locales”, explica.
Sin embargo, para que esta forma de actividad económica sea exitosa, necesita ir acompañada de agresivas campañas de difusión y promoción, según el académico.
“No se trata solo de publicitar destinos, sino de garantizar condiciones que brinden una experiencia satisfactoria y segura para los visitantes. Es esencial asegurar condiciones de seguridad y facilitar el transporte, evitando obstáculos que puedan empañar la experiencia del viaje”, agrega el experto, nominado por la Revista New York Times al premio como mejor guía de turismo del mundo.
La inversión en promoción es crucial, y aquí es donde entran en juego herramientas como las páginas web, las redes sociales o microdocumentales (videos), entre otros. Estos recursos permiten mostrar la riqueza natural y cultural del país de manera atractiva y concisa, capturando la atención de potenciales viajeros y despertando su interés por explorar lo que Bolivia tiene para ofrecer.
Un ejemplo destacado de turismo vivencial es el Parque Nacional Madidi, donde un proyecto pionero captó la atención de viajeros de todo el mundo, incluyendo celebridades como Harrison Ford y Leonardo DiCaprio. Asimismo, lugares emblemáticos, como el salar de Uyuni, ofrecen paisajes impresionantes que han cautivado a personalidades como Charlton Heston, Gael García o la producción de Star Wars: Los últimos Jedi, aunque aún queda un gran potencial por aprovechar. “Uyuni es espectacular desde donde se lo vea”, destaca Núñez.
La verdadera joya del turismo vivencial radica en su enfoque comunitario y su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, ya que, al involucrar a las comunidades locales en la oferta turística, se genera un impacto positivo en la economía y se fomenta la conservación del patrimonio cultural y natural.
Este modelo de turismo sostenible no solo beneficia a los empresarios locales, sino que mejora la calidad de vida de toda la comunidad.
“Ir a visitar esos pueblitos remotos, metidos en la selva o en toda la sabana cruceña, encontrar una iglesia magnífica hecha a mano desde el siglo XVIII y cómo hasta el día de hoy lo van regenerando, es parte del turismo responsable y sostenible”, aclara Núñez al referirse a la inigualable oferta turística que brinda la Chiquitania cruceña.
El turismo vivencial va más allá de una simple transacción comercial. Es una oportunidad para compartir y aprender, para sumergirse en nuevas culturas y modos de vida, porque genera un impacto positivo en las comunidades locales, ya que se fomenta el intercambio cultural, se impulsa la economía local, se apoyan los proyectos del lugar, y se promueve la preservación de la identidad cultural.
Abordar los desafíos que enfrenta el turismo vivencial, como minimizar su impacto ambiental y garantizar la equidad en la distribución de beneficios es trascendental al momento de diseñar políticas públicas de promoción y difusión de la economía creativa, donde el turismo es uno de sus principales puntales.
“Solo a través de un enfoque integral y colaborativo, que involucre a gobiernos, comunidades y empresas, podremos aprovechar plenamente el potencial del turismo vivencial para avanzar hacia un futuro más sostenible y equitativo. En un país tan rico en biodiversidad y cultura como Bolivia, el turismo vivencial no es solo una oportunidad económica, sino una herramienta poderosa para la conservación y el desarrollo humano”, concluye Juan Carlos Núñez.