Por Lily Zurita
En la vida, pocas cosas son tan seguras como la incertidumbre del futuro. Esto es especialmente cierto en el ámbito de las relaciones personales, donde dos individuos deciden unir sus caminos y formar un proyecto de vida en común.
El matrimonio es una unión que se basa en el amor, la comprensión y la colaboración mutua. Sin embargo, con el paso del tiempo, pueden surgir diferencias que, lejos de fortalecerse, se agrandan, haciendo que la convivencia se vuelva insostenible.
Las incompatibilidades pueden manifestarse en diversas formas, desde discrepancias en la manera de ver la vida y los valores, hasta en los intereses personales y profesionales de cada uno.
Cuando estas diferencias se vuelven irreconciliables, el proyecto de vida en común que alguna vez los unió se desmorona.
En estos casos, el divorcio se presenta como una solución clara y posible. Aunque pueda parecer un fracaso, en realidad, el divorcio es una herramienta legal que permite a las personas poner fin a una situación de infelicidad y comenzar un nuevo capítulo en sus vidas.
“Lamentablemente, en muchas ocasiones, ya sea por incompatibilidad de caracteres, intereses personales o diversas razones irreconciliables entre los cónyuges, el proyecto de vida en común se acaba, quedando la pareja, física y sentimentalmente separados, dando pie al divorcio como posible y clara solución”, indica Álvaro Eduardo Chávez Jiménez, abogado y docente de la carrera de Derecho de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
El proceso de divorcio puede ser emocionalmente agotador, pero también es una oportunidad para el crecimiento personal. Ambos individuos tienen la posibilidad de redescubrirse, de replantearse sus prioridades y de buscar la felicidad de una manera que quizás no habrían considerado mientras estaban juntos.
Guillermo Cabanellas de Torres en su Diccionario Jurídico Elemental señala que divorcio proviene del latín divortium, del verbo divertere, separarse o irse cada uno por su lado, así mismo puede definirse como la ruptura de un matrimonio válido.
“El divorcio consiste en la disolución definitiva del vínculo matrimonial por la ruptura del proyecto de vida en común”, indica el Diccionario.
Chávez aclara que el divorcio no siempre tiene que ser un proceso conflictivo. En muchos casos, los cónyuges pueden optar por un divorcio amistoso, en el cual ambas partes acuerdan los términos de la separación de manera civilizada y respetuosa.
Este tipo de divorcio no solo es menos estresante, sino que también puede ser más beneficioso para todas las partes involucradas, incluyendo a los hijos, si los hay.
Tipos de divorcio
El Código de las Familias y del Proceso Familiar (Ley 603) indica que, ante la ruptura del proyecto de vida en común, existen dos formas para divorciarse: el judicial y el notarial.
- Divorcio notarial
Es posible sólo si hay acuerdo mutuo de los interesados, de forma libre, voluntaria, consentida y que no se involucre derechos de terceras personas, es decir que no existan hijos producto del matrimonio o que sean mayores de 25 años, no haya bienes comunes o gananciales sujetos a registro y no exista pretensión de asistencia familiar por ninguno de los cónyuges.
- Divorcio judicial
En estos casos, la acción de divorcio se tramita como proceso extraordinario en estrados judiciales, en función a un procedimiento especial determinado por ley. La demanda podrá ser presentada con o sin acuerdo regulador del divorcio.
“De persistir la voluntad de la o el demandante de divorciarse, se dictará sentencia declarando disuelto el vínculo matrimonial. Si corresponde se homologará el acuerdo regulador del divorcio, siempre que se encuentre conforme a las disposiciones de la Ley 603”, aclara el académico.
¿Qué pasa con los hijos?
Chávez señala que la autoridad judicial determinará la situación circunstancial de los hijos, teniendo en cuenta el mejor cuidado e interés moral y material para ellos.
“Las convenciones que celebren o las proposiciones que hagan los padres pueden aceptarse, siempre que se observe el interés superior de los hijos”, puntualiza.
Los hijos menores quedarán en poder de la madre o del padre que ofrezca mayores garantías para el cuidado, interés moral y material de éstos, debiendo el otro cónyuge contribuir a la manutención de los mismos en la forma que la autoridad judicial determine.
La autoridad judicial puede dictar en cualquier tiempo, de oficio o a petición de parte, las resoluciones modificatorias que requiera el interés de los hijos.
En definitiva, aunque el divorcio marque el final de un proyecto de vida en común, también abre la puerta a nuevas oportunidades y caminos por explorar. Es un recordatorio de que, a pesar de las adversidades, siempre es posible encontrar una solución y seguir adelante en busca de la felicidad y la realización personal.
El divorcio, cuando es la solución elegida para poner fin a una relación marcada por la incompatibilidad de caracteres y otros conflictos irreconciliables, no debe verse como un fracaso, sino como un paso valiente hacia un nuevo comienzo. La clave está en afrontar el proceso con madurez y respeto, permitiendo que ambas partes puedan reconstruir sus vidas y encontrar la paz y felicidad que merecen.