Educar con conciencia ecológica: un compromiso que cruza todas las aulas

Por Jorge López
La protección del medio ambiente no debería aprenderse solo en una charla anual o con una actividad simbólica. Para construir una sociedad verdaderamente comprometida con el futuro del planeta, es urgente que la educación para la sostenibilidad deje de ser periférica. Incluirla de forma transversal en todos los niveles escolares puede marcar la diferencia entre un cambio superficial y uno profundo.
“La educación ambiental no debe ser un contenido aislado. Según la ley Avelino Siñani, debe implementarse en todos los niveles educativos. Sólo así se fortalece la concientización desde la infancia y se construyen bases sólidas para formar ciudadanos responsables con el medio ambiente”, explica Zulma Aliaga Arce, docente de la carrera de Derecho, de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
En muchas escuelas, el cuidado del ecosistema se limita a una efeméride o a una clase aislada. Aunque es positivo que existan estos espacios, no son suficientes para enfrentar la crisis climática. Una comprensión seria y duradera del problema ecológico exige que se lo vincule con otras áreas del conocimiento y que se aborde de forma continua, no como un tema decorativo que aparece una vez al año.
«La educación ambiental debe empoderar a los estudiantes no sólo para comprender los desafíos planetarios, sino también para actuar en consecuencia. Necesitamos un enfoque que no se limite a una asignatura, sino que atraviese todo el sistema educativo y prepare a los jóvenes para convertirse en ciudadanos responsables y comprometidos con el planeta”, asegura Audrey Azoulay, directora general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y la Cultura (Unesco).
Cada 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente, y en esta fecha proliferan actividades ecológicas en colegios y medios de comunicación. Sin embargo, al terminar la jornada, el tema desaparece de los contenidos educativos. El desafío es evitar que la educación ambiental se convierta en una moda pasajera. Solo una integración real y constante logrará formar estudiantes capaces de actuar con responsabilidad ambiental.
«Hay formas de integrar el enfoque ambiental en cualquier materia. En educación física se pueden realizar actividades como competencias de recolección de basura; en matemáticas, se pueden analizar datos sobre reciclaje. Todo depende de la creatividad docente para hacer del ambiente un tema transversal”, añade Aliaga.
Incorporar este enfoque de forma transversal implica enseñar desde todas las asignaturas: en Lenguaje, promoviendo lecturas que aborden problemáticas ecológicas; en Ciencias Sociales, analizando conflictos por el uso de recursos; en Matemáticas, haciendo cálculos sobre consumo energético; y en Arte, creando expresiones visuales en defensa de la naturaleza.
“Si queremos asegurar un futuro más verde y resiliente, debemos integrar la sostenibilidad en la enseñanza desde una edad temprana. No basta con enseñar ciencia ambiental; hay que enseñar a pensar en sistemas, en impactos y en decisiones que respeten los límites del planeta”, explica Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Este modelo de enseñanza permite desarrollar una conciencia ambiental que no se limite a repetir conceptos, sino que invite a reflexionar y actuar. Así, los estudiantes entienden que el cuidado del medio ambiente no es solo tarea de los ecologistas, sino una responsabilidad compartida que se cruza con la economía, la salud, la cultura y los derechos humanos.
«Cuando se educa ambientalmente desde los primeros años, se forma una conciencia que perdura. En cambio, en la universidad es más difícil cambiar hábitos porque muchos estudiantes ya vienen con conductas asumidas. Por eso, debemos comenzar desde la infancia para tener un verdadero impacto”, comenta la docente.
Bolivia, como muchos países de América Latina, enfrenta desafíos ambientales graves: pérdida de biodiversidad, incendios forestales, contaminación del agua y explotación descontrolada de recursos naturales. En ese contexto, es aún más urgente formar nuevas generaciones con una mirada crítica, capaces de participar en decisiones que afecten su territorio y su comunidad.
«Los jóvenes son aliados clave en la lucha contra la emergencia climática, pero necesitan herramientas. La educación ambiental debe ser parte esencial de su formación, no un lujo o un complemento. Educar para la sostenibilidad es educar para la paz, para la equidad y para la supervivencia”, reflexiona António Guterres, secretario general de la ONU.
La transversalidad también permite que la educación ambiental se vincule con los saberes locales. Integrar conocimientos indígenas sobre el respeto a la naturaleza o las prácticas comunitarias de gestión del agua no solo enriquece el aprendizaje, sino que fortalece el sentido de identidad cultural y pertenencia al entorno.
“»Un niño que aprende en casa a apagar las luces o a botar basura en su lugar, replicará esas actitudes en el colegio. Pero si no lo aprende en casa, el colegio puede ser ese espacio que lo motive. La educación ambiental es más efectiva cuando hay colaboración entre la familia y la escuela”, concluye la docente de Unifranz.
También es necesario que exista voluntad institucional. Reformar los currículos, invertir en materiales didácticos sostenibles, implementar huertos escolares y promover campañas internas de ahorro energético son pasos clave. No se trata de grandes inversiones, sino de una planificación educativa coherente y comprometida con la vida.
Diversos organismos internacionales como la Unesco han propuesto incorporar la educación para el desarrollo sostenible como un derecho básico. Algunos países ya han comenzado a hacerlo con políticas públicas sólidas, mientras que otros apenas inician el camino. Lo importante es entender que no se trata de una opción, sino de una necesidad urgente para garantizar un futuro habitable.
El medio ambiente no se protege solo con discursos o celebraciones, sino con educación. Y esa educación no puede quedarse en la superficie. Debe cruzar asignaturas, inspirar proyectos, movilizar comunidades y, sobre todo, despertar en los estudiantes la certeza de que sus acciones, por pequeñas que parezcan, pueden cambiar el mundo.