Por Lily Zurita
Como todos los años, la Fiesta Mayor de los Andes, una de las máximas expresiones folklóricas del país y patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, se apresta a desgarrar la monotonía de la sede de gobierno del país, desde las 07:00 de hoy.
Con una contribución a la economía creativa del país de casi Bs 500 millones, la entrada del Gran Poder, que nació originalmente en la zona Chijini de La Paz, ha evolucionado de ser una celebración barrial a convertirse en un evento de alcance metropolitano.
La fiesta del Gran Poder no sólo es un acontecimiento cultural, sino fundamentalmente un motor importante de la economía creativa boliviana.
Gabriela Sanjinés, directora del Instituto de Progreso Económico Empresarial (IPEE), uno de los centros de pensamiento estratégico de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, que en 2023 realizó el primer censo de economía naranja del país, señala que en las últimas décadas se ha tomado consciencia del movimiento económico, directo e indirecto, que genera esta festividad, inicialmente cultural y folklórica que emergía de un sector social comerciante, y que, en la actualidad, se ha convertido en una fiesta que gira en torno a la economía.
“La fiesta del Gran Poder muestra el poderío económico no sólo de los comerciantes sino de otras clases sociales que, antaño, era impensable que sean parte de esta fiesta y que ahora se ven en la necesidad de mostrarse como parte de la misma (figuras de televisión, modelos o políticos)”.
Al respecto Daniel Moreno, en la “Encuesta de Consumos Culturales en tres áreas metropolitanas de Bolivia” indica que los patrones de consumo se van transformando de manera gradual, a medida que la experiencia cultural de las personas cambia por la oferta, las tendencias generales, o la edad y las preferencias individuales.
Esta economía, también conocida como economía naranja, engloba industrias culturales y creativas que generan empleo e ingresos significativos. En el contexto del Gran Poder, estas industrias incluyen bordadores, mascareros, matraqueros, confeccionistas de mantas y polleras, joyeros, músicos, salones de fiesta, grupos musicales, entre otros. Sin contar toda la actividad económica (gastronomía, turismo, hotelería) que se genera en torno a la festividad.
Sanjinés especifica que “la economía creativa constituye un conjunto de sectores y actividades productivas que fusionan el valor económico con el valor cultural que producen, y como en todo proceso económico, no podría existir la demanda cultural si no hay quién lo consuma. Necesitamos consumo cultural para que la economía creativa funcione como tal”.
Creatividad, habilidades, ingenio y talento, tanto individual como colectivo, son los ingredientes fundamentales de la economía creativa, que es capaz de generar productos y servicios que fusionan valores económicos y culturales que, en interacción con la innovación y la tecnología, generan puestos de trabajo, ingresos, desarrollo económico local y ganancias, cuyo principal poder tiene su fundamento en la propiedad intelectual.
Consumo cultural
La cultura, en un sentido amplio, es el conjunto de expresiones creadas o transformadas por los seres humanos. En un sentido estricto, se la entiende como el conjunto de expresiones artísticas y la manera de vivir de los pueblos.
Gabriela Sanjinés asegura que la cultura es uno de los elementos más importantes que tiene la economía creativa y que contar con información científica sobre las formas de su consumo sirve desde distintos puntos de vista.
“Nos sirve para conocer cuánta demanda tiene nuestra cultura o cuánto dinero está generando y tomar conciencia de su importancia como indicador económico (…). La cultura y la economía no son entes separados o variables que nunca se fusionan; al contrario, van juntas en todo el proceso porque la una depende de la otra”, puntualiza.
En tanto, para Fernando Cajías de la Vega, abogado e historiador paceño, la economía creativa funciona como una cadena productiva que comienza con la producción cultural y pasa por la creación, recreación e interpretación hasta llegar al consumo cultural.
“El consumo cultural es la última fase de esta cadena que, por supuesto, fortalece la producción cultural porque cuanto más se consume un bien cultural, más producción puede haber”, indica el historiador, quien además baila llamerada en Gran Poder desde hace 37 años.
El consumo cultural se realiza tanto en el mercado, como al pagar una cuota para participar en la fiesta, y a través de políticas que facilitan el acceso a la cultura, como festivales gratuitos o entradas rebajadas a museos para jóvenes y personas de la tercera edad.
Una apropiación cultural intergeneracional
Con la participación de más de 50.000 bailarines y 20.000 músicos de todas las edades, el Gran Poder es una auténtica apropiación cultural intergeneracional. Además de la juventud que se apropia de la festividad, es común ver a septuagenarios bailando en algunas danzas, reflejando la diversidad etaria de los participantes.
Cajías de la Vega en su artículo “Culturas juveniles folklóricas universitarias” asegura que un sector muy importante de la juventud boliviana está vinculado al patrimonio inmaterial de Bolivia mediante el folklore y por su participación en las fiestas colectivas bolivianas, sea como actor o espectador.
El crecimiento de esta fiesta está marcado por un aumento significativo en la participación de mujeres, un cambio notable en comparación con hace 50 años, cuando se fundó la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder.
Presencia de la chola paceña
El Gran Poder se diferencia de otras festividades no solo por su componente religioso y artístico, sino también por la presencia de la chola paceña, que se representa a sí misma en las danzas, particularmente en la morenada.
La chola paceña cautiva a propios y extraños con el armonioso movimiento de su pollera que vuela al viento al ritmo de bombos, platillos y matracas de bandas de música que también hacen gala de coreografías y composiciones musicales.
Este personaje central de la fiesta, con su vestimenta tradicional, simboliza la autenticidad cultural de La Paz. Aunque algunas mujeres que no son cholas paceñas también visten el traje durante la fiesta, la mayoría son cholas tradicionales.
Según Cajías, “la chola paceña es el personaje central en más de 20 morenadas y es uno de los pocos personajes que se representa a sí misma porque en otras danzas uno se apropia de otra identidad, en cambio los bloques de las señoras en las morenadas bailan de sí mismas”.
Rol de la academia
La academia juega un papel vital en esta economía creativa. La investigación y los observatorios culturales son necesarios para analizar indicadores de producción y consumo cultural. Ejemplos internacionales, como la reducción de impuestos al libro en Colombia, muestran cómo las políticas estatales pueden impulsar estas industrias.
“Por supuesto que todo este tema de la economía naranja, de las industrias culturales y creativas, la producción cultural y el consumo cultural tienen una fuerte relación con la academia. Es muy importante investigar, por ejemplo, qué es lo que produce, cuánto y qué cantidad y, justamente, se puede ver dónde se produce más”, dice Cajías.
Por su parte, Sanjinés manifiesta que el apoyo del Estado es primordial para que estas festividades que hacen a la economía creativa y que están generando mucho ingreso económico para nuestras regiones sigan creciendo, puede ser a través de asociaciones público – privadas que redimensionan este tipo de actividades culturales, y no solo actuando como apoyo logístico que parecería que es su rol actual.
“Es importante que el Estado se dé cuenta que debe tener otras formas de medir el impacto económico de los sectores de la economía creativa porque tal y como medimos la economía actualmente es una forma muy tradicional miope a estas grandes aportaciones económicas desde la creatividad, innovación y cultura”, reflexiona la académica e investigadora.
Como patrimonio de la humanidad, la fiesta del Gran Poder engloba una rica variedad de bienes culturales, incluyendo música, indumentaria, coreografías y simbolismos. La conservación de este patrimonio es crucial y, según las normas de la UNESCO, es dinámica, permitiendo cambios que no alteren su esencia religiosa y artística.
“La identidad en una fiesta o en una comida, como es una cultura viva, es dinámica, por lo tanto, puede cambiar. Preservar no significa no dejar que no exista ningún cambio. En el caso del Gran Poder, han existido cambios en los últimos 50 años, sobre todo por la participación de la mujer, pero lo que hay que preservar es que no se pierda la esencia religiosa artística que tiene la festividad”, agrega Cajías de la Vega.
El Gran Poder es un bien cultural integral que no solo celebra las tradiciones paceñas, sino que también fortalece la economía creativa de Bolivia. Su preservación y promoción son fundamentales para mantener viva la riqueza cultural del país.