Por Manuel Filomeno
Las familias bolivianas cada vez optan por tener menos hijos, reduciendo la tasa de fecundidad nacional, de 7,5 hijos por familia en la década de los 70 del siglo pasado hasta 2,1 hijos por matrimonio de acuerdo a la última Encuesta de Demografía y Salud (EDSA) realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2023, cuyos resultados se han visto reflejados en el último Censo de Población y Vivienda de 2024.
De acuerdo con el INE la tasa de fecundidad de 2,1 significa que las familias bolivianas apenas llegan a la tasa de reemplazo poblacional, es decir que los hijos que nacen solo cubren la población de los padres que los generan.
Para la Organización Internacional del Trabajo, el impacto económico y social en la reducción de la tasa de natalidad puede ser analizado desde diferentes aristas. Por un lado, conlleva a una reducción de la fuerza de trabajo y el empleo en la economía, lo que puede afectar el crecimiento económico, la producción y la productividad de un país.
Por otra parte, la reducción en la fuerza de trabajo afecta la recaudación impositiva desde el lado de la demanda y la oferta. La reducción impositiva y, por tanto, en los ingresos fiscales, afecta y reduce la posibilidad de financiar proyectos de inversión social como centros de salud, escuelas e infraestructura, además de afectar la sustentabilidad del sistema de pensiones y la seguridad social en general.
Esta tasa guarda concordancia con datos mundiales. Un estudio elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) revela que, a nivel mundial, la tasa de fecundidad bajó de 3,2 nacimientos por mujer en 1990 a 2,5 en 2019. La proyección apunta una disminución que persistirá en los próximos años, con una baja de la tasa hasta un 2,2 de nacimientos por mujer en 2050.
“Esta tendencia muestra que cada vez son más las personas que optan por no tener hijos. Anteponen como prioridad sus proyectos personales y profesionales antes que plantearse la maternidad o la paternidad”, explica Tatiana Montoya, psicoterapeuta familiar y docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz,
La profesional apunta a que esta tendencia se debe, en gran manera, a una alta competitividad, a la prolongación de los procesos de formación y a los altos costos de vida, entre otras motivaciones, como la conciencia ambiental, mayor libertad o la estabilidad emocional y económica.
“Los jóvenes se han dado cuenta, en principio, de lo competitivo que es el mundo laboral. Definitivamente, el no tener una especialización, una maestría, un doctorado, un post doctorado, les resta probabilidades de llegar a su zona de seguridad. Esto muestra que las prioridades han cambiado, la tendencia de estar en pareja durante años, pero sin tener en mente un niño toma mucha fuerza, modificando el ciclo de vida: nacer, crecer, reproducirse y morir”, expresa la psicoterapeuta familiar.
Hoy en día, a estas personas que eligen no tener hijos, se les conoce como “childfree” (sin hijos por elección) un término que surgió en Estados Unidos. No obstante, la mayoría de la gente al decidir por ello, no saben que están optando por una vida libre de paternidad.
“Pienso que el miedo y la creencia que ellos tienen de la incapacidad de criar y educar seres humanos que sean beneficiosos para la sociedad es uno de los aspectos que ha hecho que ellos decidan no tener hijos”, indica Montoya.
Sin embargo, es importante destacar que, aunque la decisión de no tener hijos puede ser una elección personal y válida, todavía existe una fuerte presión social para que las personas sigan el modelo tradicional de la familia.
“A veces, los mensajes que se mandan desde los cuidadores primarios o de la familia extensa de tener hijos, llegan a ser estresantes o difíciles”, apunta la psicóloga.
Una elección válida
Para la psicoterapeuta familiar, la decisión de los jóvenes de no tener hijos es una toma de decisiones que no tiene que ver con vivencias disfuncionales o traumáticas.
“No necesariamente es algo que tenga que considerarse una manera de ser egoísta. (…) Pero pienso que es una decisión bastante respetable y bastante funcional, simplemente no quieren tener hijos, no por malas experiencias, sino por decisión propia y porque se dan cuenta que su vida de esta manera funciona bien, que son funcionales y que de alguna manera tienen estados de felicidad”, afirma.
Las generaciones anteriores y las de ahora difieren en muchos aspectos. Desde la paternidad, donde en el pasado era considerado un deber y una forma de continuar la línea familiar.
El rol de los programas
La información del INE da cuenta también que se amplió la edad mínima de la tenencia de hijos. “Antes los hijos se tenían a temprana edad, ahora se los tiene en promedio a más de los 30 años”, explica la entidad.
Esto muestra el relativo éxito de los programas de sexualidad responsable y una señal de que deben potenciarse en los años venideros.
“Creo que hay que hacer más hincapié en este trabajo. Primero, los adolescentes no deberían ser padres. Es una problemática muy grande que influye a nivel económico, social, político y de salud porque hay jóvenes que son mamás cuando aún no están preparadas”, cuestiona la psicóloga.
Según Montoya, son embarazos precoces que se presentan en los jóvenes, ya que no tienen la madurez cerebral, emocional y económica que deberían tener. Sin embargo, esto se debe a la poca intervención de adolescentes en talleres educativos sobre salud sexual y reproductiva.
“Todos los gobiernos han estado viendo políticas públicas para disminuir los embarazos adolescentes a través de programas de sensibilización y concienciación (…) tenemos espacios como el CIES y otros espacios municipales que ayudan a adolescentes”, señala.
Los programas y campañas para informar y educar a los jóvenes sobre la paternidad responsable son fundamentales para promover una toma de decisiones conscientes y bien fundamentadas sobre su futuro.
“Considero que es importante abarcar estos temas igual en los colegios, en las universidades y mostrarles que no es una decisión que puede culpabilizarse. El no tener hijos es simplemente una opción de vida, no es una obligación tener hijos”, concluye.
Esto hace que la tasa de crecimiento poblacional se mantenga o descienda, haciendo que la población no crezca como en anteriores períodos.
Según los datos preliminares del último Censo de Población y Vivienda, la población de Bolivia alcanza los 11.312.620 habitantes; es decir, un crecimiento de 12% en 12 años. Este crecimiento fue calificado como el más bajo de la historia del país, ya que en promedio el aumento poblacional bordeaba en 1,7 millones, y ahora sólo alcanzó a 1,2 millones.