“Adolescencia”, la serie de Netflix que expone el lado más oscuro del movimiento incel

Adolescencia, la exitosa serie británica de Netflix que podría volver con una segunda temporada, pone bajo la lupa una realidad tan incómoda como urgente: la de adolescentes varones emocionalmente aislados, atrapados en comunidades digitales donde se normaliza el odio hacia las mujeres y se glorifica la violencia. Psicólogos y activistas advierten que este fenómeno ya no se limita al mundo virtual y se lo ve cada vez más en la vida real.
En una era marcada por las redes sociales, donde la imagen lo es todo y los algoritmos moldean percepciones, surge un fenómeno inquietante: el movimiento incel (abreviatura de involuntary celibate, o célibe involuntario), una subcultura que, desde los márgenes de internet, se ha convertido en un hervidero de machismo, resentimiento y frustración.
“Quienes se identifican con este término afirman vivir sin relaciones sexuales ni afectivas, a pesar de desearlas”, explica Mireya Cidón, editora en Amnistía Internacional España, en su artículo El movimiento incel: la peligrosa radicalización digital que fomenta el odio hacia las mujeres. Lo que comenzó como un foro empático en los años 90 “ha derivado con el tiempo en una subcultura profundamente misógina y peligrosa”.
La activista en derechos humanos advierte que estos espacios virtuales se han convertido en lugares donde “se alimenta el resentimiento, se naturaliza el odio y se legitima la violencia”. No solo contra las mujeres, a quienes se culpa del malestar masculino, sino también hacia otros hombres que no comparten esta visión del mundo.
“Se crean héroes trágicos, mártires de la ‘injusticia sexual’, y se fomenta una mentalidad agresiva contra una sociedad que, según ellos, les debe algo”, añade.
Machismo disfrazado de reivindicación
La serie Adolescencia pone el foco en el movimiento incel, visibilizando la manera en que el aislamiento emocional y la presión social sobre los jóvenes varones puede detonar comportamientos peligrosos. Lejos de la ficción, lo que retrata la producción es una tendencia creciente que preocupa a expertos en salud mental, educación y derechos humanos.
Desde la mirada clínica, Gilka Morales, docente de la carrera de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, aclara que la serie no es simplemente una ficción útil para abordar estos temas, sino una ventana a una problemática real.
“La generación incel viene situándose hace varios años en Europa, Estados Unidos y Canadá. Este nuevo grupo quiere recobrar la masculinidad del varón en la sociedad frente a las nuevas tendencias de la ideología de género”, afirma.
No obstante, Morales puntualiza que esta “reivindicación” se ha distorsionado, hacia un excesivo machismo y depreciación del varón a nivel estético y funcional, porque los incel sienten que no pueden ser amados y valorados físicamente por los estereotipos de belleza y conducta.
Este fenómeno también tiene raíces familiares, especialmente si hablamos de una “herencia sentimental”, señala la experta, pues “el padre enseña comportamientos de varón machista”, lo que puede perpetuar patrones nocivos en la adolescencia.
Trampa digital
Las redes sociales y los espacios digitales han sido clave para la consolidación del movimiento incel. “Han creado su propio entorno de comunicación, reforzando aún más su situación emocional y personal. La matriz digital los ha absorbido con simbología propia”, explica Morales.
Este refugio digital sustituye los vínculos reales. Según la profesional, para muchos jóvenes, el internet es su consejero, amigo y la respuesta al sentido de la vida; y que los padres no han tomado su rol protagónico en su crianza.
El distanciamiento generacional, sumado a la falta de comunicación con adultos y figuras de referencia, ha permitido que estos discursos de odio se instalen en la rutina emocional de los adolescentes.
“Las redes sociales te muestran un mundo irreal, ficticio, con vivencias felices, prósperas y alucinantes. En el fondo, son fantasía, perfección y antivalores. ¿Se imaginan el impacto en niños y jóvenes que están en plena formación personal, emocional y mental?”, reflexiona.
Terapia psicológica como respuesta
Ante este escenario complejo, la psicología se convierte en una herramienta fundamental para prevenir y atender las consecuencias del machismo digital y el aislamiento emocional juvenil. Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología en Unifranz, señala que es importante crear una cultura de asistir al psicólogo como se asiste al médico o al odontólogo.
La terapia, explica Loayza, “es un proceso de autoconocimiento que permite descubrir el origen de esquemas irracionales de pensamiento que nos hacen sufrir”.
Muchas de las ideas que sostienen el discurso incel, como la victimización masculina, la culpa hacia las mujeres o el odio al sistema, provienen de aprendizajes erróneos, muchas veces no cuestionados.
“En la adolescencia, que es una etapa de formación de la identidad, un profesional en psicología va a ayudar al adolescente a descubrirse a sí mismo, crear un proyecto de vida y equilibrar lo biológico, lo emocional, lo social y lo espiritual”, afirma Loayza.
Además de resignificar pensamientos dañinos, la terapia enseña a gestionar emociones y reconocer patrones de comportamiento.
“Nos ayuda a ver cómo los pensamientos provocan ciertas emociones, o viceversa. Y en base a eso, se puede construir una forma más saludable de estar en el mundo”, añade.
La solución, según las expertas, no está solo en el consultorio, sino también en el hogar, la escuela, los medios y las políticas públicas. “Creo que es momento de tomar cartas en el asunto con campañas de concientización y sensibilización para padres de familia. Un celular o laptop no educa a los hijos”, afirma Morales.
Cidón, por su parte, insiste en que “el movimiento incel ha trascendido las pantallas para convertirse en una amenaza real”. Por eso, no se trata sólo de comprender el fenómeno, sino de actuar para evitar que más jóvenes caigan en la trampa del machismo digital.Adolescencia, más que una serie, es un espejo incómodo que nos obliga a mirar el mundo emocional de los adolescentes varones con mayor profundidad. Nos recuerda que detrás de cada discurso de odio hay historias de abandono, frustración y silencio. Y que, como sociedad, tenemos la responsabilidad de abrir el diálogo, ofrecer alternativas y construir masculinidades más sanas, empáticas y humanas.