¿Por qué el autodiagnóstico de salud con IA puede ser una trampa peligrosa?

By Manuel Joao Filomeno Nuñez

En la era digital, la salud parece estar a un clic de distancia. Basta con escribir un síntoma en el buscador o consultar un chatbot de inteligencia artificial (IA) para obtener, en segundos, una lista de posibles diagnósticos y tratamientos. Sin embargo, esta aparente facilidad encierra un riesgo silencioso: la ilusión de certeza médica. Cada vez más personas confían en los resultados que arrojan los algoritmos, sin verificar con un profesional, lo que puede derivar en diagnósticos erróneos y decisiones peligrosas.

 “En este último tiempo, los pacientes llegan a consultas médicas con diagnósticos autogenerados y tratamientos recomendados por Inteligencia Artificial, lo cual complica nuestro trabajo y, en algunos casos, pone en riesgo la salud del mismo paciente”, afirma el director de la carrera de Medicina de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz), Nelson Torrez, quien advierte que este fenómeno está creciendo y afecta directamente la práctica médica.

Torrez sostiene que el auge de herramientas digitales y aplicaciones médicas ha modificado la relación entre médico y paciente, trasladando parte de la responsabilidad al usuario.

“Tenemos que enseñar a los pacientes a tener una responsabilidad compartida. Gracias al internet y ahora a la Inteligencia Artificial, el paciente tiene acceso a datos, pero debe aprender a interpretarlos. Si nosotros no le enseñamos a interpretar esa información, puede ser que se nos salga de control”, enfatiza.

Una encuesta de la agencia OnePoll en Estados Unidos refuerza esta preocupación: dos de cada cinco personas se diagnosticaron erróneamente con “enfermedades graves” tras consultar a chatbots en lugar de acudir a un profesional. Este tipo de error, conocido como cibercondría, se amplifica con el uso de herramientas de IA que, aunque precisas en algunos contextos, no pueden reemplazar la experiencia clínica ni el juicio médico.

La medicina moderna siempre ha estado vinculada al progreso tecnológico. Desde la introducción del estetoscopio hasta la imagenología en 3D, cada avance ha permitido mejorar la precisión diagnóstica. Pero, como subraya Torrez, el peligro radica en la dependencia excesiva: “La tecnología está afectando el raciocinio porque nos facilita el trabajo y nos hemos vuelto facilistas. Nos olvidamos de la interpretación y de identificar ciertas cualidades que nuestros profesores tenían”, explica el galeno.

El raciocinio clínico, esa capacidad de observación, análisis y deducción que distingue al buen médico, podría verse erosionado si los profesionales confían ciegamente en los algoritmos. Según el Centro Nacional de Información Biotecnológica (NCBI) de Estados Unidos, este razonamiento combina pensamiento crítico, comunicación y experiencia acumulada para generar diagnósticos integrales. Las interpretaciones automatizadas, aunque útiles, no pueden sustituir ese proceso humano que considera el contexto, la historia y las emociones del paciente.

La telemedicina, uno de los avances más notables de los últimos años, ilustra bien este dilema. Si bien permite consultas a distancia y agiliza diagnósticos, también delega en el paciente la interpretación de parámetros médicos como la presión arterial o la glucosa. Sin una guía adecuada, ese empoderamiento digital puede derivar en decisiones médicas incorrectas o en la automedicación, una práctica cada vez más extendida.

Torrez recalca que el médico contemporáneo enfrenta un doble desafío: educar al paciente digital y mantener su propia capacidad de análisis clínico. “La inteligencia artificial no puede reemplazar el juicio médico; debe ser un complemento, no un sustituto. Si dejamos que la tecnología decida por nosotros, perdemos la esencia de la medicina: el contacto humano, la observación directa y el entendimiento integral del paciente”, advierte.

La tendencia mundial confirma esta preocupación. Según un reportaje de TIME, más de mil herramientas médicas basadas en IA cuentan con autorización de la FDA estadounidense, y dos tercios de los médicos ya las usan de algún modo. Sin embargo, los mismos expertos alertan sobre un fenómeno conocido como deskilling, una pérdida gradual de habilidades clínicas por exceso de confianza en la tecnología. En otras palabras, el ojo humano se acostumbra a ver menos cuando un algoritmo observa por él.

Los riesgos no solo afectan a los profesionales. Los pacientes, expuestos a una sobrecarga de información médica en línea, tienden a creer que comprenden su diagnóstico, lo que los impulsa a adquirir medicamentos sin prescripción o a minimizar síntomas graves. Esa confusión, alimentada por fuentes no verificadas, ha convertido a internet en un terreno fértil para la desinformación sanitaria.

Para Torrez, la salida está en equilibrar. “Debemos aprovechar la tecnología sin renunciar al razonamiento clínico. Internet y la IA son aliados valiosos, pero solo si se usan con criterio y acompañamiento médico”, concluye.

El futuro de la salud no depende únicamente de la potencia de los algoritmos, sino de la capacidad humana para interpretarlos con responsabilidad. En la medicina del mañana, los profesionales deberán ser tanto científicos como educadores digitales, capaces de guiar a una sociedad que confunde velocidad con certeza. Porque entre algoritmos y síntomas, la diferencia entre la información y la salud sigue siendo, esencialmente, humana.

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