Creatividad y participación, clave en la investigación de servicios de salud mental desde la comunidad

By Lily Zurita Zelada

Imagen Unifranz

Los servicios de salud mental en América Latina enfrentan un cambio de paradigma. Cada vez más, se alejan del modelo biomédico tradicional y se abren a enfoques que integran a la comunidad, el arte, la cultura y la experiencia vivida como elementos centrales en la construcción del bienestar emocional. Este giro hacia metodologías participativas y creativas no solo mejora la calidad de la atención, sino que también empodera a los usuarios, promueve la inclusión y combate el estigma.

Según Lita Domínguez, directora de la carrera de Diseño Gráfico y Producción Crossmedia de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, este enfoque “se basa en involucrar activamente a las personas usuarias, profesionales, comunidades y otros actores en el diseño, implementación y evaluación de los servicios de salud mental”. Se trata de coproducir soluciones desde un plano horizontal, donde el conocimiento técnico y la experiencia personal tienen el mismo valor.

Para Domínguez, incorporar herramientas creativas —como el arte, la narrativa, el teatro o la tecnología interactiva—favorece el diálogo, la innovación y la reflexión colectiva, elementos indispensables para que los servicios de salud mental sean realmente eficaces y sostenibles. “Este enfoque promueve la equidad, la inclusión y el empoderamiento, claves para mejorar los resultados en salud mental”, subraya.

Recientemente se llevó adelante en Santa Cruz un simposio internacional de salud mental comunitaria, en el marco de la investigación y gestión comunitaria de enfermedades no transmisibles (ENTs), que es llevada adelante por la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, la Universidad Rafael Landívar de Guatemala, la Universidad Franz Tamayo, Unifranz de Bolivia y la Queen Mary University de Londres, en colaboración con el Instituto Nacional para la Investigación de Salud y Atención del Gobierno Británico (NIHR, por sus siglas en inglés).

Durante dos días, los expertos exploraron temas relacionados con enfoques comunitarios para la salud mental; saberes indígenas y ancestrales en la investigación y la atención en salud; métodos participativos en el diseño de servicios; técnicas innovadoras de evaluación y perspectivas interculturales desde Bolivia, Reino Unido, Colombia y Guatemala

De pacientes a protagonistas

Mauricio Baspineiro, diseñador gráfico graduado de Unifranz e investigador del NIHR (Instituto Nacional de Investigación en Salud del Reino Unido), coincide en que este modelo busca transformar al paciente en protagonista. 

“Los usuarios de los servicios no deben ser receptores pasivos, sino actores activos en la construcción de estrategias que respondan a sus necesidades emocionales, culturales y sociales”, afirma.

Desde esta visión, la comunidad no solo es el escenario donde se desarrollan las intervenciones, sino también el agente activo que propone, implementa y evalúa soluciones. Esto implica reconocer sus saberes, sus prácticas de cuidado y sus redes de apoyo. 

“El enfoque comunitario para la atención de la salud mental prioriza la atención integral en el contexto donde viven las personas, fortaleciendo redes de apoyo local y respetando las prácticas culturales”, explica Baspineiro.

En comunidades rurales o vulnerables, estos enfoques pueden significar la diferencia entre el aislamiento y la recuperación. Patricia Cabaleiro, docente de la carrera de Medicina en Unifranz, destaca que “el enfoque participativo y creativo promueve que las personas se involucren activamente en el cuidado de su salud mental, estimulando su creatividad y autonomía”. Este compromiso con el proceso terapéutico fortalece no solo al individuo, sino al entramado social del que forma parte.

Ejemplos que inspiran

Las iniciativas que surgen desde este enfoque son tan diversas como las realidades que abordan. En Bolivia, por ejemplo, se han desarrollado clubes de apoyo comunitario —inspirados en el modelo Clubhouse— donde personas con trastornos mentales participan en actividades sociales y laborales en entornos no clínicos. También se han implementado círculos de palabra en comunidades indígenas, que rescatan formas ancestrales de cuidado emocional, y programas escolares que capacitan a docentes y estudiantes para detectar y atender señales de malestar psicológico desde una edad temprana.

Desde la investigación, el NIHR aplica estrategias como la fotografía participativa y el mapeo cultural, integrando el arte como herramienta de indagación social. En San José de Chiquitos, por ejemplo, se identificaron prácticas culturales con impacto positivo en la salud mental, y se promovió que los propios habitantes sean quienes generen propuestas de cuidado. 

“Se fortaleció el sentido de apropiación y legitimidad de los resultados al hacer partícipe a la comunidad en todo el proceso investigativo”, señala Baspineiro.

Estas metodologías no solo generan datos más ricos y contextualizados, sino que también mejoran la implementación de las intervenciones, reducen el estigma y fomentan una relación de confianza entre servicios e individuos.

Un enfoque que funciona

La evidencia empírica respalda esta transformación. Según Domínguez, los servicios de salud mental diseñados con participación activa y herramientas creativas “tienen una mayor aceptación, mayor adherencia a los tratamientos y mejores resultados en la recuperación”. 

Las personas perciben estos espacios como más cercanos, culturalmente pertinentes y respetuosos, lo que incrementa la confianza en el sistema de salud y reduce el abandono terapéutico.

Cabaleiro complementa esta visión al resaltar que “se promueve la toma de decisiones compartida y se fomenta el empoderamiento individual y colectivo”, elementos esenciales para un bienestar emocional sostenido. Estas estrategias fomentan un sentimiento de pertenencia, fortalecen la resiliencia comunitaria y reconfiguran la salud mental como un derecho compartido.

Más allá de la terapia tradicional

Una de las grandes fortalezas del enfoque participativo y creativo es su capacidad para integrar disciplinas. Desde el diseño gráfico hasta la medicina, pasando por la educación, la sociología o el arte, cada sector puede aportar a una mirada más integral y humana de la salud mental. En palabras de Baspineiro, “la integración del arte como estrategia creativa permitió fomentar el diálogo intercultural, fortalecer redes de apoyo comunitario, reducir el estigma y promover hábitos de vida saludables de manera accesible y culturalmente pertinente”.

Este enfoque también rompe con el modelo clínico centrado en el diagnóstico y la medicación como única respuesta. En su lugar, propone escuchar, dialogar, experimentar y co-crear, reconociendo la diversidad cultural, las necesidades específicas de cada territorio y la importancia de las emociones en el proceso de sanación.

Una necesidad ética y estratégica

En un contexto marcado por el aumento de enfermedades no transmisibles, el estrés crónico, el aislamiento social y las crisis socioeconómicas, los enfoques participativos y creativos dejan de ser una innovación para convertirse en una urgencia ética. “Las soluciones técnicas no bastan si no se integran con la voz, cultura y creatividad de las comunidades”, enfatiza Domínguez.

Invertir en estos enfoques no es solo una estrategia inteligente para mejorar los servicios de salud mental, sino también una forma de dignificar la experiencia humana del sufrimiento psíquico, transformar las relaciones sociales y construir comunidades más sanas, empáticas y resilientes.

Los enfoques participativos y creativos redefinen el modo en que entendemos y abordamos la salud mental. Al dar protagonismo a la comunidad, integrar expresiones culturales y fomentar la coproducción del conocimiento, estos modelos están logrando cambiar la percepción, el acceso y la calidad de los servicios. No se trata solo de innovar, sino de transformar profundamente las relaciones entre personas, profesionales y sistemas de salud.

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