El paisaje urbano influye en el aprendizaje y la salud mental

Por Aldo Juan Peralta Lemus

Los espacios verdes reducen el estrés, mejoran el descanso y estimulan la creatividad, además de fomentar el ejercicio, la interacción social y el bienestar psicológico.

El entorno en el que vivimos, estudiamos y trabajamos no es un escenario neutro. La forma en que están diseñadas las ciudades, la presencia —o ausencia— de áreas verdes, el ruido ambiental y los espacios educativos influyen directamente en el bienestar emocional de las personas. En los últimos años, esta relación ha cobrado mayor relevancia desde la psicología, especialmente a partir del enfoque de la psicología ambiental, una disciplina que analiza cómo el entorno impacta en la salud mental.

La psicología ambiental parte de una premisa clara: las personas no se desarrollan aisladas de su contexto. Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz), explica que esta mirada permite comprender mejor los desafíos actuales de la salud mental.

“Hoy en día existe una nueva disciplina en psicología, que es la psicología ambiental. Precisamente esta psicología lo que pretende es descubrir cómo el entorno de una persona afecta emocionalmente”, señala la académica, destacando la necesidad de observar el contexto como un factor determinante del bienestar.

Un estudio de la Universidad de Sevilla, publicado en Environmental Research and Public Health, encontró que ver espacios verdes desde el hogar reduce el riesgo de ansiedad y depresión en entornos urbanos.

Los beneficios de los espacios verdes: reducen el estrés, mejoran el descanso y estimulan la creatividad, además de fomentar el ejercicio, la interacción social y el bienestar psicológico, siendo especialmente beneficiosos para comunidades urbanas al ayudar a disminuir la exclusión y otros factores de estrés.

El paisaje urbano, los colores predominantes, la densidad de construcciones y los estímulos sonoros pueden generar estrés, ansiedad o, por el contrario, favorecer estados de calma y concentración. En este sentido, las ciudades altamente urbanizadas y con escasa vegetación suelen convertirse en espacios emocionalmente demandantes.

Este enfoque resulta especialmente relevante en el ámbito educativo. Las instituciones de formación no solo transmiten conocimientos, sino que también configuran experiencias emocionales. Aulas saturadas, ausencia de luz natural o espacios rígidos pueden dificultar el aprendizaje. Por ello, cada vez más propuestas educativas buscan incorporar entornos que promuevan la tranquilidad, la relajación y la conexión con la naturaleza como parte del proceso formativo.

“Entonces, en lo que es la educación también se está eh innovando en introducir espacios eh que llamen al a la relajación, a la tranquilidad para que uno pueda tener un buen espacio para desarrollar sus conocimientos”, sostiene Loayza.

Esta tendencia reconoce que aprender en un entorno amigable no solo mejora el rendimiento académico, sino también fortalece la salud mental de estudiantes y docentes.

Sin embargo, el contexto urbano plantea desafíos evidentes. En ciudades donde predominan el cemento, el ladrillo y el ruido, las oportunidades de contacto con la naturaleza son limitadas. Esta situación se agrava cuando el diseño urbano reduce la posibilidad de una visión amplia del entorno, generando una sensación de encierro que impacta emocionalmente a quienes lo habitan.

“Las ciudades que tienen muy pocos espacios verdes, como la ciudad , que casi es color ladrillo. Entonces, no tiene mucha visión para un horizonte más llano, más pleno. Entonces, esto afecta al estado emocional”, advierte Loayza, subrayando cómo el paisaje urbano puede convertirse en un factor de malestar psicológico.

A pesar de estos desafíos, existe una mayor conciencia social sobre la importancia de la salud mental y los factores que la afectan. No obstante, el reto actual no solo es identificar los problemas, sino proponer soluciones sostenibles. Entre ellas, la promoción de espacios verdes saludables aparece como una estrategia clave para reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y fortalecer el bienestar colectivo.

Desde esta perspectiva, promover áreas verdes, reducir el ruido ambiental y diseñar espacios educativos más humanos se convierten en tareas compartidas entre instituciones, autoridades y ciudadanía. Como concluye Loayza, el desafío de esta generación es transformar esa conciencia en acciones concretas que permitan revertir el malestar emocional y construir entornos que favorezcan una mejor calidad de vida.

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