Por Manuel filomeno
“Yo tiemblo cada vez que escucho un petardo, me pone los nervios de punta, me recuerda demasiado la época en la que las granadas de gas se metían en mi patio”, indica Ricardo González, de 40 años, recordando los conflictos sociales de febrero y octubre de 2003.
En ese entonces, Ricardo tenía menos de 20 años y fue herido por una granada de gas que lo impactó en la pierna mientras jugaba con su perro en el interior de su casa.
“Vivir en ciudades con alta conflictividad social como La Paz, puede tener serias consecuencias en la salud mental de la población, generando picos de ansiedad, angustia y conductas imitativas irracionales, las cuales pueden derivar en depresión”, señala Liudmila Loayza, directora de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Loayza afirma que episodios de alta conflictividad, como el vivido hace pocos días con la amenaza de un “supuesto” Golpe de Estado en el país, incrementan el malestar psicológico, generando miedo, incertidumbre, desesperación y angustia en la población.
“El conflicto siempre denota un componente de violencia y de incertidumbre. En principio la violencia, una conducta amenazante, va a generar miedo, desesperación y angustia. En el caso de la amenaza de golpe que vivimos recientemente, éste generó zozobra en la población, lo que derivó en conductas de pánico”, agrega la profesional.
Ante la amenaza, la población reaccionó buscando aprovisionarse de alimentos, combustibles y dinero en efectivo de manera desesperada. Largas filas en centros de abasto y surtidores, agencias bancarias y cajeros automáticos lo atestiguan, sin embargo, el pánico duró poco, ya que la situación se desactivo en pocas horas.
“No se produjo una situación de histeria con este último episodio: sin embargo, sí hubo unos momentos de incertidumbre”, expresa.
No todos reaccionan igual
La psicóloga explica que la manera a la que reaccionamos a situaciones de estrés colectivo depende mucho del contexto en el que hemos vivido y de las experiencias que acumulamos, por lo que generaciones diferentes reaccionaron al último episodio, también de formas diferentes.
“Cada hito histórico marca emocionalmente a la población colectivamente, eso explica porqué las personas reaccionan de diferente manera y el tema generacional tiene mucho que ver con esta dinámica”, advierte Loayza.
Por ejemplo, las generaciones mayores, que ya han vivido golpes de Estado en el pasado, han reaccionado de una manera, presentando cierto temor y cierta incertidumbre ante lo que iba a pasar, mientras que las generaciones más jóvenes exacerbaron esta conducta, por imitación, otros se refugiaron en el humor, otros se preocuparon por su círculo social y familiares, velando porque éstos se encuentren a buen recaudo.
De la misma manera, la imitación llevó a muchas personas a actuar bajo el recuerdo de otro hecho traumático, como fue la pandemia, asociado a la situación de crisis social con los confinamientos, lo que los impulsó a buscar abastecerse de manera irracional.
“En cierto modo se ha revivido esa incertidumbre y se han generado conductas como las compras compulsivas de alimentos y otros enseres. Nos ha hecho pensar si realmente podía ser un escenario de golpe de estado y todas las connotaciones que tiene de por sí un verdadero golpe. Esto es porque no se conoce, no se tienen las estrategias de afrontamiento, antes, cuando se vivían gobiernos de facto muy seguidos, las personas sabían cómo reaccionar, y se abastecían de alimentos con anticipación, tenían ciertos cuidados, pero ahora vivimos en otra situación histórica, entonces se acciona más por imitación”, reflexiona la académica.
En 2019, ante los conflictos sociales que vivió Bolivia, Unicef advirtió que los niños, niñas y adolescentes fueron invisibles y vulnerables pese a que a diario fueron testigos de la violencia a través de las redes sociales, los medios de comunicación o de lo que vivieron sus familias.
“El debate público no incluyó, salvo pocas expresiones específicas, cómo la situación afectaba a la niñez y adolescencia, por ello urge priorizarlos ante cualquier circunstancia, pero también necesitan que los adultos construyan una cultura de diálogo y paz para resolver los problemas”, puntualiza.
El conflicto también reveló la inconformidad de los adolescentes, su reclamo por no sentirse escuchados y su deseo de participación en diferentes instancias de decisión y foros de debate. Ellas y ellos ven su futuro incierto y merecen respuestas para ser incluidos en los debates sociales y políticos del país.
Según Loayza los conflictos sociales implican, en el campo de la salud mental, un pico de ansiedad y de angustia, pero, así como suben, también bajan.
Sin embargo, en el caso de crisis sociales continuas, como por ejemplo en zonas de guerra, los efectos psicológicos pueden ser permanentes y se pueden presentar otras patologías como la depresión, sentimientos de desesperanza, dudas sobre la propia supervivencia y la de nuestros seres queridos, estrés y traumas.