¿Por qué algunas personas se deprimen y agotan en primavera?

By Manuel Joao Filomeno Nuñez

Cada año, cuando la primavera comienza a desplegar sus colores y promesas de renovación, Jonathan, un joven de 26 años que trabaja en el área de atención al cliente de un banco, experimenta una paradoja emocional difícil de explicar. Mientras la ciudad se llena de luz, flores y expectativas, él se siente cada vez más apagado, como si su energía se desvaneciera justo cuando el mundo parece cobrar vida. Sus amigos celebran la estación con paseos al aire libre y tardes de picnic, pero Jonathan prefiere quedarse en casa, con las cortinas cerradas, intentando recuperar una vitalidad que no llega.

Lo que vive Jonathan tiene una explicación en dos fenómenos distintos que, a veces, se entrecruzan: el Trastorno Afectivo Estacional (TAE) y la astenia primaveral. El primero es un cuadro clínico reconocido por la medicina y la psicología, caracterizado por episodios depresivos cíclicos que aparecen en ciertas estaciones del año. El segundo, en cambio, es una condición temporal de fatiga y decaimiento físico sin un origen patológico definido. Aunque no siempre coinciden, en algunas personas —como Jonathan— confluyen, provocando una experiencia compleja de tristeza, ansiedad y agotamiento justo cuando la mayoría espera entusiasmo y vitalidad.

“Es un trastorno que influye en el estado de ánimo de las personas, haciendo que actúen y se sientan decaídos emocionalmente o perciban ciclos de tristeza en épocas fijas o estacionarias. El TAE afecta el estilo de vida y el bienestar físico y mental de quienes lo padecen”, explica Consuelo Medina, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Según Medina, el TAE puede afectar a hombres y mujeres de cualquier edad, aunque es más común en mujeres jóvenes, personas con antecedentes familiares de depresión y quienes viven en regiones con cambios marcados de luz y temperatura. Sus síntomas incluyen tristeza persistente, vacío emocional, irritabilidad, alteraciones del sueño (insomnio o hipersomnia), dificultades de concentración y cambios en el apetito. En Jonathan, estas señales se intensifican en primavera, cuando el exceso de horas de luz altera su ritmo circadiano y genera un desajuste interno que lo deja exhausto.

La astenia primaveral, en tanto, no es considerada una enfermedad sino un trastorno funcional pasajero. Se manifiesta con fatiga, somnolencia diurna, debilidad muscular y falta de motivación, síntomas que suelen durar algunas semanas mientras el cuerpo se adapta al cambio estacional. 

“Se trata de una respuesta fisiológica al aumento de horas de luz, la variación de temperaturas y la necesidad de reajustar el reloj biológico”, apunta Medina. En casos como el de Jonathan, donde la astenia se superpone al TAE, la sensación de agotamiento es doble: el ánimo decae y el cuerpo también parece no acompañar.

Las causas del TAE, explica la especialista, se asocian a factores genéticos, biológicos y psicosociales. Entre ellas destacan la predisposición hereditaria a la depresión, la desregulación del ritmo circadiano y los desequilibrios en neurotransmisores como la serotonina, cuya disminución impacta directamente en el estado de ánimo. Además, estilos de vida con poca exposición a la luz natural o el aislamiento social en ciertos periodos del año agravan la situación.

“Los niveles más bajos de serotonina pueden estar relacionados con síntomas depresivos, como tristeza e irritabilidad”, subraya.

En contraste, la astenia tiene un origen más ambiental. Los cambios de temperatura, la presión atmosférica y la variación en las horas de luz obligan al organismo a realizar un esfuerzo extra para adaptarse. Este reajuste consume energía y se traduce en cansancio generalizado. No obstante, a diferencia del TAE, la astenia suele resolverse de manera espontánea en un par de semanas, aunque puede complicarse si coincide con trastornos previos o situaciones de estrés.

Frente a estas condiciones, el abordaje terapéutico es distinto. Para el TAE, Medina recomienda un tratamiento psicoterapéutico enfocado en restablecer el ritmo circadiano, mejorar los ciclos de energía y trabajar los patrones de pensamiento negativos. La terapia cognitivo-conductual es especialmente útil en este contexto. 

También se sugiere acompañar la intervención clínica con estrategias de autocuidado: mantener rutinas consistentes de sueño y alimentación, practicar actividad física regular, exponerse de manera moderada a la luz natural y fortalecer los vínculos sociales. En casos más severos, puede ser necesario un tratamiento farmacológico bajo supervisión profesional.

Para la astenia, en cambio, las medidas suelen centrarse en hábitos saludables: una dieta equilibrada rica en vitaminas y minerales, la práctica de ejercicio moderado, técnicas de relajación, hidratación adecuada y descanso suficiente. Las actividades placenteras y relajantes también pueden ayudar a reducir la sensación de cansancio. 

“Dedicar tiempo a actividades que nos generen bienestar contribuye a mejorar el estado de ánimo y aumentar la energía, lo que beneficia la salud física y emocional”, concluye Medina.

Jonathan aprendió a convivir con ambas realidades. Tras consultar con especialistas, incorporó caminatas breves al atardecer, sesiones de meditación, suplementos ricos en omega 3 y magnesio, y una rutina de sueño más estricta. También habló con su jefe, quien le permitió ajustar horarios durante las primeras semanas de primavera, cuando los síntomas son más intensos. 

Hoy, aunque sigue sintiendo el impacto de la estación, ya no la vive como una condena, sino como un ciclo previsible que puede afrontar con herramientas y apoyo. Su historia recuerda que no todas las primaveras son luminosas para todos, y que reconocerlo es el primer paso para acompañar y comprender a quienes, como él, encuentran en el cambio de estación un desafío emocional y físico.

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