La salud mental de los adolescentes exige acción urgente
El bienestar emocional de los adolescentes se ha convertido en una prioridad impostergable en un contexto donde las transformaciones sociales, económicas y tecnológicas están moldeando una generación que enfrenta desafíos sin precedentes. En Bolivia y en el mundo, la salud mental juvenil emerge como una crisis silenciosa que requiere atención inmediata, recursos adecuados y políticas públicas efectivas.
“El bienestar emocional de los adolescentes y jóvenes se ha convertido en un tema que demanda atención desde el ámbito de la salud mental”, advierte el psicólogo y docente universitario Daniel Gonzáles Fernández, de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz). Según explica, comprender cómo las condiciones culturales, sociales y económicas influyen en las nuevas generaciones es esencial para abordar un problema que va más allá del plano individual.
La adolescencia es una etapa de profundos cambios físicos y emocionales que, aunque propicia el crecimiento personal, también genera vulnerabilidades.
Gonzáles señala que “muchos jóvenes enfrentan realidades complejas, como un sistema educativo que no siempre responde a sus necesidades, desigualdades sociales y un acceso limitado a servicios de salud física y mental”. Este contexto se agrava con el estigma persistente: los trastornos como la depresión y la ansiedad todavía son vistos como debilidad, lo que dificulta su reconocimiento y tratamiento.
Un estudio de Unicef Bolivia (U-Report 2022) revela que cerca del 20 % de los adolescentes bolivianos presentan síntomas de ansiedad o depresión, pero solo una minoría busca ayuda profesional. La brecha entre la necesidad y la atención disponible evidencia que la salud mental sigue siendo un tema invisibilizado. “
No podemos seguir ignorando que el entorno afecta directamente el bienestar emocional de los jóvenes”, enfatiza Gonzáles.
Diversos elementos estructurales están influyendo negativamente en la salud mental de los adolescentes. La migración, por ejemplo, genera rupturas familiares y sentimientos de desarraigo; la presión académica incrementa los cuadros de ansiedad; y la exposición constante a las redes sociales produce fenómenos como el ciberacoso y la comparación social, que dañan la autoestima y aumentan el aislamiento.
A ello se suman las consecuencias de la crisis económica: muchos jóvenes deben incorporarse al mercado laboral a temprana edad para apoyar a sus familias, sacrificando sus estudios o su bienestar emocional. En palabras de Gonzales, “la falta de educación emocional en los colegios y la escasa presencia de psicólogos en el sistema educativo agravan estos desafíos”. Sin espacios seguros ni acompañamiento, los adolescentes se ven obligados a enfrentar solos sus conflictos internos.
Un desafío global con rostro local
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que uno de cada siete jóvenes entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental, y que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los 15 y 29 años. Más alarmante aún: la mitad de estos trastornos comienza antes de los 14 años y la mayoría no recibe diagnóstico ni tratamiento a tiempo. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) subraya que invertir en salud mental durante la adolescencia es esencial para construir sociedades resilientes y equitativas.
En Bolivia, la situación refleja la tendencia mundial. Las brechas en acceso, la falta de políticas sostenidas y el estigma cultural siguen siendo barreras decisivas. “No se trata solo de tratar enfermedades, sino de construir entornos que promuevan el bienestar emocional y prevengan el sufrimiento silencioso de los jóvenes”, afirma Gonzáles, quien plantea la necesidad de un enfoque integral que incluya la educación emocional y la prevención del acoso escolar.
El abordaje de la salud mental adolescente debe ser multisectorial, combinando políticas públicas, educación, salud y participación comunitaria. Se requieren campañas de sensibilización para normalizar la búsqueda de ayuda profesional y derribar los prejuicios que rodean a los trastornos emocionales. Además, se deben ampliar los servicios psicológicos en escuelas, universidades y centros de salud públicos.
El fortalecimiento de los lazos familiares también es fundamental. Gonzáles subraya que “es de suma importancia reconocer el papel central de la familia, particularmente de los padres, en el desarrollo emocional de los jóvenes”. Escuchar, acompañar y crear espacios de confianza son acciones básicas pero poderosas para prevenir crisis y fomentar la resiliencia.
Un llamado a la acción colectiva
Ignorar la salud mental de los adolescentes no solo compromete su bienestar, sino también el futuro de la sociedad. “En el discurso común siempre se dice que los adolescentes y jóvenes son el futuro del país; ignorar su salud mental no solo pone en riesgo su calidad de vida, sino también el desarrollo de la sociedad”, concluye Gonzáles.
La salud mental no puede seguir siendo un privilegio. Es momento de transformar la preocupación en acción, derribar estigmas y garantizar que cada joven tenga acceso al apoyo que necesita. Escuchar sus emociones, comprender sus luchas y acompañarlos en sus procesos no es solo una cuestión de empatía, sino de justicia social.