La ansiedad silenciosa que provocan las redes: por qué ver a otros divertirse puede generar angustia

Las redes sociales generan ansiedad silenciosa.

Cada noche, cuando termina de estudiar, Aliz Cárdenas, una joven de 21 años, se recuesta en su cama y, como muchos de su generación, abre su celular para navegar en redes sociales. En apenas unos minutos, las historias de Instagram y los videos de TikTok la enfrentan a un desfile de viajes, conciertos, reuniones y risas protagonizadas por amigos, conocidos o influencers. Todo parece perfecto. Todo, menos su propia vida. “Es como si el mundo estuviera afuera, pasándola bien sin mí. A veces siento que no hago nada importante”, admite.

Este malestar no es un caso aislado. Se trata de una experiencia compartida por millones de personas y tiene nombre: FOMO, por sus siglas en inglés Fear Of Missing Out, o miedo a perderse algo. Aunque no se menciona con frecuencia en la vida cotidiana, es un fenómeno psicológico cada vez más reconocido por los expertos. Se manifiesta como una sensación persistente de estar quedando fuera de experiencias significativas que otros están viviendo. En la era de las redes sociales, este sentimiento ha adquirido nuevas dimensiones, alimentando ansiedad, inseguridad y una constante comparación con los demás.

“El síndrome FOMO se refiere a la ansiedad o preocupación constante de que otras personas estén experimentando eventos interesantes, divertidos o importantes de los cuales uno no está participando. Las características principales incluyen la necesidad compulsiva de estar conectado a las redes, el miedo al rechazo y la comparación constante”, explica Edwin Pocoaca, docente de Psicología en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

La angustia que experimenta Aliz no surge únicamente de lo que ve, sino de lo que no ve de sí misma. Las plataformas sociales están diseñadas para mostrar lo mejor, lo más espectacular o lo más envidiable de la vida de los demás. En ese espejo deformado, lo cotidiano parece aburrido y lo propio, insuficiente. 

Según Pocoaca, la presión social, el perfeccionismo y la necesidad de validación alimentan este ciclo. A esto se suma el algoritmo, que premia el contenido aspiracional, amplificando la sensación de que siempre hay una mejor fiesta, un destino más exótico, una pareja más feliz.

Pero los efectos no son sólo emocionales. Diversas investigaciones, como la publicada en la revista World Journal of Clinical Cases, señalan que este fenómeno puede provocar síntomas físicos como dolores de cabeza, palpitaciones, fatiga y trastornos del sueño. A largo plazo, puede deteriorar la autoestima, inducir comportamientos depresivos y generar desconexión con el entorno real.

Además, como indica Pocoaca, “el uso excesivo de las redes sociales alimenta los problemas de salud mental. Aparecen trastornos de sueño, ansiedad, depresión y baja autoestima, así como una creciente necesidad de validación externa que debilita el autoconcepto”. Este impacto es particularmente fuerte en adolescentes y jóvenes adultos, quienes forman parte de una generación digitalmente hiperconectada, pero emocionalmente vulnerable.

Entonces, ¿qué se puede hacer para que las redes no dominen nuestro estado de ánimo ni nuestra percepción de valor personal?

El primer paso, según los especialistas, es reconocer y aceptar los sentimientos de angustia asociados a las redes sociales. “Aceptar que sentimos envidia, tristeza o ansiedad es humano. Negarlo solo empeora la sensación de inadecuación”, sostiene Pocoaca.

Una vez identificado el malestar, es fundamental reducir la exposición. Establecer horarios de conexión, apagar notificaciones o eliminar apps del primer plano del celular puede ser útil para recuperar el control. Otra estrategia efectiva es redirigir el foco hacia experiencias propias, valorando momentos simples, relaciones auténticas y logros personales, aunque no sean dignos de un “post viral”.

Asimismo, se recomienda retomar actividades que no impliquen una pantalla, como salir al aire libre, practicar deporte, participar en encuentros presenciales o simplemente disfrutar de una conversación sin filtros ni cámaras.

Desde el punto de vista clínico, acudir a un profesional también puede marcar la diferencia. Pocoaca señala que un psicólogo puede ayudar a identificar las causas profundas del FOMO, aplicar técnicas para modificar patrones de pensamiento negativos y fortalecer habilidades de afrontamiento. “La terapia no solo trata el síntoma, sino que trabaja en la raíz del problema, mejorando la autoestima y reconstruyendo la relación del individuo consigo mismo y con su entorno”, añade.

Finalmente, hay un llamado importante a nivel colectivo: educar sobre el uso responsable de las redes sociales. Esto implica fomentar el equilibrio entre la vida online y la offline, enseñar a los más jóvenes a proteger su salud mental, y crear entornos que no premien únicamente la apariencia o el reconocimiento virtual.

Como reflexiona Aliz, “sé que lo que veo en redes no es toda la historia. Pero a veces me cuesta recordarlo. Es como si comparara el backstage de mi vida con los mejores momentos del show de otros”. Su testimonio revela una realidad común, pero pocas veces verbalizada: en el intento de estar conectados con todos, podemos perdernos de nosotros mismos.

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